Escritores, editores, periodistas, artistas plásticos y público en general esperaron el jueves por Bellatin y Achugar, quienes a la hora indicada en la programación no daban señales de vida. La inquietud recorría el Salón Dorado de la Intendencia de Montevideo: “¿vendrá?”, “¿alguien sabe si está en Uruguay?”. Para tranquilizar a los apocalípticos, al rato el escritor Rafael Juárez, que se había contactado ya con Bellatin, confirmó su presencia en el país. Pero el mexicano seguía sin llegar y un grupo de señoras, ya ubicadas en sus asientos, especulaba con la posibilidad de que cada uno de los que ingresábamos al recinto fuésemos Mario Bellatin. “Es ése de bigote”, “aquél de flequillo”, “el de musculosa fucsia”. Así, yo tuve también la chance de ser Mario Bellatin, al igual que otros, hasta que después de muchos intentos una señora dijo: “creo que es aquel pelado”. Efectivamente era el mexicano, que ingresaba al salón acompañado por el director de Cultura.

La apertura de la actividad estuvo a cargo de la presidenta de la Cámara del Libro, Alicia Guglielmo, quien en nombre de la cámara le entregó una medalla a Bellatin, luego de una presentación de Achugar que hizo énfasis en el carácter libre que tiene la literatura del mexicano. El docente y poeta uruguayo admitió haber conocido tarde la obra del mexicano gracias a un alumno, y estableció un diálogo posible entre la obra de Bellatin y la del argentino Alan Pauls o las ideas del artista polaco Tadeusz Kantor.

Bellatin, por su parte, agradeció la medalla, la invitación y las palabras de Achugar. Contó cómo fue su anterior encuentro con él, en el marco de un congreso sobre posmodernidad realizado en Cuba en la década del 80. Reveló la inmensa y saludable sorpresa de que en medio de la fuerte polarización que vivía la isla, que obligaba a tomar partido a favor o en contra de la revolución y a mirar con lupa todo tipo de detalles para detectar un opositor o un compañero, Achugar fuera vestido con una remera Lacoste. Más allá de esa observación, Bellatin destacó que aquella intervención de Achugar le sirvió para reafirmar su búsqueda de verdades pequeñas en una sociedad de grandes verdades binarias. “Binarismo que hasta hoy continúa y afecta lo que uno escribe. Cuando estuve en Perú había que ser Vargas Llosa o indigenista. Luego en México había que optar por Octavio Paz o Carlos Fuentes”, contó.

Sus años en Cuba fueron rememorados en varios momentos de la conferencia, ya fuera por su paso por la escuela de cine de San Antonio de los Baños o por ser el lugar en el que tomó fuerza la idea de que por sobre todas las cosas quería ser escritor. En este sentido, resultó muy curioso e interesante el relato sobre su máquina de escribir de esos años, que resultó ser la única de la cuadra. Todos los vecinos se la pedían para llenar solicitudes y otros trámites, y no le quedó otra alternativa que poner un horario diario para el préstamo.

Aunque estudió cine en la isla, nunca estuvo directamente vinculado a esa actividad. Esta relación distante entre el escritor y el cine conoció dos excepciones recientes. En 2011, el cineasta encargado de la editorial Entropía y escritor Gonzalo Castro filmó "Invernadero", un documental sobre la vida de Bellatin con el propio escritor como protagonista. Este año el mexicano y la compositora Marcela Rodríguez (pareja del filósofo uruguayo radicado en México, Carlos Pereda) realizaron "Bola negra", un musical filmado en Ciudad Juárez, con habitantes de esa ciudad considerada una de las más peligrosas de México. “Contratamos niños y jóvenes, los cuales son en este ambiente víctimas o victimarios, muertos o sicarios”, dijo el escritor.

El hombre y su doble

Inevitablemente, Bellatin se refirió al Congreso de Literatura Mexicana realizado en Francia hace nueve años. Le encargaron la organización y aceptó, pero luego decidió imponer una variante muy significativa: en lugar de llevar autores importantes, entrenó a cuatro personas para que fueran en representación de los escritores. Entre otras cosas, a estos dobles que no se parecían físicamente a los originales les hizo memorizar a cada uno diez temas importantes sobre la actualidad de la literatura mexicana. De ese modo, por ejemplo, Margo Glantz resultó ser un joven estudiante de derecho y Salvador Elizondo una artista plástica. Así lo comentó en Montevideo: “Los concurrentes me reclamaron y justamente era lo buscado. Ahí se ponía en juego el problema. ¿Qué buscaban? ¿Cómo se viste Margo Glantz? ¿Cómo habla, cómo defiende? ¿Un autógrafo? ¿O quieren escuchar los 40 temas de la literatura mexicana en este momento? Quise comprobar si el texto puede sobrevivir a su autor, o al menos a esa aura maldita en torno a la figura de un escritor”.

