La animación en audivisual dejó de estar dirigida exclusivamente a los niños desde hace mucho tiempo; el trabajo de Matt Groening o la camada Adult Swim de la cadena Cartoon Network son pruebas a la vista. Menos claro, tal vez, sea el hecho de que casi toda gran producción que busca captar al público infantil (animación o no) debe seducir también a gente grande: es mejor que los que llevan a sus hijos al cine -y pagan la entrada- no se aburran mucho.

Este esquema de máximo rendimiento, que invariablemente sigue toda producción hollywoodense, les impone un delicado equilibrio a los realizadores, obligándolos a trabajar en dos niveles paralelos (uno más visual, pensando en los chicos, y otro más conceptual, en deferencia a los grandes) y a la vez en un posible plano de sutura (una narración fuerte es el mejor) que los una. Selkirk, el debut en largo de Walter Tournier, parece ignorar esta lógica, ya que recupera la tradición de atender casi exclusivamente al espectador infantil. Aunque parezca anticuada, la estrategia está en consonancia con el mensaje anticapitalista que la película intenta transmitir.

Son poquísimas las guiñadas dirigidas a mayores de diez años en esta historia de un marino que se reforma de su condición de apostador tras una prolongada estadía en una isla deshabitada. Exactamente, son dos: una referencia anacrónica a los Beatles -sutilmente apoyada por la precisa base musical- y una alusión metanarrativa al estatus mítico que adquirirá Selkirk, el protagonista, cuando su historia sea revisada más tarde por el escritor Daniel Defoe. Estos chistes están ubicados, respectivamente, en los primeros minutos y en la ultimísima escena de la película; en el medio hay casi una hora en la que predominan la simplicidad de las acciones y los gags físicos.

La técnica de stop-motion, que Tournier domina desde hace décadas, se adecua correctamente a este tipo de acrobacias, y por primera vez sus personajes -gracias al diseño de Tunda Prada- aparecen debidamente caracterizados, libres de los rasgos indiferenciados que opacaban a Los Tatitos y al resto de su producción anterior. En cambio, no funciona bien toda una serie de apoyos digitales, como los efectos que representan agua (y fuego), que parecen reciclados de los primeros tiempos de la animación informática. Hay, además (al menos en la proyección que presencié en Punta Carretas Shopping el viernes pasado a las 21.00), algunos “saltos” de movimiento que parecen más un problema de transposición digital que un defecto de la animación en sí. De todos modos, ninguno de estos asuntos técnicos deberían importar a los integrantes del grupo etario al que está dirigida la película (¿a quién, cuando niño, le molestaban los hilos que movían a los Thunderbirds o que El Chavo tuviera pelos en las piernas?).

En realidad, es uno de los rubros técnicos, la música, el que da las pistas más claras sobre desde dónde se versiona una historia que, después de todo, habla de piratas ingleses. En la primera parte de la película las composiciones de Leonardo Croatto aportan un correcto apoyo a través de ritmos y coros murgueros (sólo fallan en una escena de casi naufragio, en la que el tono alegre de la música adelanta el desenlace feliz), mientras que en la parte del confinamiento en la isla el tono cambia a géneros más neutros, pero se mantiene el color local mediante la instrumentación (especialmente, del acordeón, a cargo de Hugo Fattoruso).

El vigía en la Torre (de las Telecomunicaciones)

Desde el jueves de la semana pasada se puede apreciar gran cantidad del material empleado para filmar Selkirk: el verdadero Robinos Crusoe en el Complejo Torre de las Telecomunicaciones de Antel. Escenografía, maquetas y personajes estarán de lunes a viernes de 9.00 a 17.00 en el Espacio Museo, Edificio Auditorio del Complejo, con el agregado de recorridos explicativos sobre el trabajo de Tournier y su equipo. En el plan original, luego de seis meses la muestra recorrerá el interior del país.

Desde Uruguay, entonces, Tournier reversiona el mito de Robinson Crusoe, con los niños como destinatario principal (pero no exclusivo).

