-¿Cómo se crea una feria como ésta desde una universidad pública?
-El proyecto fue craneado por Raúl Padilla, actual presidente de la FIL, con la idea de traer cultura al occidente del país: México es un país con una cultura poderosísima, pero también muy centralista. En México no había ministerio de cultura y sigue sin haberlo: el Conaculta tiene mucho presupuesto pero es una secretaría. Las universidades públicas mexicanas tienen tres obligaciones: la educación, la investigación y la difusión de la cultura. De esa tercera vía nacemos nosotros. La feria nace con fondos del estado de Jalisco y de la Universidad de Guadalajara -la segunda del país después de la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México]-, pero claramente la Universidad no podía mantenerla siempre, porque el evento creció. En 1999 se convirtió en una empresa universitaria. Con eso, la FIL pasó a tener que ser autofinanciable. Ahora tiene la riqueza de ser una institución pública y las ventajas de ser una empresa privada que se administra con todo el cuidado de los recursos de alguien que tiene que producir para existir.
-Tengo entendido que ahora hay 500 personas trabajando y que hay un núcleo que sigue todo el año.
-Sí, 22 personas trabajamos todo el año. Si no, no podríamos sostener un evento tan ambicioso. Tenemos cuatro columnas: un programa que producimos para el mundo de la cadena productiva del libro; no sólo la exhibición, sino capacitación y encuentro virtuoso entre el que viene a vender y el que viene a comprar. Trabajamos con toda la cadena productiva del libro y generamos congresos y encuentros para cada eslabón de la cadena. Tenemos un programa literario riquísimo, muy diversificado, con apuestas muy puntuales cada año para promocionar cierta literatura y un montón de instituciones y países colaborando para el programa literario, como el MEC de Uruguay, que nos ayudó a traer escritores que queríamos que vinieran. Los gobiernos invierten en billetes de avión, nosotros lo hacemos desde aquí y les organizamos una agenda personalizada. Nos interesa mucho que la FIL sea la plataforma de lanzamiento de los escritores de toda América Latina. Que aprendamos a leernos entre nosotros.
-¿No juega en contra de eso la compartimentación que estructuraron las multinacionales del libro que operan desde España?
-Creo que España ha hecho muy bien su trabajo, quienes lo hemos hecho mal somos los latinoamericanos. Desde hace unos pocos años hemos conseguido que los latinoamericanos se den cuenta del potencial literario, de contenidos que tiene. Tenemos que aprender a comercializarlo entre nosotros mismos, a leernos. La presencia, aquí en la feria, del mundo de la edición independiente latinoamericana es buen testimonio. Es importante que nos profesionalicemos más, que asistamos a cursos, que entendamos cuál es el presente y el futuro del libro. Y fundamentalmente: si nosotros no nos leemos y no ratificamos entre nosotros esa calidad literaria, difícilmente triunfaremos fuera. Siempre estamos a la expectativa de que el primer mundo venga y nos diga "este autor vale", y que lo publique. Imaginate lo que sería que un poeta uruguayo pueda ser leído porque su pequeña o mediana editorial hizo acuerdos con una mexicana, guatemalteca o colombiana para hacer coediciones. Tenemos que profundizar nuestro trabajo y nuestro ejercicio cotidiano en el mercado de derechos. Los editores con esto no pierden una línea de negocios, al contrario: abren una nueva veta muy importante, porque muchas veces no tienen la capacidad de exportación que les gustaría. Pero sí pueden exportar los contenidos. Si la exportación interna se da entre todos los latinoamericanos, cuando ese autor triunfe será mucho más fácil que los agentes literarios internacionales, los scouts, se lo quieran llevar. Cuando presentamos el programa FIL con mucho acento latinoamericano en Frankfurt un montón de agentes que tenían dudas de si venir o no confirmaron automáticamente que venían. Siempre ha sido así, pero sin pudor ahora lo promocionamos como el ámbito latinoamericano. Se hablaba de la feria de México; nosotros queremos que sea la feria de los latinoamericanos adonde vengan los autores para que los conozcamos todos como lectores, que el editor venga y haga negocios, el agente venga y conozca la calidad literaria, se lo lleve al autor, lo traduzca, lo promueva, y ya no tener que pasar por Estados Unidos, España o Francia para poder llegar nuevamente y triunfar en América. Que América Latina sea el trampolín de lanzamiento.
-Acompañé al escritor Gustavo Espinosa a dar una charla en un secundario en Tonalá. La repuesta fue muy buena.
-Sí, es el programa Ecos de la FIL. Tratamos de que los muchachos lean a los autores que los van a visitar. La formación de lectores es uno de nuestros objetivos, es parte de la extensión. La tercera columna es el programa académico: la Universidad de Guadalajara aprovecha la plataforma de la feria para invitar a investigadores, científicos y humanistas a que dialoguen aquí; vienen estudiantes y profesores de toda la república. La cuarta columna es la fiesta, el programa cultural, el libro como corazón de la feria.
-¿Cómo trajeron a Jonathan Franzen?
-Lo escuchamos en un festival literario, leímos su libro -el comité organizador somos un equipo mayoritariamente femenino-, e invitamos a los escritores que nos gustan cuando leemos. Tratamos de que ninguna capilla literaria coopte la feria, trabajamos muchísimo porque todos los públicos tengan el mejor escritor para sí. Tenemos bien diferenciados al público elite, que busca exquisiteces, una gran base intermedia que son grandes lectores pero que siempre necesitan de auxilio y empuje, y una gran base de lectores en formación. La idea es que cada persona que venga a la FIL sienta que pensamos en ella cuando diseñamos el programa de contenidos. Y si tres de las cuatro directoras de mi equipo leyeron “Freedom” y se quedaron absolutamente flipadas, cómo no íbamos a traer a Jonathan Franzen. El centro y la periferia están en Guadalajara. A Goran Petrovic, el escritor serbio, excepcional, si no lo traemos a Guadalajara, ¿cómo lo vamos a conocer? Nos interesa muchísimo que las grandes plumas del mundo, aunque no hayan ganado premios, estén aquí. Hay que apostarle al glamour, a la calidad literaria, a lo bueno, siempre.
-¿Cómo afectó a la FIL la polémica por el premio a Bryce Echenique?
-Ya le di vuelta la página. Es una decisión del jurado que tiene libertad absoluta. El fallo es inapelable. El premio lo otorga una asociación civil de la que nosotros somos parte, pero son 12 instituciones las que aportan el dinero; nosotros somos anfitriones del premio y juntamos el dinero para pagarlo. Decidimos que esta gran fiesta de los libros no tenía que ser obnubilada por una decisión que no nos compete.
-Me imagino que el plan es crecer, pero ¿cómo crece algo gigante?
-Hay que crecer en calidad. Hay que afinar proyectos, hay que seguir trabajando mucho con América Latina. Pasamos por un momento y una coyuntura especialmente buenos, ya nos toca ser adultos, tomar decisiones por nosotros mismos. Si leemos los mensajes que nos llegan de todos lados para que de verdad crezcamos culturalmente, apostemos a la difusión de la literatura latinoamericana entre nosotros y con el resto del mundo; habremos hecho un buen papel. Y somos ambiciosos: no hay que esperar un siglo a que haya otro boom latinoamericano, hay que apostarle a que el boom sea constante y de grandes lectores entre nosotros y fuera de nuestros países de habla hispana.