No es una UTU como cualquiera. Para empezar, está adentro de un vivero que podría considerarse un parque por su variedad de árboles. El sonido del tren es lo único que indica el transcurso del tiempo. Para los estudiantes del taller, el trabajo con el barro es “conectarse con la tierra”, sin dudas el lugar también ayuda.

Este curso está incluido en los talleres Construcción y Hábitat del Proyecto Cuenca Paso Carrasco, financiado por la Unión Europea. Si bien el programa abarca parte de Montevideo, Paso Carrasco, Nicolich, Barros Blancos, Suárez y Toledo, es en esta última localidad donde se realiza el taller. El curso está coordinado por arquitectos de la Universidad de la República (Udelar) y profesores del Consejo de Educación Técnico Profesional (CETP, ex UTU). Hasta el momento se dictaron dos cursos de bioconstrucción en el segundo semestre de 2011, con dos meses de duración cada uno.

“Esta técnica combina las construcciones tradicionales con los avances tecnológicos”, comentó Luthien, alumna del primer taller. Para ella: “Las casas tienen una energía que te sorprende, hasta que no entrás no la entendés”. Junto con otros compañeros también concurrió al segundo curso, pero en calidad de oyente. Si bien se advierte un panorama positivo para la continuidad de los cursos, tanto estudiantes como profesores pretenden que sean más intensivos.

El profesor de carpintería Federico Irigoyen comentó a la diaria que pretenden que esta propuesta se convierta en una tecnicatura en bioconstrucción, y que además se extienda a otras zonas. En este sentido, adelantó que está previsto que en enero se ponga en marcha un curso de iguales características en Piriápolis.

Este anhelo es compartido por Luthien, quien tiene la idea de llevar el taller a Paso Carrasco, donde vive. No es la única que recorre varios kilómetros para llegar al vivero de Toledo; también están Matías e Ignacio, quienes asisten desde Montevideo; Andrés, Ana y Gustavo, por su parte, viven en Toledo y su alrededores. Contaron que el curso tuvo poca difusión en la zona. Según expresó Irigoyen, en enero comenzará otro en Piriápolis, por lo cual la aspiración es casi un hecho.

Bueno, bonito y barato

Ana señaló que “hay tantas técnicas de construcción como lugares”, ya que todos los materiales se obtienen de la naturaleza. Según Luthien, la forma de hacer una casa depende del ingenio del constructor y de querer “hacerla linda”. La creatividad está a la vista. El prototipo construido por los alumnos, además de estar estampado con flores de colores, tiene botellas de vidrio incrustadas y techo de pasto. “El olor es por el excremento de vaca que usamos como fijador, después se seca y no se siente”, comentó Irigoyen. A pesar de la advertencia, no se olía nada. Para Irigoyen, no hay conocimiento de las “virtudes del barro”, a pesar de ser una técnica que en la última década ha sido aplicada varias veces, por cooperativas de vivienda, por ejemplo. Una de las ventajas es que son “frescas en verano y cálidas en invierno”, apuntó Ana. El cuidado del medio ambiente es otra de sus cualidades, no sólo es material reciclable sino que en el proceso no se utilizan productos químicos. El complemento culinario de la vivienda, el horno, además, permite ahorro de energía. Según Irigoyen: “Con un horno de ladrillo se necesitan cinco kilos de leña para cocinar un kilo de harina. En uno de barro tan sólo un kilo de leña”.

El profesor de construcción Nelson Santana se dedica desde 1994 a las viviendas de barro. Ha construido en Montevideo, Canelones, Punta Ballena y Piriápolis, entre otros lugares. Para él, que sean más económicas, si bien es importante, no es lo primordial: “No es un problema del precio, el costo te lo da lo confortable que es la casa”. Luthien señaló que entre 2004 y 2006 se desarrolló el proyecto Vaimaca, que fue aprobado por la Intendencia de Montevideo, en el que el prototipo de casa costó tan sólo 4.000 dólares.

Según el profesor Irigoyen, las casas hechas con adobe son iguales a las convencionales en cuanto a su durabilidad y seguridad. En todo el mundo se han hecho escuelas y catedrales con estas técnicas. En Chile se llevan a cabo incorporándoles variables de construcción antisísmicas y en Francia hay casas de hasta tres plantas. El mantenimiento que requieren es el mismo que el que necesita cualquier otra: “Si tenés una casa en un balneario y la dejás todo el año, tenés que arreglar las aberturas y los revoques por la humedad”. Aunque remarcó que si está bien erigida sobre una base sólida, no tiene por qué agrietarse.