Ética protestante versus coro de murga

Más allá de lo que nosotros pensemos sobre El Quijote, para los anglófonos Robinson Crusoe, publicada por Daniel Defoe en 1719, es la primera novela, si se considera que la novela es un tipo de relato largo que tiene por protagonistas a personas comunes y por estilo dominante el realismo. Bestseller desde entonces, Robinson Crusoe ha sido no sólo el libro más impreso después de la Biblia, sino el origen de toda una serie de historias que enfrentan civilización y aislamiento conocidas genéricamente como robinsonadas. Aunque ha conocido multitud de adaptaciones infantiles (como ésta de Tournier), la novela fue leída muy seriamente desde hace siglos. Preferida por diversos economistas para ilustrar las diferencias entre el capitalismo y el estadio que lo antecedió, no escapó al análisis de Karl Marx, que le dedica un pasaje de El capital; asimismo, la teoría poscolonial encontró material sabroso en la relación entre Crusoe y su esclavo Viernes, así como en las diversas consideraciones sobre razas y países que realiza el británico personaje.

Otras lecturas de la novela de Defoe -como la del crítico Michael McKeon y su maestro Ian Wattapuntan a la conversión espiritual que Crusoe experimenta en la isla. Hijo menor de una familia no muy próspera, Crusoe desoye los consejos paternos y decide buscar suerte como aventureroempresario en el extranjero. Trata de esclavos, latifundios y comercio son algunas de las tareas que lo ocupan en América. Ya solo en la isla comienza a escuchar la voz de Dios y entiende que ha sido castigado por desobedecer a sus padres. Sin embargo, encuentra la redención en la aplicación al trabajo manual.

Para algunos, con la creación de este hombre que “hace todo” -alimento, vivienda, vestimenta- Defoe provee a los ingleses del siglo XVIII, todavía afectados por la división del trabajo, con la fantasía del regreso a un momento previo a la revolución industrial. Pero también, a su vez, Defoe -un protestante radical que defendió a través de diversos medios al libreempresismo y al comercio como fuerzas progresistas frente al conservadurismo eclesiástico-monárquico, luego representado por Jonathan Swift y su anti-Crusoe, el viajero Gulliver- mostró cómo era posible conciliar la vocación religiosa y la aplicación al trabajo con la acumulación material como objetivo. En este sentido, Robinson Crusoe es un hito en la aceitada relación entre capitalismo y protestantismo.

Selkirk, sin embargo, no es Crusoe; se cree que la historia real de este marino escocés, abandonado por sus compañeros en una isla cercana a Colombia (hoy llamada Robinson Crusoe), en la que sobrevivió en soledad durante cuatro años, fue una de las fuentes que utilizó Defoe para escribir su novela. Aunque el título completo de la película de Tournier sea Selkirk: el verdadero Robinson Crusoe, en realidad lo que hace el realizador uruguayo no es acudir a las fuentes, sino “pedir permiso” para releer la historia de Defoe (aunque no haga falta, ya que, como todo mito, admite continuas actualizaciones).

Las divergencias entre Tournier y Defoe no pasan tanto por lo narrativo -aunque son grandes: Crusoe es un empresario que naufraga, Selkirk es un piloto de un barco pirata que es traicionado por sus compañeros-, sino por la transformación que sufren sus respectivos héroes tras tener que arreglárselas solos durante años. Mientras Crusoe comprende que debe aplicarse al trabajo sin modificar un ápice su individualismo y su impulso por acrecentar su riqueza, el Selkirk de Tournier cambia radicalmente. Como marino, el pelirrojo Selkirk se valía de su inteligencia superior -la misma que le permite leer mapas mejor que los demás- para estafar a sus compañeros, pero tras una estancia en compañía exclusiva de gatos monteses, cabras silvestres y un loro parlanchín, descubre que debe cambiar de actitud respecto al prójimo, tal como le aconsejaba el único personaje femenino de la historia (que entabla una relación de amistad con Selkirk: en temas amorosos, este muchacho es tan indiferente como Crusoe).

En la escena que mejor representa la visión de Tournier, Selkirk funde un tesoro de monedas para hacerse cubiertos, vasos y otros utensilios. Mostrar que el oro es, después de todo, un simple metal cuyo prestigio se basa en una convención social dice más y mejor -a los chicos- que una clase sobre valor de interambio, valor de uso, fetichización y demás conceptos de política económica.

Es ahí, en la fidelidad de Tournier a su público infantil, donde su proyecto tendría que dar sus frutos, más allá de su éxito a corto plazo. Claro que para ello está obligado a sortear los varios obstáculos que le impone el actual sistema económico, como convencer a los adultos de que Selkirk es una película que ellos también pueden ver sin distraerse demasiado.