La edición del libro y DVD "Intro", de Fernando Cabrera, es un acontecimiento desde varios puntos de vista; por un lado, es el primer libro de poesía -si no se cuenta como tal a "56 canciones y un diálogo" (1992)- de alguien reconocido por la calidad literaria de sus letras; por otro, también es su primer disco de versiones en vivo propiamente dicho (el compartido "Mateo y Cabrera" -1987- había sido grabado en vivo pero consistía en buena parte en canciones nuevas y el histórico “Ámbitos" -2008-, junto a Eduardo Darnauchans, era más que nada un disco pirata oficializado). Entonces se trata de una obra doble que merece ser revisada en cada uno de sus aspectos.

"Intro" es un objeto muy atractivo, a medio camino entre un libro y un CD o DVD, que comienza con un conjunto de más de 60 poemas de mediano largo, sobre los que no se ofrecen datos de su período de composición.

El Cabrera poeta no difiere mucho del Cabrera letrista; ahí están sus referencias brumosas locativas, sus estudios algo distanciados del entorno y, tal vez aún más presente que en sus discos, su extraño romanticismo sin filtros. Algunos de los poemas, como “Nos vemos” o “Portero dejame entrar”, tienen una métrica tan homogénea y tantas rimas internas que cabe suponer que en algún momento tuvieron destino de canción y es fácil reconocer algunas de las inflexiones -tanto formales como temáticas- habituales en sus discos. Es decir, no hay un divorcio estético como el que planteó Chico Buarque entre sus novelas y los textos de sus canciones, ni claras diferencias de estructura como los poemas de los libros de Leonard Cohen y los que musicalizó, sino una continuidad que más que nada se distingue por su obvia diferencia: unos textos son para ser leídos y los otros para ser escuchados.

Esta diferencia de perogrullo suele ser olvidada entre los que atribuyen méritos de poeta a cualquier escribidor de letras más o menos rimadas, pasando por encima de que lo que define lo poético de un texto es exclusivamente el texto mismo y que los aportes de la música y la voz suelen enriquecerlos pero también condicionar la lectura. Por ejemplo, es casi imposible no pensar en el Cabrera de humildad dolorida de “Yo quería ser como vos” al leer “Los amigos dominantes” (“No sé qué vieron en mí / aburrido acompañante / posiblemente la paz / que no pide ni interpela / incapaz de disputar / el asiento de adelante”), pero sin el timbre tembloroso de su voz surgen lecturas irónicas que no se podría aventurar en “Yo quería ser como vos” por la simple tristeza de la entonación y la melodía.

Por otra parte, leer textos desconocidos de Cabrera sin escucharlo de alguna forma resalta aspectos de su lírica siempre presentes en su música pero no siempre evidentes en las letras por su hiperexpresiva forma de cantar. A pesar de sus parentescos rockeros y de su evidente influencia de la escuela de experimentadores de la canción urbana, Cabrera siempre ha representado una rara síntesis montevideana de la lírica del folclore y del tango, entrelazadas hasta formar un todo indistinguible, bajo una pátina de modernidad (sin embargo, profundamente atemporal) que sirve como amalgama.

Se le puede buscar todo tipo de conexiones con escritura de contemporáneos algo mayores y también brillantes, como Eduardo Darnauchans o el mejor Jaime Roos, pero la escritura de Cabrera es única y aunque remite a la de la gran poesía de la milonga o el arrabal, está desconectada de un entorno tan definido como para hacerlo parte de un género. Cabrera es esencialmente un poeta de Montevideo y sus aledaños costeros, pero nunca parece celebrar los rasgos distintivos de la capital y sus habitantes, sino rescatar entre ellos los lugares y gestos que emergen en su sensibilidad privada. Aunque se conozcan las locaciones y referencias, se vuelve difícil la identificación inmediata de la memoria visual, porque remite permanentemente a un paisaje interior que no depende de la referencia a un barrio o a una calle, sino a construcciones emotivas a partir de recuerdos en conflicto con actualidades. Puede parecer un contrasentido, pero tal vez los textos de Cabrera sean más inmediatos para alguien que no reconozca sus referencias y que simplemente salte directo en los remolinos que éstas despiertan.

