Tabucchi murió ayer en Lisboa, la ciudad que hacía más de 40 años había elegido para vivir. El suyo fue un exilio voluntario y literario: su pasión por Portugal la desató la poesía de Fernando Pessoa, cuya obra conoció a mediados de los 60 en las bibliotecas de París, a donde solía escaparse durante sus años de estudiante. Tanto su carrera académica como su ficción tuvieron por centro al país luso, donde a mediados de los 80 consiguió instalarse como director del Instituto Italiano de Cultura.

Además de su amor por la cultura portuguesa -fue uno de los tantos que intentaron traducir el término saudade-, la obra de Tabucchi estuvo marcada por dos convicciones que para muchos artistas son contradictorias: la literatura importa por sí misma y la literatura es una herramienta de cambio social. En su carrera logró unir ambas ideas de una manera infrecuente: sus novelas están plagadas de referencias literarias al tiempo que su anclaje histórico es claramente reconocible.

Tabucchi supo cómo transmitir su mensaje por medio de una prosa clara, y sobre todo, mediante personajes potentes y queribles. Así, el protagonista de Sostiene Pereira -su primer gran éxito, aparecido en 1995 y llevado al cine casi inmediatamente con Marcello Mastroianni como personaje principal- es un veterano editor de páginas culturales que se aleja de su apatía política por motivos tan literarios como urgentes: un colaborador de su diario, Monteiro Rossi, comienza a escribir “epitafios” de autores vivos con claro tenor antifascista, y luego es asesinado por la policía del régimen de Salazar (el dictador que gobernó Portugal a partir de 1932). Pereira decide publicar un manifiesto en el que el joven denuncia a la dictadura y luego huye a Francia. En el medio, un tercer personaje plantea la teoría de que las personas están habitadas por una “confederación de almas” y que las transformaciones son posibles si cambia el alma que lidera la confederación.

La relación entre Pereira y Rossi tiene una variante en La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (1997): aquí el periodista es un joven interesado en las letras, que contra su voluntad debe investigar un caso policial, y el veterano es un abogado de origen aristocrático (don Fernando Mello Sequeiro) que se ha dedicado a la defensa de las víctimas de la dictadura portuguesa. En sucesivos diálogos, don Fernando le explica al joven que la palabra escrita adquiere su mayor poder cuando denuncia la injusticia, ya sea mediante testimonio o ficción. Y la realidad se puso de su parte: el crimen que se investiga -un gitano encuentra un cadáver decapitado- tenía como base una historia real, ocurrida en 1966, que Tabucchi documentó exhaustivamente. Pocos meses después de publicada la novela, a más de 30 años del crimen, fue encontrado el oficial de policía que había cometido el asesinato.

No todas las novelas de Tabucchi están ambientadas en Portugal. La primera, Piazza D’Italia (1975), es la versión de la historia reciente que da un “derrotado”, integrante de una familia de anarquistas toscanos. Guarda cierto paralelo con una de las últimas, Tristano muere (2004), en la que un partisano antifascista recuerda su vida y se pregunta si habrá valido la pena “haber causado tantas muertes”. Nocturno hindú (1984), su primer éxito en Italia, describe un viaje iniciático a la India, y fue llevado al cine por Alain Corneau en 1989.

Aunque hacía varios años que Tabucchi dividía sus semestres entre Lisboa y Siena, por su labor como difusor de la cultura lusa su muerte es motivo de luto oficial en Portugal, país en el que, tras obtener la ciudadanía, se presentó como candidato del Bloque de Izquierda al Parlamento Europeo. El 2 de abril, en la Casa Fernando Pessoa de Lisboa, habrá una maratón de lectura de su novela Requiem (1992), la única que escribió directamente en portugués.