-Usted pertenece a un linaje de poetas que relacionan más la diplomacia con la poesía, como Octavio Paz, o Neruda. ¿Cómo se concilian esos dos mundos?

-En realidad en el caso mío fue muy sencillo y es anecdótico. Estaba como subdirector de la Biblioteca Nacional en Bogotá y cuando el presidente Belisario Betancur, un hombre muy cercano a las letras, que fue fundador de la editorial Tercer Mundo, a raíz de que yo había publicado en el periódico El Tiempo un diálogo con Günter Grass ocurrido en México, me llamó por teléfono y me dijo "Mire Cobo, le voy a dar una opción: ¿usted quiere seguir hablando con Günter Grass en Berlín o prefiere irse a cuidarme a Borges en Buenos Aires?”. Yo le dije que prefería ir a cuidar a Borges, entonces de 1983 a 1990 fui agregado cultural en Buenos Aires, luego en el 92 agregado cultural en Madrid y finalmente fui embajador en Grecia, y ahí me retiré. En realidad, mi paso por la diplomacia tiene que ver con algo anterior: siempre fui un compulsivo de la comunicación, de hacer revistas, colaborar con otras, hacer antologías de poesía que enviaba a otros amigos. Es el caso de un poeta absolutamente singular, Ariel Canzani, que hacía una revista de poesía en un barco, y recorría el mundo en él, y en los puertos que tocaba convocaba a los poetas para hacer lecturas; un día apareció en la librería Buchholz, donde yo trabajaba en Bogotá, y me dijo que quería hacer una lectura de poemas y convocar a los poetas, y como yo estaba ahí como encargado, se hizo en la galería de la librería, que además tiene una peculiaridad: la hija de Buchholz fue la primera en llevar a Fernando Botero a exponer en Europa, en museos de Alemania; estoy hablando de 1968, más o menos. Ésa es una forma de hacer diplomacia. Los poetas que aparecíamos en una revista hecha en un barco conocimos a otros poetas que participaban en ese diálogo.

-¿La revista se llamaba Cormorán y Delfín?

-Sí, sí. Pero, sobre poesía y diplomacia hay dos ejemplos franceses muy destacados. Uno era Saint-John Perce, que fue diplomático al servicio del gobierno francés y gracias a eso, en parte, escribió sus grandes poemas de viajes, exilios, nieves, y luego perdió esa calidad por problemas políticos y de la guerra. Luego, el otro gran poeta fue Paul Claudel, que en la China hizo tanta creación. La diplomacia tiene que ver y no, en el sentido de que te da una forma de vida y la posibilidad de viajar. Luego, en relación con el país y sus mitos, el poeta tiene siempre un poco la mirada del niño que quiere saber realmente cómo se conformaron las cosas, cómo fue nuestra fundación, cómo fue nuestro nacimiento como nación. Eso implica en muchos casos ironía, mirada a través. Pero también implica un poco leer la historia desde la perspectiva de la poesía. En el caso colombiano es muy notable. En mi charla en la Universidad de la República hablaré a partir de la reflexión histórica de dos grandes poetas, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. La gente piensa que su concepción histórica es distinta, pero si uno lee bien, se ve que hay mucha afinidad. Ambos escritores piensan que lo que queda de la historia son ruinas y lo que subsiste es la poesía.

-La ironía es clave en su poesía, la articula.

-Siempre pienso la poesía a partir del deseo, del deseo como energía que te lleva a querer capturar las cosas del mundo, a tratar de ponerlas en tus líneas. Y si a partir de no conseguirlas uno puede pensar que la palabra es insuficiente, surge esa fractura que puede llevar a la ironía, pero también a la búsqueda de la reconciliación con la música, con la música que envuelve tanto al guerrero como al adversario. Cuando estás escribiendo siempre hay un objeto que no logras poner en palabras, hay una fugacidad de una musa que se te evapora y de ahí surge la gran poesía. En el caso de América Latina es indudable que se origina en Rubén Darío y luego viene esa poesía de huesos o esa poesía de oxígeno que se llama César Vallejo o Vicente Huidobro, o esa poesía material, terrestre, que es Pablo Neruda. Siempre vas a sentir que en todos esos casos habrá deseo, pero también ironía, tumulto, música y vacío, silencio.

-Otro de sus grandes temas es el erotismo, que lo acerca al discurso de Enrique Molina.

