En 1963 Pierre Boulle, un escritor francés que había tenido una participación notablemente activa en la resistencia anti nazi, publicó su primera novela de ciencia-ficción, una obra satírica en la que un grupo de astronautas descubre un planeta en el que los órdenes animales están subvertidos y los simios gobiernan mientras los humanos son tratados como la mona.

Boulle ya era popular mundialmente gracias a una de sus primeras novelas, El puente sobre el río Kwai (adaptada al cine en forma memorable por David Lean en 1957), y la atractiva premisa de su libro atrajo a Hollywood (aunque su autor lo consideraba "infilmable"), filmándose en 1968 bajo el nombre de El planeta de los simios (Franklin J Schaffner).

La película era una adaptación bastante libre del texto y estaba protagonizada por Charlton Heston, el único sobreviviente de una expedición espacial que baja en un planeta controlado por diversos tipos de macacos y que termina descubriendo que tan pintoreso planeta no es otro que la Tierra en un futuro lejano. La película, aunque no tenía grandes despliegues de producción, más allá de un montón de actores con máscaras de simio, se convirtió en un fenómeno entre una crítica y un público que tanto reconocían la simbología social del film (en el que los militares son gorilas, los políticos orangutanes y los intelectuales chimpancés) como lo divertido de la trama.

El éxito de El planeta de los simios hizo casi inevitable una secuela -Bajo el planeta de los simios (Ted Post, 1970)-, que merece su lugar en la historia como una de las continuaciones más desastrosas que se recuerden. A pesar de contar nuevamente con Charlton Heston -aunque en un rol menor, ya que el actor quería desprenderse de su popular personaje-, la película se divagaba introduciendo a unos innecesarios mutantes pos holocausto nuclear, era innecesariamente violenta y culminaba con el fin del planeta Tierra, clausurando en forma al parecer definitiva la franquicia.

Pero el éxito continuaba y haciendo gala de una imaginación creativa, los ejecutivos de la 20th Century Fox consiguieron elaborar una nueva continuación -Escape del planeta de los simios (Don Taylor, 1971)- en la que los chimpancés Cornelius y Zira consiguen reparar la nave del astronauta que había interpretado Heston y lanzarse al espacio (una serie de acciones realizadas en tiempo récord e incongruentes con los hechos acontecidos en el film anterior, pero, bueno, estamos hablando de películas con monos que hablan), donde un remolino espacio-temporal los envía a 1973 (en el momento del estreno, una fecha futura), donde sufrirán una incredulidad y desconfianza similares a las que ellos le habían infligido al astronauta del primer film. Ambos simios son perseguidos y finalmente muertos, pero en una vuelta de guión bastante inteligente, el bebé de ambos sería el primer simio inteligente y parlante, y, como tal, el origen de esa versión futura de la Tierra.

El conflicto estallaría en Conquista del planeta de los simios (J Lee Thompson, 1972), en la que se describiría un levantamiento de los monos, esclavizados en un futuro como sirvientes por los humanos, dirigido por el hijo de Cornelius y Zira -César-, quien organiza una revolución contra sus opresores. Es en esta película en la que se basa (muy libremente) la actual El planeta de los simios: (r)evolución. La primera serie cinematográfica de El planeta de los simios concluiría con Batalla por el planeta de los simios (J Lee Thompson), que fue anunciada como "el capítulo final" y presentaba a César combatiendo contra humanos y mutantes, luego de que un holocausto nuclear devastara la Tierra. Pero el público y los monos estaban cansados y esta batalla concluyó brevemente la saga, que fue retomada casi de inmediato en forma de una breve serie televisiva (duró sólo 14 capítulos) que retomaba el argumento de la primera película pero con elementos de las dos últimas.

La serie no anduvo (aunque en Uruguay y Brasil fue muy popular) -así como tampoco una serie animada que se realizó poco tiempo después de la cancelación de la otra serie- y el planeta de los devoradores de bananas desapareció de los medios durante un cuarto de siglo hasta que Tim Burton fracasó tristemente cuando quiso resucitar la franquicia con su entreverada versión "reimaginada" (El planeta de los simios, 2001). La película de Burton era más bien mala, pero fue un extraordinario éxito de taquilla, por lo que la Fox decidió no continuar la franquicia y, en su lugar, relanzarla -dejando de lado los manierismos de Burton- mediante la presente El planeta de los simios: (r)evolución.

