La semana pasada “celebré” los 100 años del nacimiento de Jackson Pollock. Vale la pena señalar aquí un documental de 2006, Who the Fuck Is Jackson Pollock? (¿Quién carajo es Jackson Pollock?), dirigido por Harry Moses, porque, a través de la historia de un hallazgo bastante increíble y sus consecuencias, muestra la mezcla inextricable entre “obras seminales” y montones de plata, conocimiento, superficialidad, ignorancia y soberbia, que es la sustancia misma del mercado del arte de “alto” nivel. La película relata las travesías de Teri Horton, una ex camionera de 73 años que en 2000 compró por 5 dólares, en un negocio de cachivaches, un cuadro “horrible” -según sus palabras- y que, como una amiga le sugirió que podía tratarse de un Pollock, empezó a buscar la manera de autenticar la pieza. Varios especialistas, encabezados por Thomas Hoving, ex director del MET (ahora fallecido), refutaron la atribución, aun ridiculizándola. Pero Horton insiste y pide ayuda a Peter Paul Biro, ex galerista y restaurador de Montreal que se ha vuelto científico forense especializado en obras de arte. Luego de varios análisis, Biro encuentra una huella digital en el “Pollock” de Horton que parece coincidir con otra hallada en el estudio del célebre pintor. Sin embargo -y a pesar de la intercesión en el asunto de un marchand bastante peculiar, Ted Volpe, ya condenado por estafas-, ni la Pollock-Krasner Foundation ni otros actores del artworld aceptan la autenticación de Biro. De todas formas, la señora recibe dos ofertas por la tela todavía “sin autor”; una anónima de 2 millones de dólares y otra de un ricachón saudita, de 9 millones: increíblemente Horton las rechaza, sosteniendo que cree ciegamente que la obra es un Pollock y que por eso quiere 50 millones (que es más o menos el valor que tendría la tela si fuera efectivamente un “original”).

Ahí termina la película, pero no los sucesos.

El cuadro sigue sin venderse y en 2010 el New Yorker pública un largo artículo del famoso periodista David Grann sobre Biro, donde luego de resumir su carrera -estallada cuando gracias a sus técnicas estilo CSI, “certifica” un Turner y más tarde un dibujo de Leonardo (que parte de la comunidad de expertos rechaza)- Grann empieza a sembrar dudas sobre su método y descubrimientos. Especialmente en relación a los Pollock (Biro, en el ínterin, ha certificado otro Pollock “recobrado” con el mismo procedimiento), la nota levanta serias perplejidades sobre la figura de Biro y una posible falsificación de huellas. De hecho, a mediados de 2011, el canadiense, “ofendido” por la nota, denuncia al New Yorker y a Grann por difamación, pidiendo 2 millones de dólares de indemnización. Ni Conan Doyle “al 7%” hubiera podido imaginar una trama así que, además, sigue “abierta”.