El personaje del beodo brillante fue desde los orígenes uno de los motores más efectivos de la comedia (y de la tragedia, pero mejor no salir de tema). Lo evidencian, entre miles, Calidámates (“Mostellaria” o “La comedia del fantasma”, de Plauto) y Elwood P. Dowd (“Harvey”, la película dirigida en 1950 por Henry Koster e interpretada por el fabuloso James Stewart), pasando por Falstaff (“Enrique IV”, “Enrique V” y “Las alegres comadres de Windsor”, de Shakespeare del que, justo esta semana, Levón dio un ejemplo exuberante, chispeante y juguetón en el último estreno de la Comedia Nacional, “Enrique príncipe y Rey”, por Héctor Manuel Vidal). Será la infinidad de posibilidades plásticas que el movimiento ondulante de los cuerpos en estado etílico promete, eso que seduce a dramaturgos y público por igual, o la imprevisibilidad que la pérdida parcial de las capacidades motrices ofrece en escenarios o ante la cámara; será la infinita gama de tonos de voz, el pasaje del susurro cómplice al grito desaforado, o el peligro de la o de muchas verdades denunciadas a los cuatro vientos.
Con el monólogo “Todo bien, bo!”, el actor, director y autor Jorge Esmoris se inserta en esta tradición ilustre: llega a la sala Undermovie, de Montevideo Shopping, cargando un perchero de madera que amenaza con golpear las cabezas del público -ya armado de pop y mojitos- como en las antiguas comedias slapstick. Y explicita luego, tambaleándose y arrastrando la voz, el lugar de este encuentro compartido: el boliche. Es decir, el boliche de antes, tradicional, de las interminables charlas y complicidades entre amigos, de personajes característicos, en definitiva, el boliche de una sociedad que ya pasó, como espacio nostálgico -y nada mejor para la nostalgia que unas copas de más.
Variante más risueña de “Esmoris Presidente” y “Spa”, sus monólogos anteriores, quizá por ese in vino veritas como filtro, “Todo bien, bo!” entreteje sentido común y reflexiones sagaces sobre la realidad (divertidísimo el análisis sobre la división por clases sociales instaurada entre las bolsas de nylon) a citas de la “alta” cultura (también desopilante, para mantenernos en el campo de las estructuras del poder, el sistema de (dis)asociación de ideas que lleva al personaje a recordar, para citarlo luego, al francés Montesquieu). “Trato de informarme mucho, de captar situaciones de la calle, de leer […]. Con el tiempo voy juntando ideas y episodios que, con humor, me resultan significativos, y luego los voy agrupando en el argumento. Luego es importante hacerlo comprensible, y humorístico, porque como decía Dostoievski, todo puede ser visto a través del absurdo”, dijo en una entrevista de El País, a propósito de “Spa”, y esa estructura de temas enganchados inteligibles y graciosos a la vez, se mantiene en “Todo bien, bo!”
La comicidad, además, no olvida atacar en parte al propio género cómico: entre las observaciones sobre los usos del lenguaje, una de sus áreas preferidas, aparece la sustitución inútil de la expresión stand up (de la que el Undermovie es uno de sus promotores principales en nuestro medio) por el viejo y simple monólogo de humor. Y aunque los entendidos del género stand up podrían poner el grito en el cielo, aduciendo mil y una diferencias entre las dos formas, importa más cómo Esmoris convierte la mera deliberación en dispositivo escénico: el balanceo constante del actor (concretamente, una pierna fija al piso y la otra moviéndose durante la hora y media que dura el espectáculo) como reacción física sostenida a ese stand up.
Contra el “estar parado” y firme, se propone un más interesante estar perpetuamente en movimiento, al borde de la caída. La discordancia entre su discurso cuidadosamente ordenado (en el que entra el “bo” del título como elemento accesorio, casi rítmico) y los movimientos vacilantes de su cuerpo delgado son la clave de un humor ameno e inteligente. A diferencia de la conocida salida de Groucho Marx (uno de los preferidos de Esmoris), “desde el momento en que tomé su libro y hasta que lo dejé, me morí de la risa. Algún día espero leerlo”, risa y espectáculo aquí van juntos. Y merece la pena verlos.