Jorge Galemire es un artista que no necesita presentación, ya que ésta fue justamente por el 81, cuando editó su primer disco solista, al que precisamente tituló Presentación. No obstante, tampoco por los 80 era una cara nueva para la música uruguaya, porque el Gale ya era conocido por estos lares, fracción de la generación del 71, por su guitarra, sus arreglos, sus canciones, su voz, además de su presencia en la cocina de discos claves de la música nacional -y por qué no regional- como Hoy canto, de Gastón Ciarlo, o Sansueña, de Eduardo Darnauchans, que lo han convertido en una figura mayúscula de la música nacional. Sin olvidarnos de los innumerables proyectos colectivos de los que formó parte, como Epílogo de Sueños, Aguaragua, El Syndikato, Los que iban cantando, Nosotros tres, Repique, Los Championes y Polyester, entre otros, que avalan una intachable -aunque discontinua- trayectoria que le otorga al pasar el merecido mote de “maestro”. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, y en 2011 -el 25 de marzo- con motivo de una entrevista nos decía sobre sus trabajos: “Hay unos discos que para mí son muy queridos y que están en una especie de limbo de edición y de recuperación. Solamente se pueden encontrar con cierta facilidad Presentación, que reeditó la revista Posdata, y de pronto Casa en el desierto, que fue la última edición en el año 1991, antes de que me fuera del país. Ésos son los únicos discos que te podría decir que se pueden encontrar. Después están Segundos afuera y Ferrocarriles, del año 84 y 87 respectivamente, que están en poder de EMI, dueño de todo el catálogo que perteneciera al sello Orfeo. Hay otro que está en posesión de Neil Weiss. Es un disco que arranqué a grabar cuando empecé a volver, por el año 2002, 2003, 2004. Un disco de estudio terminado en 2004 que desde entonces vive en el limbo particular de quien fuera su productor, Neil Weiss, y que parece no querer editarlo. De modo que está aún inédito. Hay versiones de temas antiguos y fundamentalmente canciones nuevas. Las que hice en todo ese período en que no grabé, de 1991 a 2004. Es en formato acústico, con un personal que es una maravilla: Gustavo Etchenique en batería, Fernando Núñez en tambor piano, Hugo Fattoruso en acordeón, Andrés Recagno arreglando los coros, Federico Righi en bajo, Rafael Antognazza en coros, Nicolás Mora en guitarra y bandoneón, en fin... un montón de gente que para mí es un lujo” (ver http://ladiaria.com.uy/UBe) .

Hoy la situación no ha cambiado con respecto a sus reediciones, salvo porque el disco que permanecía inédito es hoy el flamante Trigo y plata, editado finalmente por la gente de Ayuí; un disco que se terminó de masterizar en 2005 y permaneció dormido en un estante durante un largo tiempo. Trigo y plata fue generado y producido por el norteamericano Neil Weiss, quien a finales de los 90 editó varios discos de artistas nacionales, con la finalidad de insertarlos en el circuito de la world music, y entre los que se encuentran discos muy importantes para nosotros como Montevideo I y II, de Rubén Rada (1997 y 2001), Homework, de Hugo Fattoruso (1998), Candombe, de Grupo del Cuareim (1999), Trío Fattoruso, del Trío Fattoruso (2001), Eslabones, de Leo Maslíah (2001), y La conversa, de Nico Mora (2002). Discos que probablemente para Weiss no lograron su cometido comercial pero de un nivel artístico inmejorable. Y el Gale llegó tarde, aunque paradójicamente hoy podamos hablar de uno de los mejores discos editados en lo que va del año. Es más, Weiss tiene en su poder algunos discos más en ese limbo, pero no podemos perder de vista que detrás de todo esto hay un negocio que debe ser rentable, el de la industria musical y los sellos discográficos, que no necesariamente tienen que ver con la calidad musical del producto en cuestión. Hoy el disco está en la calle porque en un acto de infinita justicia el señor Tony Henderson compró el máster y Ayuí lo puso en la calle. Y muy probablemente no haya intención de ninguna de las dos partes de recuperar la inversión, al menos a primera vista, sobre todo porque hace ya tiempo que los discos no son un negocio productivo.

Aunque aquí el problema es otro y es latente, teniendo más que ver con cómo nos podemos permitir que un artista como Galemire, al que se considera maestro y referente, se pueda dejar en ese limbo durante tanto tiempo, afectando así los naturales procesos creativos, una vez más en manos de la industria. Trigo y plata es un disco que dentro de algunos años se considerará referencial y alguno se llenará la boca hablando de él.

Vale preguntarse: ¿dónde estaban los demás actores de esta película durante este tiempo? Se puede recordar que en los 80 se dejó fuera del mercado a La fuente de la juventud, de El Príncipe, hoy reverenciado dentro y fuera de fronteras. ¿Dónde está el candombe canción y toda esa corriente? ¿Por qué en un promedio de 200 discos que se presentan anualmente en los premios Graffiti es tan difícil formar una categoría como “candombe fusión”? ¿Dónde está la difusión? ¿Por qué va tan poca gente a ver a estos músicos? Evidentemente no hay una respuesta clara para todas estas preguntas.

Con “Los días que vendrán” en clave de candombe subliminal comienza este disco y dice: “Llueve/ sobre el/ vidrio mojado/ de un autobús que va/ hacia el aeropuerto nacional./ Ella/ memoriza el paisaje/ borronea el adiós/ de toda su vida anterior./ Y se inventa así/ que en otro lugar será feliz”. Trigo y plata contiene 13 canciones de autoría de Galemire, en las que aparecen parcerías con Fernando Ulivi, Mauricio Ubal, Eduardo Darnauchans, Luis Campos y su mujer Vicki Fiske. Canciones en las que el pop se arropa entre bases de samba o bossa, o marcha camión y samba, como en la hermosa e hipnótica “Sin red”, o bien en el candombe ya mencionado de “Los días que vendrán”, con la batería acentuando un tambor piano y una armónica -que particularmente me transporta a Stevie Wonder- surfeando entre la canción y desplegando swing, y que se hace más claro en temas como “Bogart café” y “Los desencuentros”, entre bandoneón y batería, haciéndose explícito a pura lonja en “Si es por eso” y “La melodía”. Pero como no sólo del candombe vive el hombre, también aquí hay lugar para el pop jazzy de “Carta sin abrir” -se recomienda ver el videoclip-, en la que las guitarras comulgan con los palos de Etchenique y es impresionante, como también lo es la balada “Reina de corazones” sobre un texto de Eduardo Darnauchans musicalizado por Galemire. En fin, podría seguir insistiendo muchas líneas más sobre las bondades de este pequeño objeto y la grandeza de la obra del artista en cuestión, pero la verdad es que ya es tiempo de simplemente correr a comprarlo.