El artículo, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, lleva la firma del académico Ignacio Bosque -responsable junto con Violeta Demonte de la Gramática descriptiva de la lengua española (1999)- y fue difundido por El País de Madrid. Allí el académico critica varias de las normas que promueven guías de lenguaje no sexista elaboradas por universidades, municipalidades y sindicatos españoles, y aunque reconoce la realidad del problema que las motiva -la discriminación de la mujer en distintos ámbitos-, afirma que sus recomendaciones “contravienen no sólo normas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias” y que “conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media”.
Partiendo de que el sexo es un concepto biológico y el género un concepto gramatical que, aunque parte del sexo, no tiene una relación unívoca con él, Bosque considera “insostenible” suponer que “el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían ‘la visibilidad de la mujer’”, como afirman la mayoría de las guías que analiza.
Casi todos los problemas que aborda Bosque derivan del hecho de que, en la lengua oficial, el masculino es el término genérico. “El masculino es en español el género no marcado y el femenino el marcado. En la designación de personas y animales los sustantivos de género masculino se emplean para referir a los individuos de ese sexo, pero también para designar a toda la especie sin distinción de sexo, ya sea en singular o en plural”, aclaró el martes en El Espectador el lingüista y secretario de la Academia Nacional de Letras Adolfo Elizaincín.
En el entendido de que el genérico masculino no representa correctamente a las mujeres, casi todas las guías analizadas recomiendan el uso de fórmulas como “todos y todas” o “todo el mundo” en lugar de simplemente “todos”. Como ejemplo cómico de la aplicación indiscriminada de esa recomendación, que acarrea lo que se llama “desdoblamiento en la coordinación”, Bosque cita un pasaje de la actual Constitución de Venezuela, que abusa de la duplicación por género en la descripción de cada cargo de gobierno (“diputado o diputada”, “ministro o ministra”), y también califica la fórmula “los/las compañeros/as” como entorpecedoras de la comunicación.
Otra recomendación que le merece cuestionamientos indica que es preferible utilizar términos que eluden la marca de género, como “ciudadanía” o “alumnado” en lugar de “ciudadanos” o “alumnos”. “No es preciso, desde luego, ser lexicógrafo para intuir que la niñez no equivale a los niños, y, en general, que, si existen contextos en que alguno de estos sustantivos abstractos equivalga a un colectivo de persona, están sumamente restringidos”, afirma Bosque. Igualmente errónea le parece la recomendación de elidir el artículo determinativo, ya que, por ejemplo, escribir “conozco a los autores” no equivale a “conozco a autores”.
“Despotismo ético”
En nuestro país existe por lo menos un manual similar a los que critica Bosque: la Guía de lenguaje inclusivo, promovida por la Comisión Interdepartamental de Género del Congreso de Intendentes. Fue publicada en 2009 y podría ser impuesta como norma para los actos administrativos de la Intendencia de Montevideo (IM).
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La Guía del Congreso de Intendentes lista el uso de la arroba como inclusivo. “Es un recurso para escritos no formales, pero no es un signo lingüístico, y es impronunciable. Se emplea en correos electrónicos, páginas web. Su uso, por otra parte, muestra una actitud inclusiva de quien la emplea. Sólo es válida para el lenguaje escrito”.
“Normalmente no se recomienda su uso. Lo que se hace allí es reconocer que la usa mucha gente, en graffitis y comunicaciones”, aclaró Ponte. Garrido, por su parte, cree que usar la arroba “es más cómodo que poner ‘queridas y queridos’, pero lindo no queda”.
La docente Elena Ponte preside esa comisión y también es la coordinadora ejecutiva de la Secretaría de la Mujer de la IM. Cree que la opinión de los académicos de la RAE “es muy respetable, porque se trata de personas formadas y de renombre” aunque “ no están cerca de lo que es el sentir de la comunidad hablante”. “Desde el punto de vista frío de la teoría se puede aceptar la definición del masculino genérico que incluye a la mujer, pero la sociedad no siente eso. Las mujeres sienten que lo que no se nombra no existe, por eso, por ejemplo, desde hace años se utiliza específicamente el femenino en las profesiones”. Efectivamente, Bosque aclara que “la formación de pares morfológicos a los nombres de profesiones y cargos (ingeniero-ingeniera, etcétera)” es “hoy universalmente aceptada”.
Pero mientras que para Bosque quienes buscan imponer fórmulas como “todos y todas” no son representativos de la mayoría de los usuarios -hombres y mujeres- del español, para Ponte las guías de lenguaje estarían registrando un fenómeno que las precede: “La eclosión de las mujeres en la vida social, pública, recoge su sentimiento de estar presentes y ser vistas”.
