Equivocadamente pensaba que, como se trata de una feria famosa por el volumen de negocios, tal vez estuviera descuidado el perfil estrictamente literario. Nada de eso. Aunque la Feria del Libro de Guadalajara es, por decirlo groseramente, una superposición de decenas de congresos (de libreros, de bibliotecarios, de historietistas, de correctores de textos, de género, de promoción de la lectura y hasta de televisión y de turismo), las presentaciones de libros y las charlas con autores abundan. La apertura la dio nada menos que Jonathan Franzen, posiblemente el escritor estadounidense con mejor balance de estima crítica y popular al día de hoy, que vino a presentar su novela Libertad (conseguible en Uruguay desde hace meses).

Lamentablemente, Franzen dejaba el edificio -un megacomplejo que alberga exposiciones industriales durante todo el año- en el momento en que mi avión aterrizaba en Guadalajara, una megalópolis de cuatro millones de habitantes. También se retiraban Tulio Triviño y Juan Carlos Bodoque, los protagonistas de 31 minutos. Los títeres estaban allí como parte de la numerosísima comitiva chilena: Chile es el país invitado de honor de esta feria y vinieron decenas de bandas -entre ellas los cincuentenarios Jaivas-, de teatreros y, por supuesto, de escritores. El lunes, mi primer día en la feria, era posible toparse con algunos disparates de Alberto Fuguet (“la novela gráfica le debe todo al cine”) y tener un breve mano a mano con Pedro Lemebel, recién operado de un cáncer en la garganta y preocupado por la acústica del lugar donde deberá recitar, dado que ahora tiene un susurro ronco por voz. Pero mientras tanto uno se perdía una charla de Jorge Edwards en el auditorio principal: las actividades de los chilenos son tantas que muchas veces hay dos, tres y hasta cuatro simultáneamente.

El ex presidente chileno Ricardo Lagos, en tanto, es una de las estrellas de la feria: participó en uno de los múltiples homenajes al recientemente fallecido Carlos Fuentes presentando un libro de conversaciones que mantuvo con el escritor. Además, estuvo en el lanzamiento de la Cátedra Julio Cortázar, que, como la Cátedra Vargas Llosa -el peruano también estuvo aquí-, es una iniciativa interuniversitaria, y, en otro foro, estuvo dando una charla sobre la coyuntura de las clases medias latinoamericanas.

Comparada con la “casa de madera” que los chilenos montaron en el hall de entrada, las demás delegaciones oficiales empequeñecen un poco. El de Brasil es coqueto, pero no muy espacioso. Sin embargo, el país está apostando a su inserción literaria e industrial en esta feria y trajo a 18 escritores relativamente jóvenes que realizan varias actividades diarias. Argentina tiene un local importante, obviamente, así como Colombia.

El de Uruguay es más modesto -tiene el mismo tamaño que el de Venezuela-, pero creció mucho respecto de otros años, según cuenta Alicia Guglielmo, presidenta de la Cámara Uruguaya del Libro (sí: al menos cuando pasamos, el stand estaba atendido “por sus propios dueños”). Grandes retratos en blanco y negro de Onetti, Benedetti y Galeano dominan el local, aunque haya pocos de sus libros allí. Galeano es, clarísimamente, el escritor uruguayo vivo más popular en México, pero aquí sus libros son exclusividad de la editorial Siglo XXI. De Onetti está Cartas de un joven escritor, que en Uruguay editó Trilce -los responsables de la editorial también están en la feria en un ciclo de apretadas 
reuniones profesionales- pero que aquí publicaron sus socios de Era. De Benedetti hay algunos títulos dispersos en distintos locales, pero ninguno de sus clásicos (al menos, no en el catálogo).

Sólo por comparar: Brasil y Argentina también decoran sus locales con gigantografías en blanco y negro de autores canónicos. Luis Fernando Verissimo, Clarice Lispector, Jorge Amado, Hilda Hilst y Guimarães Rosa son los próceres brasileños. El revisionismo histórico y algunos fallecimientos recientes impactan en la simbología argentina: Scalabrini Ortiz, Walsh por dos (Rodolfo y María Elena), Héctor Tizón, David Viñas y Caloi están junto a Borges, Bioy, Cortázar, Arlt, Saer y Sabato.

La cole

Por estas horas están llegando a la feria los escritores de la delegación oficial uruguaya (Gustavo Espinosa, Magdalena Helguera, Carlos Liscano y Claudia Amengual), con los que mantendremos una charla el viernes. Algunos de ellos ya están participando en “Ecos de la Feria”, un programa de extensión en instituciones educativas locales, similar al que se realiza en la uruguaya Feria del Libro de San José.

Mientras tanto, desde el domingo Victoria Estol, agente literaria designada por la Dirección de Cultura, mantiene reuniones ininterrumpidas en un enorme Salón de Derechos de Autor que funciona en un extremo del edificio. Al menos otra uruguaya, Ilana Marx, está también allí haciendo negocios, como centenas de agentes independientes de distintas partes del globo. Por la noche y ya en otro ambiente, nos topamos con Boris Faingola, antiguo presidente de la Cámara del Libro uruguaya y actual presidente del Grupo Iberoamericano de Editores.

En unos minutos voy a encontrarme con Lys Gainza, de la Dirección de Industrias Creativas del MEC, en la charla “Situación actual y posibilidades de negocio en los mercados de Ecuador, Perú y Uruguay”. Mañana me veo con Nubia Macías, una de las organizadoras de la feria, para seguir tratando de entender este megaevento cuyos responsables trabajan en él durante todo el año y que, a pesar de estar íntimamente imbricado con la industria editorial, es organizado desde una institución educativa estatal, la Universidad de Guadalajara.