Una confesión juvenil: fue toda una sorpresa descubrir que el autor que dibujaba las historias del tosco Teniente Blueberry era también responsable de los complejos escenarios oníricos que ambientaban algunas de las páginas de publicaciones españolas como Tótem e, indirectamente, de la revista argentina Humor. No sólo el estilo era muy distinto -aunque una mirada más entrenada hubiera descubierto similitudes debajo de la agilidad de Blueberry y el ensoñamiento de los otros trabajos-, sino que además el hombre firmaba distinto: Gir por un lado, Moebius por el otro.

“En realidad, siempre fui tres”, diría en una entrevista a la revista Télérama, “Jean Giraud, Gir y Moebius”. Esas identidades, además, se solaparon durante gran parte de la existencia del creador que a los 73 años murió el 10 de marzo víctima de un cáncer linfático.

Pequeño genio

Sus padres se separaron cuando era muy chico y combatía los largos ratos de soledad dibujando. Cuando tuvo que elegir una carrera la opción lógica fue una escuela de arte, y la familia lo estimuló. Pero antes, a los 15 años, previo a dejar la ciudad satélite de Nogent-Sur-Marne para irse a estudiar a París, ya había vendido su primera historieta, una tira para niños ambientada en el Far West.

En 1955, cuando estaba por cursar el tercer año en la escuela de arte, su madre se casó con un mexicano y se fueron a vivir a su país. Jean no se llevaba bien con su padrastro, pero México lo marcó: “Cruzar el desierto fue como una iniciación: la planicie, el cielo azul profundo, la blancura incendiaria me abrieron el alma”. Dos décadas después, ese paisaje desolado sería un fondo constante e inquietante para muchas de sus historias.

Vuelto a París, luego de un “maravilloso” año de vagancia 
-así lo definió en el documental de la BBC Moebius Redux-, comenzó a buscar lugares donde publicar. Eran los años de la recuperación económica y la televisión se extendía, pero todavía no era tan popular como para liquidar al cómic. En 1959 René Goscini -el guionista que creó a Astérix junto con Albert Uderzo, entre otras cosas- fundó la revista Pilote. Los trabajos de Jean Giraud gustaron y se le encargó una historieta de cowboys. Con el guionista Jean-Michel Charlier creó al Teniente Blueberry, modelado en torno a Jean-Paul Belmondo no sólo en lo físico sino también en lo comportamental: primitivo, sexuado, era un personaje bastante distinto del que proponía la tradición del cómic franco-belga que dominaban Hergé y su Tintín. El personaje fue un éxito inmediato y pronto tuvo sus propios álbumes. “Fue un toque de genialidad”, comentó sin problemas de modestia el hombre que ya firmaba Gir.

Qué hay en un nombre

Sin embargo, lo rondaba una inquietud: “Entregaba en hora, iba a todas las reuniones, pero era como un infiltrado en Pilote. Yo quería hacer otras cosas: mi cabeza estaba en la ciencia-ficción bizarra, en la sexualidad, en el surrealismo”. Son los prolegómenos de mayo del 68: la cultura juvenil se expande junto a la música pop y la matrícula universitaria, mientras el cine francés -más que la literatura-, que venía sintonizando muy bien con el nuevo ambiente, le pone el rótulo de nouvelle vague a lo que hacen Godard, Chabrol Truffaut y Resnais.

Para diferenciar esos trabajos alejados de la tendencia aventurera e infantil que dominaba Pilote -aunque también los publicó en la revista-, recurrió a un pseudónimo que había usado brevemente: Moebius. Albert Möbius fue un matemático alemán del siglo XIX, conocido sobre todo por la concepción de una cinta que presenta un giro en su recorrido, por lo que en geometría constituye un objeto con una sola cara y un solo borde. La idea puede guardar o no cierto paralelismo con las carreras de Jean Giraud-Moebius -depende de si tomamos su producción como un continuo o si preferimos separarla en una esfera tradicional y otra vanguardista-, pero el estímulo estaba en el nombre: “Me sugería misterio y excitación”, diría a la BBC.

Así, comienzan a aparecer historias firmadas por Moebius en las páginas de Pilote. Se trata de historias con toques de fantasía y ciencia-ficción. El ejemplo que el dibujante recuerda como paradigmático es “El desvío”, donde una familia de vacaciones toma una ruta secundaria y su camioneta desemboca en un paisaje extraño poblado por un gigante; tal vez no resultara muy novedosa a lectores de Kafka o Borges, pero sí al público menudo de Pilote.