-Fui muy amigo de él, y escribí sobre él. Siempre me fascinó esa poesía que él definía con una expresión: tantálica, o sea, como que quieres agarrar todo el mundo. En una carta que me envió y que ahora he vuelto a ver me decía "es que siempre mi vida ha sido en punta y ya estoy al final de esa punta". Como que cuanto más te aproximas al eclipse o al crepúsculo o a la agonía, más intenso es el fuego, más vivaces son las sensaciones, más impacientes son los ojos, las manos, para saborear la textura terrestre. Por eso siempre me han encantado esos grandes poetas, como Enrique, algunos de los surrealistas...

-¿Aldo Pellegrini?

-Sí, pero no tanto, porque lo que admiro en él es otra vertiente, el ensayista que escribió esos dos libros sobre arte moderno, sobre el caso argentino y sobre el caso del mundo, pero sobre todo esa actitud de volver a poner en otra lengua Van Gogh, el suicidado por la sociedad, de Artaud, el traductor de la poesía surrealista y el hombre que era un médico que fue capaz de fundar un primer grupo surrealista en América a partir de cero y hacer esa Antología de la poesía viva latinoamericana que publicó Seix Barral y que para muchos de nosotros fue todo un deslumbramiento: estaban Olga Orozco, Madariaga, Carlos German Belli. Fue una llamada al orden, se nos abrieron los oídos.

-Usted también escribe desde el desamor, como en La musa inclemente.

-Sí, pero ése es un libro curioso, porque lo escribí en Grecia y me pasó algo muy singular, porque uno llega con la carga de que los mitos están allí, aunque uno no sepa cómo. Pero uno sentía que los griegos ya estaban fatigados de ser los griegos, pero eso no era óbice para que los padres llamaran a sus hijas "Clinmenestra" o "Electra" o como otros personajes de tragedia. Había una cotidianeidad en la que volvían a tocar tierra los héroes que bajaban de los montes sagrados. Entonces uno decía, ¿esto qué es? Grecia está en medio del conflicto de los Balcanes, siguen siendo gente que está en sus viejas tradiciones de comercio por el Mediterráneo, pero al mismo tiempo tienen que cargar el peso de tantas estatuas, de tantos mármoles, de tantos oráculos. ¿Y qué están diciendo los oráculos? ¿Dicen los valores de las bolsas? ¿O dicen que en un momento dado va a bajar un dios y te va a, con el solo roce, hacer sentir que todavía hay un efluvio de algo sagrado?

-Toda esta línea de poetas como Paz, Neruda, son muy buenos narradores orales. Usted también lo es. Y lo vinculo a su faceta crítica, en la que valoriza más la anécdota que la aburrida teoría literaria.

-Admiro mucho a Neruda, sin lugar a dudas, y obviamente a Octavio, claro, lo he leído con fervor y admiración desde El arco y la lira, El laberinto de la soledad, bueno, todos sus libros. Pero lo que veo cuando los miro despacio es que sus grandes poemas, como el Canto general de Neruda o el caso de "Piedra de sol" de Octavio, es que han llegado a la posibilidad de unir historia, política, espacio natal, civilizaciones precolombinas, actualidad contemporánea y por ellos siempre pasa el cuerpo de la mujer. Cuando tú lees "Piedra de sol" te das cuenta que la Guerra Civil Española, que la revolución mexicana, que el ciclo del planeta Venus, tienen que ver con una muchacha que atraviesa un patio. Y luego lees el Canto general y ves que son descubridores, conquistadores, libertadores y dictadores -ésa es la secuencia-, pero lo que lo recorre son las figuras, Manuelita de Bolívar, el general Francisco Miranda en Londres o los ríos de América. Es curioso cómo estos dos grandes poetas, pensando la geografía, asimilando la historia, debatiendo los conflictos y las contradicciones, hacen sólo poesía. "Piedra de sol" habla de Sócrates, habla de Trotsky, de la Plaza del Ángel en el Madrid del treinta y pico, de Madero en la revolución mexicana, pero de lo que está hablando es de que una muchacha sale de un colegio y atraviesa un patio.

-Habla también de Gerard de Nerval.

-Como debe ser. Descubrí en la casa de Neruda unas catorce ediciones de Nerval. Uno sabe que Las quimeras y Aurelia son los libros que abren las puertas de marfil y la puerta de cuerno. Es un romanticismo que retoma Grecia. Nerval, si no estoy equivocado, fue traductor de Goethe. Es romanticismo y clasicismo. La gente piensa que el romanticismo está obsesionado con sí mismo, pero también está interpretando el mundo.