Probablemente Google sea el producto más usado del planeta. Cuando eso se conjuga con que la propia naturaleza de sus servicios implica el manejo de nuestra información personal, es lógico que cualquier cambio en su política de privacidad -como el que va a tomar efecto el primero de marzo- esté bajo el escrutinio de usuarios, grupos defensores de la privacidad, reguladores y políticos.

Ese tamaño e importancia, también lo convierte en blanco fácil de la competencia que encuentra un flanco débil, de buscadores de cinco minutos de fama y -cuando no- de políticos que ven la oportunidad para mostrarse preocupados por dos temas tan en boga como la privacidad y la tecnología. Como suele pasar, la realidad está en el medio de las visiones más optimistas y las más fatalistas. Aunque ya pasaron las épocas en que alguien crea sinceramente en el famoso “no seas malvado” como lema de Google, no se puede dejar de dar crédito a unos cuantos años de buen manejo de datos. Eso incluye pararse firme contra los pedidos de datos -muchas veces insustanciales- de gobiernos como el francés (1.312 en 2011) , el indio (1.739) y el estadounidense (5.950). Sobre el tema en particular de la lucha desde Estados Unidos contra los sitios de intercambio de archivos, es importante recordar que Google funciona en la medida que la gente encuentre lo que busca. Un exceso de puritanismo lo llevaría en el mismo camino de descenso que transitó el Betamax cuando a diferencia del VHS, se negó a la industria porno el permiso para usar el formato.

También hay que reconocer la honestidad en materia de qué pretende Google con la información. Desde muy temprano en su desarrollo, el objetivo declarado fue “Organizar toda la información del mundo y hacerla universalmente accesible y útil”. La parte de la accesibilidad es algo de lo que pueden darse por satisfechos a esta altura. Al menos cuando muchos de nosotros usamos Google no sólo para buscar, sino para confirmar la existencia o certeza de algo. Con salvedades y excepciones, se puede afirmar que lo que no está en Google -en muchos sentidos- no existe.

Para aumentar la utilidad es que más se necesita usar la información personal y sobre todo, combinar la que proporcionamos voluntaria o involuntariamente en diferentes servicios o plataformas de la marca. Cuanto más conoce de nosotros y de nuestro contexto, más relevantes son las inferencias que puede lograr la inteligencia artificial. Según los propios ejemplos dados por Google, esto implica en el nivel más básico que los resultados de una búsqueda se ajusten a los idiomas que conocemos, o que pueda diferenciar si estoy buscando “rosa” la flor o “rosa” el color. La cosa se pone más interesante cuando vemos que -ni por error, ni por casualidad- los servicios en los que Google se ha expandido más allá de la búsqueda, tienen que ver con organizar el resto de nuestra vida dentro y fuera de la web. Correo, calendario, documentos, geolocalización, fotos y hasta el sistema operativo de los teléfonos y computadoras que usaríamos para acceder a esos servicios. En la variedad y combinación de todo eso es donde se encuentra el argumento más positivo del cambio de política; en lugar de 60 o 70 documentos distintos, se generó uno más abarcativo con apenas tres excepciones (Wallet, Chrome y Books).

Volviendo a los ejemplos que se usaron para explicar el cambio, Google sueña con el día en que basándose en un correo donde te agendan una reunión, pueda avisarte que vas a llegar tarde porque el tránsito en el camino que vas a hacer está trancado. Y sugerirte una ruta alternativa, capaz que hasta tirándote un avisito de un bar de minutas en el camino (aunque esto no lo dice Google).

Esta visión de un mundo de información integrada tiene sus obvias ventajas pero evidentemente no es ideal desde el momento en que -por mejor conducta que tenga- está basada en una sola empresa, con el músculo como para torcer o evadir la voluntad de Estados, consumidores o lo que se le presente. Aun así, ponerle el mote del malo de la película es un poco apresurado cuando compañías con objetivos similares como Apple o Microsoft actúan de igual manera, con más o menos habilidad para manejar las controversias.

Quien tenga paciencia, suficientes habilidades y esté dispuesto a invertir un poco, tal vez pueda lograr resultados similares a lo que se obtiene de Google usando software libre, servicios más laxos en cuanto a solicitud de datos y un poco de ingenio. Para el resto de los mortales, lo que se obtiene vale la entrega de información y tolerar la publicidad. Y ahí está lo central de la cuestión: nuestros datos son una moneda de cambio y esto ni siquiera es algo nuevo. Nadie nos obliga a entregarlos, ni siquiera la nueva política de privacidad. Lo que se hace cada vez más evidente es que uno puede elegir entrar o no, pero nada es gratis en la vida. Lo que no pagamos con dinero, lo pagamos con información y depende de nosotros decidir dónde está el límite de lo que estamos dispuestos a entregar, porque quienes viven de la información, siempre van a querer más.