Luego de narrar estas dos experiencias, Bellatin hizo una aclaración sobre la que constantemente regresaría, incluso en la presentación del sábado: no se trata de ser una especie de artista renacentista que es a la vez cineasta, escritor, músico y director teatral. Bellatin afirma una y otra vez que es un escritor. El cambio de formato o de soporte de su creación constante obedece a la necesidad de la narración, la cual a veces no cuadra en los esquemas de un libro y pide ser vehiculizada de otro modo: “Con Bola negra pude comprobar cómo a partir de otro arte se puede apreciar de manera mucho más clara lo que uno está haciendo en la escritura; con la película pude responder de forma más precisa a mis búsquedas con la escritura”. Más adelante dijo: “A veces el papel y el lápiz no alcanzan para contestar preguntas que uno se va haciendo mientras escribe”.

Al igual que en la entrevista publicada el viernes 5 de este mes en la diaria, Bellatin se refirió al llamado boom latinoamericano. En ambas instancias manejó la idea de que fue una etiqueta absolutamente forzada que intentó agrupar a grandes escritores que estaban produciendo pero que ni siquiera se conocían ni se leían entre ellos. Casi al contrario: Bellatin cree que desde el momento en que empezaron a uniformizarse, a responder igual sobre la literatura, y posteriormente a reaccionar de manera semejante a través de sus obras, el nivel artístico de los del boom cayó estrepitosamente. Dicho de otro modo: cuando el texto ya no pudo desembarazarse del autor, la literatura perdió. Probar si un texto puede vivir más allá del autor fue también una de las intenciones del Congreso de Literatura Mexicana: “El autor propiedad de su obra acorrala al lector”.

Al terminar su intervención alguien le preguntó sobre lo que el autor llama “los 100.000 libros de Mario Bellatin”. El mexicano respondió que el proyecto consta en llegar a los 100 libros publicados y de cada uno de ellos hacer artesanalmente 1.000 ejemplares. Obedece a evitar algo muy común en aquellos escritores de larga carrera: perder el rastro de sus novelas, de su estado legal, de los ejemplares, en algunos casos hasta del propio texto. De esta manera, en cambio, toda su obra estaría viva y el propio autor estaría constantemente disfrutando de lo que ha creado. “Ya no cuento mi vida en años sino en libros, espero no morirme en el libro 61; de algún modo el 100 también es una motivación para seguir vivo y escribiendo”, dijo.

Segunda encarnación

El encuentro del sábado contó con menos público que el primero y Bellatin se mostró más suelto y distendido. El temor por su ausencia, además, había desaparecido, porque esta vez la mayor parte de la concurrencia ya sabía cómo era físicamente el mexicano e incluso hubo oportunidad de verlo fuera del salón antes de la hora del encuentro. ¿Pero no se trataría igual de un doble? La cara y la cabeza del escritor lucían un tono rojizo, quizá fruto del traicionero sol montevideano.

El presentador en esta ocasión, Felipe Polleri, comenzó leyendo una vieja nota sobre el libro “Shiki Nagaoka: una nariz de ficción” (2001), publicada hace unos años en El País Cultural. Allí destacaba la falta de solemnidad y la perfecta convivencia entre el humor y lo sorprendente o inesperadamente oscuro en el relato de Bellatin. Posteriormente destacó lo prolífico del mexicano y la versatilidad de géneros y artes empleados, a lo cual Bellatin respondió de modo similar a como lo hizo en la conferencia del jueves. Polleri hizo su propia versión de “El libro uruguayo de los muertos” (último libro de Bellatin) en el que se despachó contra la idiosincrasia de “lo uruguayo”, mencionó el carácter desmesurado de los proyectos emprendidos por el mexicano y finalizó diciendo que “tenemos que tener proyectos 
demenciales”.

Bellatin basó su presentación en torno a su condición de escritor desde toda la vida. Contó la historia de la publicación de su primer libro y de cómo en un momento era un obstáculo para seguir escribiendo, por lo que debía publicarlo sí o sí. De cómo vendió 800 bonos de prepublicación de una obra sin importar lo que le dijera la gente, sólo movido por el gran objetivo de publicarla. Al conseguir vender los bonos entre la comunidad universitaria peruana, tuvo que volver a contactar a los 800 compradores para avisarles que debían ir a canjear el bono por su libro, lo cual llevó a que la presentación se llenara y convocara la atención de la prensa, todo sin un libro publicado, ya que el libro fue lo último en llegar, y cuando llegó ya tenía todo un interés alrededor. “Eso me ayudó a sobrellevar esa etapa oscura de la previa a la publicación del primer libro, donde peor que el hambre o la poca perspectiva de poder vivir de lo que uno escribe, está el oprobio social que significa ser escritor. Todos te hacen sentir y pagar la osadía de salirte de la media social”.

Por último, contó su experiencia en la escuela que fundó en México, la Escuela Dinámica de Escritores. Esta especie de antitaller de escritura acompaña a los autores en lo que Bellatin considera un gran problema: tener algo para escribir. Durante dos años se intenta aliviar ese problema, acompañar a la persona en ese proceso. Hay una sola prohibición: escribir.