Curioso el caso de Scott Derrickson, que de hacer un blockbuster de 80 millones de dólares y carísimos efectos especiales -y que tuvo una boletería razonable (la refilmación de El día que la Tierra se detuvo)- pasó a esta película de terror, de meros tres millones, y que condensa dos vetas del terror reciente muy vinculadas al bajo presupuesto: la de la familia que se muda a una casa donde “pasan cosas”, y la de la filmación amateur que documenta una historia inquietante.
Ellison Oswalt tuvo un gran éxito diez años antes con un libro sobre un violento crimen real, a la manera de A sangre fría (esta obra es explícitamente referida en una escena). Desde entonces, tras una serie de fracasos, aspira a otro éxito similar y decide concentrarse en el extraño caso de una familia (pareja, hijo e hija, exactamente como la suya) encontrada ahorcada en el árbol del jardín de la casa en que vivía. Ese árbol, no tardaremos mucho en darnos cuenta, es el que está en el fondo de la casa a la que Oswalt recién se mudó: resulta que él, muy retorcido, en su afán de captar quién sabe qué elementos de la psiquis de las víctimas o del victimario, se mudó a la casa donde sucedió el horror. Su familia todavía no lo sabe, pero no tardará mucho en enterarse.
En el altillo vacío de su nueva casa, Oswalt encuentra una caja con rollos de películas en Súper 8 y un proyector. Ahí encuentra la filmación misma del ahorcamiento familiar. Una vez que la casa fue vaciada antes de la mudanza, la probabilidad de que haya sido dejada ahí por la familia anterior es tenue: más bien parece haber sido plantada, quizá por alguien que intentaba ayudar en la investigación, o, la peor hipótesis, por el asesino mismo. La caja contiene otros rollos, en los que están filmadas otras familias, muertas cada una de una manera distinta, todas horrendas. Los crímenes están esparcidos en el tiempo y en todo el territorio estadounidense: fueron cinco, el más viejo de ellos de 1966, supuesto año en que la Kodak lanzó el Súper 8 (en realidad, fue en 1960, pero 1966 debe haber sido elegido por los realizadores porque tiene resonancias más siniestras, asociables al 666). Es decir, se trata, aparentemente, de un asesino serial. Y si fuera así, Oswalt está exponiendo a su familia a un gran peligro, máxime que ella tiene precisamente el mismo perfil de las familias-víctimas. Sea quien sea el asesino, parece tener un acceso fácil a ese hogar, porque puso la caja en el altillo, queda haciendo ruiditos asustadores durante la noche, logra abrir el estudio de Oswalt (que él siempre cierra con llave) y prender el proyector de Súper 8 para consumar el lúgubre chiste de dejar la película del ahorcamiento proyectándose sola, para nadie. Una vez que el supuesto asesino, tal como se ve en algunos de los fotogramas, tiene una cara rara, medio cadavérica, y que hay un símbolo ocultista estampado en las paredes de cada uno de los hogares asesinados, afloran sospechas de crímenes ritualísticos o, incluso, de elementos sobrenaturales (lo de 1966 también tiene que ver con acercar el inicio de la serie criminal a la época de la masacre perpetrada por la familia Manson, que sólo en forma indirecta está aludida en el film).
Las pequeñas trampas
Ahora bien: hay que ser desmesuradamente bestia para sospechar que un asesino serial viene entrando y saliendo cotidianamente de la propia casa, y seguir ahí con toda su familia, sin providenciar protección alguna, a la espera de terminar un libro que, obviamente, tiene para largo rato. Qué se puede hacer: el género de terror está intrínsecamente vinculado a cierto grado de estupidez de los personajes. Lo bueno de este caso es que el carácter extraño, indefendible, de la actitud de Oswalt, está tratado como tal por todos los demás personajes, y quizá incluso él se da cuenta de ello y se avergüenza un poco. Su motivación es la obsesión por escribir el libro y recuperar el éxito. El afecto que tiene por su familia es importante, pero su obsesión vale más, y en la práctica él es un padre y marido bastante ausente, distanciado. La situación tiene mucho de El resplandor, incluidas las visiones, quizá inducidas por un consumo excesivo de alcohol, que involucran a unos niños, quizá muertos, que aparecen y desa- parecen por los pasillos, y la forma como todo eso va afectando a los sensibles hijos de Ellison.
