Selección contemporánea
La Bienal se desarrollará desde hoy hasta el 30 de marzo de 2013 entre el gran hall de la Casa Central BROU (Cerrito 351) y los edificios Anexo BROU (Zabala 1520), Atazarana (1583) y la Iglesia de San Francisco de Asís (Solís 1469).
El curador alemán Alfons Hug, junto con las cocuradoras Paz Guevara, chilena, y Patricia Bentancur, uruguaya, seleccionaron a los siguientes artistas internacionales: Lida Abdul (Afganistán), Gabriela Albergaria (Portugal), Darren Almond (Reino Unido), El Anatsui (Ghana), Niles Atallah, Cristóbal León & Joaquín Cociña (EEUU, Chile), Bertille Bak (Francia), Eduardo Basualdo (Argentina), Olmo Blanco (España), Céleste Boursier-Mougenot (Francia), Rolando Castellón (Nicaragua), Chen Chieh-Jen (China), Alberto María D’Agostini † (Italia), Marina de Caro (Argentina), Dias & Riedweg (Brasil, Suiza), Mark Dion (EEUU), Sonia Falcone (Bolivia), Gunda Förster (Alemania), Camille Henrot (Francia), Christian Jankowski (Alemania), Kitty Kraus (Alemania), Reynier Leyva Novo (Cuba), Mireya Masó (España), Angelica Mesiti (Australia), Galina Myznikova & Sergey Provorov, Grupo PROVMYZA (Rusia), Paulo Nazareth (Brasil), Bernardo Oyarzún (Chile), Guilherme Peters (Brasil), Navin Rawanchaikul (Tailandia), Julian Rosefeldt (Alemania), Yorgos Sapountzis (Grecia), Jorge Satorre (México), Christoph Schlingensief (Alemania), Guy Tillim (Sudáfrica), Humberto Vélez (Panamá), Vivek Vilasini (India), Luca Vitone (Italia), Paulo Vivacqua (Brasil), Yang Xinguang (China) y David Zink (Perú). Los uruguayos presentes son Javier Abreu, Alonso Craciun, Juan Burgos, Yamandú Canosa, Tamara Cubas, Ricardo Lanzarini, Alberto Lastreto, Cecilia Mattos, Martín Sastre, el grupo Traspuesto de un Estudio para un Retrato Común, Dani Umpi y Pablo Uribe.
Se rumorea que la cúpula del edificio de la casa central del BROU (cuyo hall central es corazón de la Bienal y futuro museo estable), en Cerrito y Zabala, es la más grande de Sudamérica o quizá de Latinoamérica: no pude averiguar el dato así, de apurada, pero no me extrañaría, con sus 35 metros de altura. Entrar y mirar para arriba equivale a un mareo instantáneo; además de su titánica bóveda, asombran el ancho y el largo desmesurados que cubren 80% de la manzana, las columnas majestuosas y las grandilocuentes estatuas de Zorrilla de San Martín. Estos elementos conforman una paradoja arquitectónica: formalmente el edificio es una suerte de tardío neoclásico inflado (dado que Giovanni Veltroni, arquitecto italiano, lo terminó en 1938), pero en realidad se trata de un conglomerado de estilos anacrónicos, dotado de “aparatos” vanguardistas para la época (ascensores ultrarrápidos, aire acondicionado, rayos infrarrojos, etcétera). Es significativo el hecho de que, cuando surgió, los montevideanos lo llamaron informalmente el “Templo del Dinero”.
Le pregunto a Alfons Hug cómo fue elegido semejante espacio. “El banco nos ofreció el lugar, dado que es el principal patrocinador del evento, además en el futuro va a ser convertido en un museo y centro cultural: la propuesta fue bienvenida. Creo que es la única bienal del mundo que se desarrolla en un banco, y este hecho en algunos casos generó a su vez obras, por ejemplo en la pieza del italiano Luca Vitone”.
Tampoco preocupa a Hug la pesadez arquitectónica del “marco” de la bienal, lejos de la idea de neutralidad (por ejemplo el célebre “cubo blanco” de las galerías) que domina todavía en el ámbito expositivo: “Las bienales por lo general no buscan esa neutralidad, muchas tienen espacios con carácter: en Porto Alegre son almacenes del puerto; en Curitiba, mansiones nobiliarias; en Berlín es una escuela judía, en Venecia es el Arsenal que tiene 1.000 años. En general el propio lugar le da un color local muy fuerte a la manifestación”. Sigue subrayando Hug que “los videos, por ejemplo, siempre ganan al ser expuestos en edificios antiguos, florecen más, como en el caso del Anexo del BROU donde recogimos la mayoría de las obras audiovisuales”.
Efectivamente, una vez vichado el lugar, parece muy prometedor el amontonamiento casi aturdidor de videos -una de las características salientes de las curadurías de Hug- en un espacio de por sí fascinante y que quedará totalmente a oscuras. Al caminar entre las obras en el hall central -muchas de las cuales todavía en fase de montaje- llama la atención la disparidad de medios y medidas: de las estanterías pantagruélicas del norteamericano Mark Dion, a los frasquitos de perfume del cubano Reynier Leyva Novo, de un collage de Juan Burgos solidísimo e inmenso (posiblemente el más grande de su carrera) al casi invisible y totalmente incorpóreo dibujo sobre polvo del español Olmo Blanco, pasando frente a un gran árbol construido con pedazos de otros árboles de la portuguesa Gabriela Albergaria y a unos muñecos de papel maché que conforman una comparsa afro-uruguaya, pieza del chileno Bernardo Oyarzún.
¿Cuáles fueron los criterios de selección de los artistas? “La calidad y la capacidad de adaptarse a este espacio tan peculiar. Muchos de ellos han venido antes para conocer el banco y crear algo apto para él. Sí, estos fueron los criterios principales; además, obviamente, de una afinidad con el tema de la Bienal”, contesta Hug.
El tema, claro. Es El Gran Sur, así que pido que se me aclare cómo fue elegido tal concepto. “Me interesó, por un lado a partir de la perspectiva europea del siglo XIX, cuando el sur era, simplemente, Italia, ya que no se sabía nada de los otros continentes. En el interin cambió radicalmente la geopolítica cultural y ahora todos estamos mirando con mucho interés a los grandes continentes del sur: Sudamérica, África, parte de Asia. Por otro lado, porque Uruguay creó una Escuela del Sur, con Torres García y sus discípulos, entonces era darle continuidad a una estética propia, a algo que nació acá. Eso no quiere decir que no haya artistas del norte, pero en muchos casos las obras tienen que ver con el sur, se relacionan con él, aunque de manera muy libre, porque, por supuesto, el tema de una bienal tiene que ser abierto, nunca es algo estrecho, tiene que dejar margen a la imaginación y a la interpretación”.
No es difícil entender que es así: me asomo a un corredor y vislumbro la misteriosísima obra Site Specific del chino Yang Xinguang, cientos de ramitas de árboles que llenan el piso de una especie de corredor, creando una especie de vello vegetal. Naturaleza (como fuerza indomable y creadora de escenarios extremos), microproblemas del macromundo (y viceversa), multimedialidad exasperada: es clara la huella de Hug, que ya se conoció acá gracias a un par de exposiciones relativamente recientes en el Subte, pero también es evidente la vastedad (y, en promedio, alta calidad) de las propuestas. Inédita, a esta escala, en Uruguay.