En vivo en silencio

El libro se completa con un DVD que puede considerarse parcialmente en vivo, ya que recoge un recital en un estudio de grabación (en los legendarios estudios Ion de Buenos Aires). Este DVD se plantea como una recopilación de varias de las composiciones más distintivas de Cabrera, repasadas en versiones acústicas por su autor. Un objeto en apariencia complementario del libro, como si fuera un bonus de greatest hits, pero que es mucho más que eso y se convierte en algo tanto o más importante que el libro al que acompaña.

Ni la breve participación del musicalmente siempre moderado Kevin Johansen, ni la presencia de varios éxitos en el repertorio ni el carácter unplugged del disco significa que “Intro” sea realmente el disco “accesible” o amable que muchos le reclaman. La reducción casi absoluta de los timbres a la voz y a la guitarra (ésta sin variaciones de efectos) pueden hacer que sea percibido como un disco con escasas variantes de sonido, y la interpretación vocal del Cabrera maduro -con menos agudos pero mayores cambios expresivos-, sumada a una técnica guitarrística llena de síncopas, pausas y variables arreglísticas, hace que sea un disco árido -incluso desprolijo- para quienes esperaban una versión de Cabrera de fogón o simplificada para suplir la ausencia de otros timbres.

Pero no: éste es un disco del intérprete de “Canciones propias”, dedicado a reversionarse a sí mismo en un plan aún más minimalista que en aquel magnífico conjunto de visiones propias de temas ajenos, y más que a los lujosos unplugged a los que nos acostumbró en su momento MTV, recuerda al enorme “Fragments of a Rainy Season” (1992), de John Cale, en el que el visionario galés revisaba su carrera y sus complejos temas reduciéndolos a interpretaciones descarnadas y solitarias en el piano o la guitarra.

Las versiones son siempre atendibles, ya sea que el resultado final compita mejor o peor con las originales; así, la bellísima y serena “Por ejemplo” suena un poco desnuda de más sin el apoyo de Eduardo Mateo (u otro cantante) en segunda voz; por el contrario, “Pandemonios” -una de las mayores piezas del repertorio de Cabrera y, por lo tanto, de la música uruguaya de las últimas décadas- adquiere cierta furia que llega a modificar el estado de ánimo desolado que el tema irradia. “El tiempo está después” demuestra la fortaleza de su melodía, ya que puede abstraerse de sus arreglos previos sin perder complejidad. Otras, como “La casa de al lado” (tal vez el éxito más improbable, en relación a su melodía más bien oscura, que haya tenido Cabrera), parecen simplemente haber sido compuestas para este formato.

El repertorio está elegido con olfato y excelencia en su combinación de canciones conocidas -como las ya mencionadas o “Viveza”- con otras menos difundidas pero de igual estatura, incluyendo la estremecedora “Lisa se casó”, que Cabrera presenta como una canción psicológicamente difícil y, aun sin tener la menor idea acerca de la anécdota referida en la letra, no cuesta imaginarse situaciones equivalentes de futuros clausurados y presentes insoportables.

Para quienes admiramos la capacidad y la personalidad de Cabrera como instrumentista, algo que a veces pasa desapercibido por su nula tendencia a “pelar” o a hacer ejercicios de virtuosismo, la filmación frecuente en pantalla dividida entre su guitarra y su rostro en paralelo permite desentrañar arreglos sutiles, de ésos que frustran a cualquier guitarrista mediocre a la hora de sacarlos y cuya exposición visual es realmente bienvenida.

En resumen: no hay nostalgia en las versiones de este poeta de la nostalgia. Hay una colección de grandes canciones revividas por un intérprete que se niega a reproducirlas en automático y prefiere tocarlas como si las estuviera descubriendo por primera vez. Sumado a los textos que “Intro” estrena, da, ante todo, el testimonio de un artista maduro pero intensamente vivo. En tiempos en que la calificación de “artista” se utiliza con tanta generosidad que suele atribuirse a personajes apenas capaces de hacer la mímica de un videoclip, el contacto directo con tanta vitalidad, tanta mutación hasta frustrante de emociones que llevan décadas en el aire, tanto desafío al escucha ya convencido, lo que puede encontrarse en “Intro” es casi una lección práctica de lo que diferencia a un auténtico artista de las legiones de fantasmas limitados a reproducir una y otra vez su mejor momento.