-A través de la editorial El Perro y La Rana, el Estado venezolano pone en la calle libros que cuestan medio dólar. Parece una clara intención de llegar a través del Estado a más gente que las editoriales comerciales.

-Sí y no. Creo que se mezclan varias cosas. El Estado tiene una mala interpretación de lo que es la industria editorial: los editores son unos ricachones que explotan a los autores y que venden unos libros muy caros aprovechándose de la necesidad y la sed de conocimiento que tienen los ciudadanos. No es tan así. Detrás de una editorial, para poder vender libros hay que esforzarse mucho. Y además la gente no está loca por comprar libros, y menos cuando no tiene mucho dinero. Por otra parte hay una idea de que la difusión de la cultura pasa simplemente por publicar el libro, cuando en realidad sabemos que luego de publicado hay que distribuirlo, pero sobre todo incentivar su lectura. Es evidente que el Estado no está invirtiendo bien su dinero ya que no alcanza con publicar y publicar. Debería tener unos planes claros, y los ciudadanos tener derecho a decirle que no lo está haciendo bien. Las metas que se trazó el Estado con este plan son estrictamente cuantitativas: publicar algo así como 500 títulos al año. Más de un título al día, ¿para qué? El mercado venezolano no es tan grande. Creer que primero hay que lanzar los libros y que eso va a incentivar la lectura es poner la carreta delante de los bueyes. En sí misma la propuesta de poner libros baratos en la calle no es una estrategia para que la gente lea.

-En un documento del Ministerio del Poder Popular para la Cultura se menciona el objetivo de alcanzar una estética socialista. ¿Hay una estética oficial socialista?

-Como ciudadano no me consta que haya una estética oficial. Sí hay como gestos, acciones, que te pueden hacer pensar en un deseo de configurar una estética oficial. En Venezuela actualmente hay tres editoriales estatales, Monte Ávila, Biblioteca Ayacucho, que son los clásicos de la edición estatal venezolana, y El Perro y La Rana, pero en ninguna se ve claramente esa intención. Sí quizás se ve más claramente en otros gestos: por ejemplo el año pasado, el gobierno erigió una escultura, que es como un cohete, una serie de conos concéntricos uno encima del otro, pintados de negro y rojo, y tiene un nombre alusivo a la revolución. El presidente Chávez al inaugurarla dijo que eso era un misil ideológico. En ese tipo de gestos podría quedar en evidencia cierta estética oficial, pero fundamentalmente es demagogia, propaganda, y mal gusto. El Estado dice que es una obra preciosa y todos lo repiten. Es cierto que hay un privilegio por ciertos temas; por ejemplo en Monte Ávila, a partir de que el Estado actual comienza a meter mano, se empiezan a preferir temas de sociología y política que van más o menos en sintonía con las ideas revolucionarias, antiimperialistas. Igual el Estado venezolano no se caracteriza por ser muy eficiente y muchas de las cosas que se propone no las logra hacer porque de arranque no las hace bien. Quizás por eso esa mencionada estética socialista no se termine de ver en ninguna parte.

-Pero no hay entonces un ejercicio violento de parte del Estado por imponer una estética.

-No. Un gobierno como el de [Hugo] Chávez, al que se acusa de autoritario, dictatorial, no es igual a los gobiernos de hace 30 o 40 años. El gobierno venezolano no lo va a hacer, pero tampoco tiene por qué prohibirle a la gente hacer determinadas prácticas para imponer otras. Simplemente promulga algunas leyes, y va ajustándole un poco los tornillos a la sociedad y la gente ya va quedando un poco atada de manos, sin necesidad de recurrir a violaciones de los derechos civiles. De todas maneras, Chávez, a fines del año pasado en la rendición de cuentas de 2011 frente a los parlamentarios habló nueves horas y media. Creo que ésa es una muestra de cómo se ejerce el poder y cómo se comporta el Estado. Lo que sí hay es un discurso violento de parte del poder, pero casi no afecta a la cultura, ya que es considerada un tema menor, casi sin importancia, sin peligro. A la gente no le importa si una editorial vende sus libros caros o no. En cambio cuando el presidente sale a decir que los supermercados están guardando la comida para especular con los precios, entonces sí la sociedad se conmueve.

-Entonces las editoriales pueden trabajar con libertad de acción, no ha habido injerencia en su trabajo.