Obra sin mitos

El barro se extrae a 50 centímetros por debajo del suelo y se encuentra en la mayor parte de los terrenos. No obstante, no es costoso y puede comprarse, apuntó Irigoyen. Una de las técnicas más habituales para construir es la de fajina, un armazón de madera que se va rellenando con el material. La fabricación de los bloques no necesita la cocción del barro, sino que se obtienen con base en tierra comprimida que se seca en moldes a la intemperie.

La textura lisa del revoque llama la atención por su suavidad al tacto: “Es una barrotina, como un dulce de leche, un barro licuado con agua de tuna”. Este revoque impide, principalmente, la presencia de insectos en la estructura. Para los integrantes del taller, “el mito de la vinchuca” sigue siendo uno de los prejuicios para que la gente no se anime a tener casas de barro. “Las convencionales también pueden tener toda clase de bichos”, indicó Ana.

Luthien y Matías comentaron que las de barro estaban asociadas a la pobreza. Según ella, este concepto surgió a finales de la década del 60, luego de que por ley se creara en 1967 el Movimiento de Erradicación de la Vivienda Insalubre en el medio Rural (Mevir) bajo la órbita del ministerio del ramo,que realojó a los habitantes de viviendas precarias, muchas de ellas de barro, en otras de hormigón. “Lo hicieron con buena voluntad pero terminaron con la tradición”, señaló. Santana comentó que actualmente las personas que “tienen plata” son quienes se han apoderado de esta tecnología. “Si cada uno tomara el barro y se hiciera su casa, se terminaría con el problema de la vivienda”, afirmó.

Manos a la obra

Gustavo estaba haciendo un taller de radio que cerró y sin saber de qué se trataba entró al curso de bioconstrucción. “Me dijeron que era para hacer casas con botellas, pero desde el primer día me di cuenta de que no tenía nada que ver y me copé”. Gustavo, al igual que sus compañeros, tiene proyectos personales con esta técnica. Contó que está haciendo una barbacoa en su casa. Asegura que “no ha gastado en nada, salvo en unos clavos y alambres”. Los vecinos de Gustavo no son indiferentes: “La tocan y no creen que es de barro”. A pesar de querer ser comunicador, aseguró que realizar este curso lo “cambió totalmente”, por lo cual piensa estudiar arquitectura en un futuro.

Andrés trabaja en la construcción convencional y una de sus aspiraciones es poder seguir en el rubro, pero con el barro como insumo principal. Se acercó al curso para “conectarse con la tierra”, y después de conocer el sistema dijo que se conectó aun más porque abandonó la lógica del consumo. “Morimos en la obra tradicional con mucho portland y sacrificio, eso complica bastante”, reflexionó.

Ana pensaba que iba a aprender sobre la pared de yeso o el hormigón armado, pero cuando le dijeron que se trataba de “volver a lo antiguo”, se interesó más. Para ella es importante rescatar el antepasado rural para cuidar la salud y el medio ambiente. Matías e Ignacio aseguraron que su interés por la bioconstrucción estaba desde antes del curso. Actualmente, Matías está mejorando su vivienda de madera revistiéndola con barro: “Con revestir unas paredes en invierno sentís el cambio, lo sellás bien, ya que en una casa de madera tenés agujeros por todos lados”.

Durante este año, se va a dar realojo a 120 familias del asentamiento donde ella vive. En 2010 se levantaron viviendas con una empresa constructora, pero según la estudiante, la gente no quedó conforme porque no estaba acostumbrada a vivir en un complejo. La idea de Luthien es enseñarles la técnica para que puedan construir ellos mismos.

Los estudiantes manifestaron que la bioconstrucción permite el trabajo en grupo, en el que todos los integrantes de la familia participan, y Ana completó: “Con 50 y pico de años estoy aprendiendo de estos gurises que rondan los 20, quieren trabajar de esto, se enchastran toditos y trabajan en equipo”. El grupo aspira a que se forme un centro de producción, donde se fabriquen bloques de tierra comprimida. La idea es transformar el conocimiento en trabajo, además de ayudar a quien lo necesite con sus construcciones.