“Luchó tranquilamente contra la leucemia durante varios años, sin hacer mucha alharaca. Hasta sus últimos momentos continuó con lo que hacía mejor: mantenerse actualizado. En su mesa de luz había una gran pila de diarios”, dijo ayer Julia Hobsbawm. Eric, su padre, había nacido en Alejandría (Egipto) en 1917, por entonces colonia del Imperio Británico. Educado en Viena y Berlín, terminó de formarse en Londres, adonde su familia, de origen judío, se trasladó tras la toma del poder por parte de Hitler.
Habla la Ilustración
"El proyecto político de la izquierda es universalista: es para todos los seres humanos. Interpretemos como sea las palabras, no es la libertad para los accionistas o los negros, sino para todos. No es la igualdad para todos los miembros del Garrick Club o los minusválidos, sino para todos. No es la fraternidad sólo para los estudiantes de Eton o los gays, sino para todos. Y la política de la identidad no es esencialmente para todos, sino para los miembros de sólo un grupo específico. Esto es totalmente evidente en el caso de los movimientos étnicos o nacionalistas. El nacionalismo judío sionista, simpaticemos o no con él, es exclusivamente de judíos y ahorca -o más bien bombardea- al resto. Todos los nacionalismos lo hacen. Es falso el reclamo nacionalista de que están a favor del derecho de todos a la autodeterminación" (En "La política de la identidad y la izquierda", 1996).
"Marx estaba en lo cierto cuando predijo la formación de grandes partidos políticos de clase en determinada etapa de industrialización. Pero estos partidos, si eran exitosos, operaban no sólo como partidos obreros: si querían expandirse más allá de una clase estrecha tenían que funcionar como partidos populares, estructurados en torno a una organización creada por, y para cumplir los objetivos de, la clase obrera. [...] Hoy el declive de los trabajadores manuales como clase en la industria parece terminal. Hay, o habrá, mucha gente realizando trabajo manual, y su defensa es una tarea prioritaria para todos los gobiernos de izquierda. Pero no puede ser la base de sus esperanzas: ya no tienen, ni siquiera en teoría, potencial político, porque carecen de la capacidad de organización de la vieja clase obrera. Hay otros obstáculos: uno es la xenofobia [...]. Segundo, gran parte del trabajo manual [...] es temporal: estudiantes o migrantes, trabajando en catering. No es fácil tomarlos como potencialmente organizables. La única forma de trabajo manual pronta para organizarse es la que emplean las autoridades públicas, y eso porque se trata de una autoridad políticamente vulnerable". (En entrevista para The New Left Review, 2010, consultado sobre la organización futura de la clase obrera).
"En Latinoamérica la política y el discurso público todavía se manejan en términos de la vieja Ilustración: liberal, socialista, comunista. Allí hay militares que hablan como socialistas, que son socialistas. Hay fenómenos como Lula, basado en un movimiento obrero, y Morales. Adónde van es otro problema, pero el viejo lenguaje todavía puede hablarse allí. [...]. Creo que América Latina se benefició de la ausencia de nacionalismo étnico-lingüístico y de divisiones religiosas; eso hizo más fácil mantener el antiguo discurso". (También en The New Left Review).
Hobsbawm desarrolló su carrera académica en Inglaterra, y la interrumpió durante la Segunda Guerra Mundial para servir en un batallón con cometidos educacionales. Estaba afiliado al Partido Comunista desde sus tiempos como estudiante en Alemania, y siguió perteneciendo a él hasta su disolución: “Yo no abandoné al partido, él me abandonó a mí”, solía decir.