-Hasta ahora no hay ningún tipo de presión a las editoriales para que no publiquen determinado libro, ni censura ante alguna edición. La cantidad de gente que lee un libro es tremendamente inferior a la que puede ver una noticia en la televisión o leerla en un diario, los libros no son peligrosos. Trabajé en una editorial que pertenece a El Nacional, periódico que inicialmente apoyó a Chávez pero que de un momento a otro comenzó un ataque sostenido contra el presidente, algunas veces con razón, otras no. A través de la editorial se insistió en que se debía publicar una colección de libros de política, muchos de los cuales eran unos bodrios que atacaban al gobierno sin mucha base, sin mucho fundamento. Sin embargo el gobierno nunca prohibió esos libros. Eso sí, el Estado tiene una distribuidora, tiene una red de librerías, y esas librerías no compran libros de editoriales privadas. Lo único privado que compran son títulos de algunas editoriales extranjeras, pero venezolanos no.

-¿Cómo está el panorama editorial en Venezuela?

-Es complicado. El ecosistema literario, o sea distribuidoras, librerías y editoriales, cada una, deberían estar saludables para que todos se mantengan saludables. En Venezuela actualmente hay un control de cambio para adquirir divisas, muy similar al que se está aplicando en Argentina. En un momento había una lista de productos prioritarios a los que se les asignaba divisas sin mayor trámite, y otro grupo para el cual había que realizar un trámite más complejo, explicar cuál era el motivo por el que se necesitaba adquirir ese producto, etcétera. El libro en un primer momento estaba dentro del primer grupo, hasta que pasó al otro grupo de productos, digamos prescindibles. Por lo cual para importar libros en Venezuela había que justificar bien qué libros y por qué, para que el Estado brindara acceso a los dólares para adquirirlos. Eso se complicó hasta tal punto que las distribuidoras dejaron de importar libros. Muchas distribuidoras cerraron, otras dejaron de traer libros, y la oferta se achicó considerablemente. Luego muchas librerías comenzaron a cerrar, porque el costo de vida es muy alto, los costos de mantener un negocio también son muy grandes. A las editoriales en un año de repente se les duplicaba el costo de imprimir libros, entonces en lugar de imprimir mil ejemplares, hacían 500, por lo cual el ejemplar subía su precio. A todo esto se suma la falta de un programa de incentivo a la lectura, en un momento complicado de la educación, entonces el público lector no crece, se achica. Sólo subsisten algunas editoriales privadas, algunas universitarias, las estatales y las apoyadas por fundaciones.

-Es que Venezuela ha tenido históricamente una cultura del subsidio.

-Esperar mucho del Estado es muy latinoamericano. Siempre ha sido así, la gente quiere que el Estado le dé. Creo que el Estado no está tanto para darte plata sino para crear las condiciones para que tu propuesta pueda rendir. En cuanto a los libros, propiciar un mejor sistema educativo para que se puedan formar nuevos lectores que compren tus libros, una buena red de bibliotecas públicas que por un lado te compran los libros, y los lectores, sin tener que pagar, cuentan con el acceso a los libros que quieren leer. Si el Estado invierte de esa forma no beneficia a algunos sino a todos. En Venezuela el problema se agrava porque el Estado es editor, entonces cree que puede prescindir de las otras editoriales y decidir qué se publica.

-Suena a la intención de crear un canon. Biblioteca Ayacucho, muy presente en Uruguay por la presencia fundamental de Ángel Rama, de algún modo se propuso la creación de un canon latinoamericano.

-Sí, pero creo que ahora Ayacucho se ha dedicado a otras cosas. Ya no es tan sólido el criterio y la selección. Parecen estar influyendo otras cosas. Se puede ver en otras acciones del gobierno. Por ejemplo, uno de los últimos ministros de Cultura era un veterinario de vocación y de profesión, y nunca había tenido ninguna participación en actividad alguna que tuviera relación con la cultura. Pero formaba parte del partido, estaba bien conectado. Si eso se puede extrapolar a otros ámbitos se entiende por qué el criterio de Ayacucho no es tan sólido. Otro ejemplo es el premio de novela Rómulo Gallegos. De los últimos ganadores no se podía cuestionar su calidad artística, pero quedaba claro que en sus obras o en alguna declaración del autor había algún apoyo a la actividad del gobierno chavista. No todos los ganadores te pueden convencer, lo malo es que no puedas dejar de pensar que lo ideológico está metido haciendo ruido todo el tiempo. De todas maneras el Estado ha tratado de publicar a todo el mundo y eso es rescatable. Es que también con esa idea de publicar tantos títulos no pueden hacerle asco a nadie. Vuelvo a decirte, el Estado chavista no es tan represivo como dicen, fundamentalmente por esa ineficacia. Es fuerte la presión como para ir debilitando la industria, aunque no sea su objetivo, pero no lo suficiente para barrerla por completo.

