Fue el viernes en el liceo 18 del Prado de Montevideo. Cerca de 20 adolescentes que cursaban 1º a 3º estaban sentados en ronda en un pequeño salón de la planta alta, cuyas paredes guardaban cierta prolijidad en relación al resto de los salones, porque en él se desarrollaron las pruebas PISA; los acompañaban tres talleristas de El Abrojo y la Agencia Voz y Vos, con quienes han trabajado durante buena parte del año.

Una de las temáticas que abordaron durante ese transcurso fue la de los medios de comunicación y el tratamiento que hacen de las noticias que involucran a adolescentes. Ése fue el motivo por el que resolvieron invitar a algún periodista a que respondiera una serie de preguntas que habían preparado. La pizarra blanca delataba parte de esa preparación previa, con datos básicos escritos con letras azules.

Arrancaron con las preguntas más simples: “¿Tiene hijos?”; “¿de qué cuadro es?”; “¿graba las entrevistas?”. Tenía pocos datos de los entrevistadores, pero me había alcanzado con ver un corto audiovisual que habían elaborado en el taller donde planteaban que en los medios “siempre se escucha y se ve lo mismo” y afirmaban “queremos decir cosas diferentes”.

Las preguntas se tornaron realmente interesantes. “¿Es difícil conseguir la opinión de los adolescentes?”; “¿está de acuerdo con cómo los medios difunden noticias que involucran a adolescentes tomando alcohol y consumiendo drogas?”; “¿alguna vez la censuraron?”. Las respuestas habilitaron un intercambio en el que manifestaron su opinión y algunas habilitaron una repregunta o una aclaración.

Intenté evidenciar el riesgo de las generalizaciones. Planteé que así como no es bueno agrupar a los adolescentes bajo un mismo rótulo, porque se cae en el riesgo de etiquetarlos y pensar que son todos iguales, tampoco es conveniente hacerlo con los medios de comunicación ni con los periodistas, como si fueran algo totalmente homogéneo. Pregunté por curiosidad: “¿Cuáles son los medios por los que se informan?”. “Facebook”, “Twitter”, respondieron por unanimidad, y algunos continuaron “Televisión”, “radio”. Hasta ahí. “¿Leer? Yo leo lo que me mandan del liceo, después diario…”, respondió uno. “¿Diarios?, nunca leo un diario”, dijo otro. Otra chica que, papel en mano, era la que tenía todo el arsenal de preguntas, acotó que no veía los informativos porque eran todas malas noticias “de guerra y todo eso, todas noticias malas”, remarcó. Y ahí se amplió la queja: “Nunca dan noticias buenas, si van a un liceo es para mostrar lo malo, nunca cosas buenas”. Salvando excepciones, tenían razón.

Poco después, uno de los talleristas amplió la propuesta, por la positiva. “Si tuvieran que hacer una buena noticia, ¿qué dirían?; ¿Cómo la titularían?”, preguntó, en referencia al encuentro del viernes, o a cualquier instancia del liceo. Empezaron a ensayar.

Minutos antes habían dicho que siempre se mostraban los liceos todos rotos y cosas que no funcionaban, entonces uno expresó que la noticia podía ser que en el liceo había “una” canilla saludable, porque de las otras salía agua que no se podía tomar (aunque lo hacían igual).

Uno de los principales temas que salió a luz fue su propia preocupación por el bullying, por las agresiones permanente, y principalmente verbales, entre compañeros. Cuestionaron las permanentes críticas que hacen a la apariencia física del otro, y reconocieron que ellos también las hacen. Pregunté si vistiendo uniforme como propusieron algunos liceales podía evitarse buena parte de eso. La respuesta fue negativa: “Te critican por el pelo, por cómo hablás, a las mujeres si se pintan”.

Reconocí que era un buen tema para investigar, pero que se necesitaba tiempo, y que para los periodistas siempre era más sencillo acudir a una conferencia de prensa como motor de la noticia, en lugar de trabajar en un tema del que no se dispone de demasiada información, más si se plantea la correspondiente consulta a los adolescentes.

Siguieron pensando qué noticia podían dar. Se mencionó un mural en el que habían trabajado tres meses; pero la discusión se desvirtuó porque varios dijeron que no había quedado bien: habían recibido críticas de docentes y estudiantes que reprobaban lo hecho, sin haber participado. Criticaron que pese a que le habían pedido ayuda a los docentes, ninguno había colaborado con la obra. Una de las talleristas les recordó el derecho a defender su creación, que les había gustado hasta que comenzaron a llover las críticas. Otra chica lamentó: “Claro, lo que pasa es que éstas no son noticias”.

La buena noticia ya estaba dada. Que un grupo de adolescentes se ocupara en pleno mediodía de esos temas, en lugar de estar boyando por los pasillos o en el patio, o de haberse ido a su casa, ésa era la noticia. Y muy buena, las inquietudes están.

Tal vez si esta nota se difunde por Facebook y Twitter corre mejor suerte de ser leída. Si Mahoma no va a la montaña...