Exilio, guerra y revolución: Hobsbawm fue, no sólo por su longevidad, un testigo ubicuo de su época, pero no acometería inmediatamente la tarea de registrarla. Lo hizo en una obra tardía (de 1997), “The Age of Extremes: the short twentieth century, 1914-1991”, traducida al español como “Historia del siglo XX”, que marcó su pico de popularidad. Nuestro país no escapó a su encanto, que se acentuó cuando Hobsbawm pasó por Montevideo en julio de 1999 para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de la República; dos meses después el historiador escribió al entonces presidente Julio María Sanguinetti para pedir que abriera la investigación sobre la desaparición de los familiares del poeta Juan Gelman.
Si en “Historia del siglo XX” Hobsbawm se refería al “siglo corto” -el que va desde la Primera Guerra Mundial al desplome de la Unión Soviética-, antes había acuñado la expresión “siglo XIX largo”. Este período tendría inicio en la Revolución Francesa y fin en 1914; lo abordó en tres tomos que publicó entre 1971 y 1987 y que se consideran, junto al ya mencionado, el núcleo duro de la obra hobsbawmsiana.
En esos cuatro libros se ven claramente algunas de las virtudes que Hobsbawm poseía fuera del salón de clase, donde se dice que era tan atrapante como atento: se trata de brillantes exposiciones de datos y opiniones encadenadas a la manera de un relato entretenido y convenientemente alejadas de las pesadeces del estilo académico. La gracia de la pluma de Hobsbawm consigue echar nueva luz a hechos ya conocidos por el lector: se trata, sobre todo, de su interpretación, de su capacidad para, bajo la tutela de Marx, dar sentido a estos tiempos.
Esa tarea implicaba, obviamente, estudiar los antecedentes, y de allí la especialización de Hobsbawm en el siglo marcado por dos transformaciones “liberales” como la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Pero también significó una labor de reinterpretación positiva de movimientos de protesta previos a la época de las grandes organizaciones sindicales y partidarias. El primer libro publicado por Hobsbawm está dedicado a esos “Primitive Rebels” (1959) y volvería al estudio de expresiones marginales de descontento con “Bandidos” (1969). Desde esta óptica que contempla lo heterogéneo fue también capaz de rastrear las relaciones entre vanguardias artísticas e izquierda a lo largo del siglo XX. Él mismo mantuvo, bajo seudónimo, una extensa carrera como crítico de jazz.
Colegas de distintas coordenadas ideológicas coincidían en señalarlo como el más relevante historiador contemporáneo, teniendo en cuenta la ambición de su trabajo y la profundidad con la que lo encaró; la calidad de su manejo de las fuentes, central para la labor historiográfica, no admitía discusiones. A su vez, fue blanco de numerosas críticas, no tanto por su filiación marxista como por su fidelidad al Partido Comunista de la Unión Soviética. Especialmente, le fue cuestionada su benigna evaluación de las violaciones a los derechos humanos ocurridas en ese país, que no consiguió esclarecer en la autobiografía “Años interesantes: una vida en el siglo XX” (2003).
Por ejemplo, su colega Tony Judt (fallecido el año pasado), comentó: “Hobsbawm se aferra a una ilusión perniciosa de la Ilustración tardía: que el sacrificio humano vale la pena si uno puede asegurar un final benigno. Pero una de las grandes lecciones del siglo XX es que eso no es verdad. Es un escritor de una lucidez asombrosa, pero parece ciego a la abrumadora escala del precio pagado”.
Como académico, Hobsbawm podría contestar a Judt con palabras similares a las que usó hace dos años en una entrevista para The New Left Review: “Éramos un grupo que quería resolver problemas, preocupados por los grandes temas. Relegamos otros asuntos: estábamos tan en contra de la historia tradicionalista, centrada en los privilegiados, o aun de la historia de las ideas, que las rechazamos en todo. No era sólo una posición marxista: era la aproximación general que adoptaron los seguidores de Weber en Alemania, los que venían de la escuela de los Anales en Francia y por los científicos sociales estadounidenses”.
Como hombre político, escribió en “Años interesantes”: “Pertenezco a una generación para la que la revolución de Octubre representó esperanza para el mundo”.