Que me vuelvo el mono

Antes de discutir los pormenores de la película vale la pena señalar algo extraordinario: la traducción del título, El planeta de los simios: (r)evolución, es sensible y hasta más atractiva que el nombre original (que puede significar “emerger del planeta de los simios” o “revuelta del planeta de los simios”), algo que hay que reconocer y apreciar, ya que sin ser literal no se hizo ninguna monstruosidad y hasta demuestra haber estado pensando un ratito. Felicitaciones.

La película barre con las premisas originales de Boulle, las películas originales y la remake de Burton para centrarse en un laboratorio de medicina en el que se está buscando la cura del mal de Alzheimer. Allí una chimpancé que había demostrado un gran avance en su inteligencia luego de ser tratada con una droga experimental es ejecutada después de tener un estallido de violencia que arruina la exposición del experimento, pero luego el principal científico (James Franco) descubre que tan sólo estaba protegiendo a su cría recién nacida. El resto de los simios es también ejecutado pero el científico rescata al pequeño y lo lleva a vivir a su casa, que comparte con su padre aquejado de Alzheimer (John Lithgow).

El monito -bautizado César- da muestras inmediatas de una inteligencia similar o superior a la de los humanos y crece felizmente en la familia hasta que en su adolescencia comienza a comprender que no sólo es bastante más peludo que su familia, sino que para el resto del mundo es un animal más bien inferior y posiblemente peligroso. Luego de que defendiendo al anciano enfermo lastimara a un vecino, es enviado a una especie de centro de reclusión de simios donde descubre el maltrato al que es sometida su especie, lo que lo llevará a liberarse junto con sus compañeros, mientras que una mortal enfermedad -producida por error por el mismo laboratorio que le otorgó su inteligencia- comienza a aquejar a los humanos.

Los villanos de la película son, en forma inequívoca, los científicos que experimentan con animales, pero la metáfora funciona en relación con casi cualquier tipo de discriminación. Esto da pie a varias escenas excesivamente explícitas en su intención de ilustrar estas crueldades diferenciales, y a no pocos momentos de una gran sensiblería, estableciéndose cierto conflicto entre estas pretensiones científicas y el atractivo principal de la película, que son las habilidades de César y su progresiva emancipación.

Pero con todos sus clichés e inconsistencias, El planeta de los simios: (r)evolución es posiblemente la mejor película que se haya hecho sobre la mitología de Pierre Boulle; mantiene un excelente ritmo en progreso y los efectos especiales están a años luz tanto de las viejas máscaras de goma de los primeros films como del elaborado maquillaje del de Burton.

Para comenzar, los simios del Wyatt son -además de criaturas digitales- auténticos monos que se mueven y desplazan como tales (aunque demuestren una energía física un tanto inverosímil) y los personajes humanos son completamente secundarios en relación a César, cuyo lenguaje corporal fue tomado -mediante el sistema de captura de movimientos- de una extraordinaria interpretación del inglés Andy Serkis, quien ya le prestó sus movimientos al Gollum de El señor de los anillos. Además de su notable animación, César es presentado en forma extrañamente justa para un retrato de un personaje (bueno, de un chimpancé) revolucionario, sin convertirlo en un dechado de bondad, sino ante todo en una fuerza vital capaz de ser despiadada si la situación lo merece.

Hay además varias escenas memorables, incluyendo una que en su elipsis hace recordar a quellos pajonales agitados por velocirráptors en Parque jurásico II: el mundo perdido (Steven Spielberg, 1997), en la que sobre los transeúntes de una avenida comienza a caer una gradual lluvia de hojas, y al levantar la mirada descubren a los simios fugitivos desplazándose por las copas de los árboles. Otras, más espectaculares, incluyen un enfrentamiento de una legión de monos contra la policía sobre el puente de San Francisco, y una rebelión pausada y tensa que cita y recuerda a lo mejor del cine carcelario estadounidense. El planeta de los simios: (r)evolución no es gran cine, ni siquiera gran cine de género, pero como entretenimiento es digno y razonablemente inteligente.

Tal vez lo único realmente negativo de esta película sea justamente el hecho de que, a pesar de ser más bien olvidable, nunca llega a ser tan intrascendente o tonta como para que este reseñador tenga la excusa de titular su nota como “La del mono”.