“Historieta uruguaya”: difícil decidir cuál de las dos palabras tiene más peso a la hora de definir el cómic local de las últimas décadas. El predominio de lo identitario es regla tanto en las publicaciones más atrevidas -las del grupo Guacho! y afines, el trabajo de Nicolás Peruzzo más recientemente- como en las más tradicionales, entre las que están las que nos ocupan hoy.

Dentro de esta búsqueda de “lo uruguayo” y la urgencia por representarlo -a la que la historieta parece haber llegado tarde respecto de la novela y la música, que se apropiaron fuerte del tema en los años 60, en sintonía con la extensa reflexión ensayística en torno a la viabilidad política del país- tiene especial privilegio el género histórico. El bicentenario -que no se agotó en 2011, si nos atenemos al sostenido funcionamiento de su comisión oficial- estimuló, tanto simbólica como materialmente, la producción de cómics sobre los años del independentismo, y el fenómeno continúa, con lo que proponen Bernardina hacia la tormenta, Cardal y El Tony.

Con esfuerzo

El guionista Matías Castro, también periodista de Espectáculos en El País y organizador de Montevideo Comics, el mayor evento nacional de historietas y aledaños, se consolida con Bernardina hacia la tormenta como un investigador que sabe enfilar ocasionalmente hacia la ficción (hace tres años había editado la novela Las dos muertes de Dionisio Díaz, sobre el niño-héroe de Treinta y Tres). En este sentido, es tan interesante como la propia historieta un apéndice final en el que Castro (Montevideo, 1976) repasa, casi página a página, cómo trató de integrar a su obra las múltiples fuentes consultadas: desde Bartolomé Hidalgo a Reyes Abbadie, entre decenas de otros, en una lista que incluye a historiadores-novelistas como Javier Ricca.

En esos parámetros que establece el propio autor, entonces, el libro sería exitoso: respeta la cronología establecida, divulga las costumbres de los orientales de hace 200 años y populariza las enormes dificultades que debieron sortear los que cabalgaron tras Artigas hacia el Ayuí (el libro se subtitula El éxodo desde adentro). Para todo esto resulta fundamental el trabajo de Daniel González (Montevideo, 1963), un sobreviviente de la movida comiquera de los años 80, cuyo estilo realista recuerda un poco al del mayor referente de la historieta histórica uruguaya -José Rivera y su adaptación de Ismael, de Eduardo Acevedo Díaz, que realizó en 1959-60-, pero a la que le imprime su propia dosis de precariedad e improvisación, en consonancia con las adversidades de los personajes que dibuja.

La rusticidad no intencional, en cambio, alcanza a aspectos más generales de esta novela gráfica. Entre ellas: la falta de fluidez en los diálogos interfiere con la intención de divulgar el habla popular de hace dos siglos, que además debe luchar contra algunos problemas de puntuación, contra molestos asteriscos explicatorios (para eso ya está el apéndice) y contra algunos descuidos en el orden del texto.

El bienvenido toque complejo lo marca la fugaz presencia de Artigas (a “contraluz” y a lo lejos en un solitario cuadrito), que remarca la idea de experiencia colectiva que rodeó al éxodo y permite que Bernardina hacia la tormenta se desmarque de una posible inclinación hacia la epopeya: acá el héroe está sobreentendido, pero no es verdaderamente el centro del relato (podría serlo la maternal Bernardina, encargada de su familia y de varios desamparados). No hay tampoco demasiado “discurso” sobre el motivo de la marcha masiva; la conclusión abierta es lo más parecido a un final feliz para ese colectivo desparejo que sabe bien de qué huye pero no tanto qué busca.

Con aventura

A unos cuatro años antes (1807: las segundas Invasiones Inglesas) nos retrotrae el dúo conformado por el escritor Martín Bentancor (Los Cerrillos, 1979) y el ilustrador Dante Ginevra (Buenos Aires, 1976). También acá, como en Bernardina, el ojo está puesto en un lugar poco obvio: aparecen las autoridades civiles y militares que defienden Montevideo de los atacantes británicos, pero el protagonista es un oscuro ladrón de caballos, Malalma, al que se le pide que sirva de guía para los soldados españoles y criollos. El baquiano-bandido debe conducirlos hasta la zona del Cardal (donde ahora está el barrio Cordón), para calibrar el avance del enemigo, que ha desembarcado en el Buceo.

En el segundo capítulo, Malalma regresa a la ciudad y comienza a planear la forma en que podría conseguir la libertad definitiva (era prisionero) mientras, en un camino inverso, peones y empleados son reclutados para servir en la milicia que será derrotada por los británicos. El capítulo final se divide entre la descripción de la batalla (tal vez el punto más bajo de las sugerentes ilustraciones “expresionistas” de Ginevra) y la distancia de Malalma, que junto con el otro protagonista, el niño Lázaro, parte en busca de nuevas aventuras.

Muy entretenida, Cardal no propone una explicación general del episodio histórico que la enmarca (y a eso ayuda poco el confuso prólogo de Rodolfo Santullo); el foco final en el antihéroe deja claro que la historia, aunque se siga con respeto, es una excusa para contar una buena aventura. El matrero Malalma, por su parte, tiene cierta familiaridad con el asesino que protagoniza El despenador, la novela corta que Bentancor publicó hace dos años. Cardal, además, lo reafirma como el mayor exponente de una “neogauchesca” nacional que, aunque no exclusivamente, practica desde la poesía y la narrativa (Procesión, 2009).

Con humor

Igualmente fundamentado en trabajos historiográficos es El Tony, pero el tono acá es muy otro: el del título es Juan Antonio Lavalleja, y la idea es divulgar su figura de manera cómica. Se alcanza con creces, en parte gracias a la idoneidad de la “fuente apenas consultada” (el trabajo sobre Lavalleja de Aníbal Barrios Pintos, el historiador recientemente fallecido que buscó permanentemente acercar la historia al interés popular) y en parte gracias a un pulidísimo trabajo de guion y dibujo, algo doblemente interesante porque se trataría del debut en cómic de Alejandro Torre y Matías Bervejillo. El dúo apela a diversos registros de la parodia, desde la que practican los conjuntos de carnaval hasta el que inaugurara la revista estadounidense Mad con sus adaptaciones a la historieta de películas y best sellers famosos (y que por estos lados reelaboraron en clave política las revistas Humor y El Dedo).

El humor, que corre a distintos niveles, funciona, y también funciona lo otro: cobra materialidad un Lavalleja impulsivo, cabezón, terco y libertario, que se contrapone a otro prócer (¿nacional?, ¿colorado?), el interesado y calculador Fructuoso Rivera. En total sincronía opera el actualísimo trabajo del dibujante Bervejillo -al que si hubiera que emparentar se podría acudir al brasileño Angeli- con las camisetas de Uruguay y Brasil, con las caricaturas de los libertadores (Spikerman pasa a ser “Spike”) y con las tipografías extrañas.

El resultado es todo un comentario sobre lo confuso de la gesta libertadora de los Treinta y Tres orientales que comandó Lavalleja, sobre el ambiguo apoyo bonaerense y, para volver a lo del principio, sobre los fundamentos de la identidad uruguaya.