Aunque la RAE no discute que el lenguaje es un fenómeno cambiante, Bosque afirma: “No creemos que tenga sentido forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad, impulsar políticas normativas que separen el lenguaje oficial del real, ahondar en las etimologías para descartar el uso actual de expresiones ya fosilizadas o pensar que las convenciones gramaticales nos impiden expresar en libertad nuestros pensamientos o interpretar los de los demás”.
Desde una premisa similar, la activista Lucy Garrido, encargada de comunicación del colectivo Cotidiano Mujer, arriba a conclusiones muy diferentes: “Sí sirve meterse con el idioma, porque está en el centro de la actividad humana. Es imposible distinguir el pensamiento de la lengua. Hasta que las feministas no empezamos a jorobar con el tema del sexismo en el lenguaje, ningún político decía ‘compañeros y compañeras’. En los actos se decía ‘compañeros’ y ya estaba, todos nos teníamos que dar por incluidos, no importaba que hubiera presas, exiliadas, torturadas, destituidas: éramos ‘compañeros’. Hoy a ningún político se le ocurre decir ‘compañeros’ en un discurso, dice compañeros y compañeras’”.
Según Arturo Pérez Reverte, tal vez los ejemplos mencionados por Garrido describan a “políticos cobardes o analfabetos”: ayer el escritor, miembro de la RAE desde 2003, defendió con fuerza el artículo de Bosque en su cuenta en Twitter. “Esos cretinos (y cretinas) han llegado a establecer como delito, con multas y denuncias, el uso correcto de la lengua”, escribió. También afirmó que “El texto magnífico de Bosque es un zapatazo en la boca a los que ceden al chantaje y al miedo al qué dirán”, que la RAE debe enfrentar al “intolerable matonismo casi indiscutido de las ultrarradicales feminazis” y que “el feminazismo orgánico, oficial, es un negocio del que trincan pasta muchos. Y sobre todo, muchas”.
Ponte también pone el tema en perspectiva política: “A veces las resistencias son ideológicas también. A veces el formalismo y el purismo lingüístico esconden la oposición al cuestionamiento de las relaciones de poder entre varones y mujeres”.
Más confrontativa, Garrido cree que “la RAE es como el partiarcado: hay pocas mujeres. Ellos no tienen que estar ahí para defender que la lengua no cambie. Si fuera así, habría que eliminar la hache y restituir la efe. El lenguaje es la vida, ellos no son la vida”.
En tono ya combativo, Pérez Reverte se refirió también a la integración de la RAE al nombrar a las mujeres que apoyaron el informe de Bosque: “A ver quién es el imbécil que llama misógina o machista a Margarita Salas, a Carmen Iglesias, a Soledad Puértolas, a Inés Fernández Ordóñez…”.
Seamos prácticos
A primera vista la posición de la RAE es muy distante de las que critica; sin embargo, hay espacio para el diálogo. Bosque afirma, por ejemplo: “Si se aplicaran las directrices propuestas en estas guías en sus términos más estrictos, no se podría hablar. Mucho me temo, sin embargo, que las propuestas no estén hechas para ser adaptadas al lenguaje común. Unas veces se dice expresamente en las guías, pero otras queda tan sólo sobreentendido: se supone que los cambios que se solicitan han de afectar únicamente al lenguaje oficial”.
Con similar criterio práctico se expresa Garrido: “Yo sé que hay cosas que son traídas de los pelos. Como periodista, cuando tengo que poner ‘diputados y diputadas me da más trabajo, pero trato de poner palabras que involucren a todos. ‘Ciudadanía’ es mejor que ‘ciudadanas y ciudadanos’. En un artículo reciente escribí ‘uruguayos’, pero más abajo puse ‘diputadas y diputados’.
Asimismo, Bosque niega el sexismo de la lengua, pero no el uso sexista del idioma. Todos están de acuerdo en que es fácil evitar frases como “tenemos 15 agentes y dos mujeres” (pronunciada por un policía destacado en La Pedrera durante la sequía de noticias de Carnaval) o la más canónica “los directivos concurrirán con sus esposas”.
Mientras la RAE descree de los cambios impuestos por instituciones, Ponte no parece albergar una idea exactamente opuesta: “El lenguaje es vivo; veremos dentro de unos años en qué quedamos”.
En otro plano Bosque se muestra preocupado por la pérdida de significado que implica la omisión del artículo determinativo o la utilización de sustantivos abstractos como “ciudadanía”, pero hay casos en que la utilización de un genérico masculino realmente sirve para enmascarar un problema concreto. “Si digo ‘derechos universales del hombre, andá a sentirte incluida”, dice Garrido, en referencia a la polémica que estalló en la Conferencia Mundial de los Derechos Humanos realizada en Viena en 1993. Allí, los delegados de varios países se opusieron a añadir que se trataba de derechos del hombre y la mujer, y la discusión se extendió durante cuatro días.