El otro facilismo de la película, y uno imperdonable, es eso de poner a Ellison, cuando siente los ruidos nocturnos, a recorrer la casa, solito (sus parientes duermen, uno en cada habitación), con una linternita, a meterse en los rincones donde puede quedar más vulnerable (eso sí, eventualmente armado con una cuchilla de cocina o con un bate de béisbol). Y otro más es el hecho de que, en vez de ver los cinco rollos en Súper 8 todos de una vez, los va esparciendo, proporcionando al espectador la dinámica usual del cine de terror, de que las escenas terribles vienen homogéneamente distribuidas en el metraje (son escenas pasadas, mientras la historia actual de Ellison y los suyos avanza lentamente).
Los crímenes en Súper 8 son un pretexto para escenas con una textura granulada, la cámara temblorosa, un montaje errático e irregular. Cosa curiosa: al igual que lo que pasó con la música de vanguardia, percibida en la comunicación de masas como música terrorífica, los signos del cine underground también son tratados en Hollywood como cosa de gente retorcida, de quien más vale no estar muy cerca. Es más: haber visto las películas en cuestión ya implica someterse a una especie de encantamiento que a uno lo puede zambullir en una rosca mortal sin escapatoria (esto último no deja de tener resonancias terribles en los espectadores de esta película: también vimos esas imágenes escalofriantes, así que, en el mundo de la película -y el intertexto con The Ring- estaríamos bajo su ineludible efecto).
Técnicas de pesadilla
Las imágenes caseras y entrecortadas de los Súper 8 son las únicas de su especie en la película, que está tomada casi toda con trípode, con una textura bien profesional, y -para los estándares actuales- una cinematografía particularmente austera. La escena, cerca del inicio, del diálogo de Ellison con Tracy en la cama, es un plano-secuencia, con la cámara inmóvil durante varios minutos, salvo por un pequeño acercamiento casi al final. Varios diálogos son sencillas series de planos y contraplanos con cámara fija. Pero no se trata de una cinematografía elemental, tan sólo de una “compuesta”, es decir, articulada, y que busca su efecto cuidadosamente (en vez de intentar construirlo como una especie de impacto primario de velocidad y movimiento). Es notable, sugerente y un poco off-beat la insistencia en los contraluces, que muchas veces dejan en la casi oscuridad los rostros de los personajes protagónicos. Hay también algún trabajo ingenioso con la profundidad de campo, componiendo un visual precioso, sugerente, peculiar. Hay muchas escenas impactantes y escalofriantes (sin gore), pero hay una especialmente rara, cuando Ellison camina por la casa y de pronto visualizamos por primera vez en forma clara las apariciones de los niños: luego del tremendo primer susto, es desconcertante constatar que Ellison quedó absolutamente impávido, es decir, no las ve en absoluto. Pensamos que nos vamos a asustar con él, y de pronto nos asustamos solos y lo vemos completamente ajeno y distraído. El efecto tiene algo pesadillesco (así como el hecho de que los niños se mueven en cámara lenta y Ellison a velocidad normal).
El trabajo sonoro y musical también es virtuoso: sólo llama menos la atención porque últimamente varias películas de terror vienen trabajando en forma magistral el envolver a los espectadores en ruiditos sugerentes, crujidos, crepitaciones, soplos de aire que pueden ser alientos o incluso voces, golpecitos que pueden ser pasos, y todo eso entreverado, a veces indistinguible de un uso muy sabio de música incidental electrónica. Las cosas más prosaicas ganan unas resonancias especiales, y efectivamente esperamos que el golpe pueda venir de cualquier lado (del propio Ellison, del alguacil malhumorado, del oficial supuestamente inocente pero de rostro extraño). Escenas intrascendentes (para el grueso de la anécdota) de pronto ganan unas resonancias fantásticas, como en la última aparición del alguacil en la carretera, o la primera pesadilla de Trevor (¿por qué será tan aterrorizante la imagen de un púber desnudo saliendo de una caja de cartón con los brazos extendidos?). Hay otro momento muy particular, cuando Ellison se sienta fatigado en un sofá y vemos, a su espalda, en el ventanal, una luz que se acerca: sólo un poco después nos percataremos de que era nomás una toma con cámara acelerada que representa el paso de las horas, es decir, el amanecer. Lo que creíamos que era un efecto diegético (“¿alguien se acerca con una linterna?”) resulta ser uno extradiegético (“Ellison quedó dormido hasta que salió el sol”). Un golpe bajo, incluso medio salido de las reglas del juego, pero qué bien dado. Todo eso se construye con un guion bastante cuidado, que realmente desarrolla sus personajes (encarnados por mejores actores de lo que es habitual en el cine de terror), y cuida de involucrarnos, y en forma compleja, con ellos. Con buena razón, Sinister viene siendo considerada una de las mejores películas de terror de los últimos años.