-¿Este nuevo panorama ha influido en la ficción?

-Creo que no, y por un lado me parece muy mal. Parecería que los autores no estuvieran conectados con la sociedad y reaccionando. Tampoco estoy pidiendo una literatura que refleje la política y la sociedad actual porque sería realmente triste. Lo que en realidad pasa es que la gente sigue preocupada por sus asuntos. Los escritores escriben los textos que quieren y se preocupan únicamente por publicarlos. Ni siquiera por ser leídos, importa publicar, el currículum. La literatura es útil en la medida en que proporcione beneficios. No digo que se viva por amor al arte, pero no veo que la gente haya reaccionado a lo que ocurrió en el país. Caracas es una ciudad especialmente violenta, sin embargo en la literatura venezolana esa violencia casi no aparece como en la literatura mexicana o colombiana.

-¿Cómo ves el panorama editorial en la región, sobre todo en aquellas editoriales que no forman parte de los grandes grupos?

P>-Es complicado fundamentalmente por la falta de público. Los grandes grupos tienen un músculo económico que les permite sobrellevar la ausencia de lectores. Pueden apelar a catálogos monstruosamente eclécticos; si ellos no venden, no vende nadie. Las editoriales independientes se encuentran muchas veces con que no hay público para el tipo de libro que quieren publicar. Es su tarea, publicar lo que nadie publica, pero no deja de ser quizás la misión más ingrata ante el mercado, publicar lo que no se vende y sin fondos como para esperar a que el libro se venda de a poco. Tampoco cuentan con el favor de las distribuidoras ni de las librerías. Los grandes grupos tienen un margen distinto para negociar. Te dejo los libros más baratos si los pones en vidriera: una editorial independiente no puede hacer eso. Lo mismo las distribuidoras, muchas veces para poder comprar el libro que te interesa vender en tu librería, las distribuidoras te obligan a comprar cosas que no te interesan. Todo esto genera que el libro independiente se vuelva invisible. Debería haber un cluster de librerías, deberían juntarse y hacer un catálogo con un sistema de descuentos como los supermercados, en el que se incluyan libros de todo tipo. Tampoco se apoyan los editores entre ellos. Me pareció saludable y luego tragicómico lo que pasó con la feria de editoriales independientes de la Biblioteca Nacional desalojada por la intendencia. Eso es un claro ejemplo de lo que es la falta de apoyo, no es que uno necesita que lo ayuden, sólo que no lo jodan.

-Uruguay ha sido elegido como el país homenajeado en la próxima feria del libro de Caracas a desarrollarse en marzo. ¿Cómo es la relación del lector venezolano con la literatura de la región? ¿Hay un conocimiento real de lo que está pasando?

-Al igual que en el resto de los países latinoamericanos hay un total desconocimiento de lo nuevo que se está creando en los países de la región. No llegan los libros. Todo gira en torno a los autores locales. Lo que se conoce de otros países es lo más publicitado, y mucho más de lo europeo o estadounidense. Todos saben quién es Franzen, Auster y Rowling, pero nadie conoce un autor brasileño. Si no, cobran trascendencia otras cosas como cuando Chávez le regaló a Obama Las venas abiertas de América Latina o cuando recomendó uno de Chomsky. Además se ha desmantelado el espacio para la crítica en los medios venezolanos. Sólo hay reseñas como las que se pueden encontrar en Sala de Espera. El Nacional tiene un suplemento de cuatro páginas y es casi lo único. Incluso ese suplemento, en un momento de crisis del diario, desapareció por un tiempo y nadie dijo nada. Decía su director que cuando un crucigrama se repetía, la gente escribía al diario indignada, pero cuando dejó de aparecer el suplemento cultural nadie dijo nada.