Como fuera, hacia principios de los 70 la “doble identidad” se volvía insostenible no sólo para Moebius sino también para muchos de los creadores de la revista, disconformes con la orientación humorística e infantil que procuraba mantener Gosciny. Con impulso rupturista, en 1974 se nucleaban Les Humanoïdes Associés: Jean-Pierre Dionnet, Philippe Druillety, Moebius (más el empresario Bernard Farkas), con el fin de fundar una editorial donde trabajar más libremente. Su principal producto, la revista Métal Hurlat, revolucionó el mundo del cómic.

El chamán

Por primera vez, una revista de historietas acompañaba el crecimiento etario de sus lectores. Orientada hacia la ciencia-ficción y el horror, Métal Hurlant capturó el espíritu de una generación gracias a la calidad de sus historietas y a la atención a un espectro amplio de la cultura pop, que incluía reseñas de literatura de género y atención a fenómenos emergentes, como el mundo de los videojuegos. Su logro más importante, además de promover la autonomía de los creadores de cómic, fue reencauzar hacia lo predominantemente estético a un medio que parecía destinado a quedarse con los restos de masividad que le dejaba la televisión. El cómic ya no sería popular, pero sería respetado.

La revista atrajo a creadores europeos como Manara, Gotlib, Enki Bilal y americanos como Alan Voss y Berni Wrightson, entre decenas de artistas. Allí presentó Moebius su primera gran obra, la saga de Arzach. Sin “globitos”, de autoría exclusiva de Moebius, mezcla de imaginería fantástica y retazos futuristas, la historieta era un tributo al puro lenguaje visual del cómic.

Por ese trabajo Moebius concitó la atención de muchísimos artistas, y entre ellos estaba Alejandro Jodorowsky. El escritor y cineasta chileno preparaba su versión de Dune, la saga novelística de Frank Herbert, y quería reclutar al francés como diseñador. Hubo química inmediata, porque Moebius admiraba a Jodorowsky como cineasta, e inmediatamente comulgaría con su esoterismo. “Fue mi socio más completo, complejo y duradero”, diría Moebius, y también “mi maestro de pensamiento”, en una frase que pone en su lugar un comentario exagerado pero difundido que coloca a Moebius como parte de los llamados “nuevos filósofos” que surgían en Francia en los 70: Moebius era un lector atento, pero la reflexión sistemática no era su métier. Tampoco el vanguardismo literario: el surrealismo y la poesía de Rimbaud son incorporaciones que hace a mitad de su carrera. Igualmente, el contacto con la producción del antropólogo místico Carlos Castaneda no le llegó a partir de sus contactos mexicanos sino vía Jodorowski.

La producción de Dune fracasó -fue realizada un tiempo después por David Lynch-, pero el lazo entre algunos integrantes del equipo nucleado por Jodorowski permaneció. En 1977 Moebius y el escritor Dan O’Bannon publican The Long Tomorrow y colaboran con Ridley Scott en la creación de Alien (luego acusarían a éste de inspirarse demasiado en la escenografía de The Long Tomorrow para crear el ambiente urbano de Blade Runner, sin tener en cuenta que todos son tributarios de la ciudad creada por Fritz Lang en Metrópolis).

Por supuesto, el derivado más notorio de la versión no filmada de Dune fue la saga El Incal, iniciada en 1980 por Moebius y Jodorowsky, quien inspirado en las vastas genealogías de Herbert creó su propio universo, estructurado en torno a la dinastía de los “metabarones”. El Incal tiene por protagonista a John DiFool (inspirado en la figura de El Loco del tarot, otra de las obsesiones de Jodorowsky), a quien Moebius definió como “alguien que no entiende lo que sucede y no quiere entenderlo”. ¿Un ignorante? No, “la única forma de conseguir la identificación del lector moderno en un mundo cada vez más complejo”.

Guerreros perfectos

Tan importante para el impacto que tuvo El Incal fueron las complejas luchas entre corporaciones tecno-religiosas que ideó Jodorowsky como los ambientes a la vez hiperdetallados y claros que pergeñó Moebius. “Lo que impresiona es su uso de la textura”, comentaba para la BBC el creador de Hellboy, Mike Mignola.

En los 80, Métal Hurlant circulaba con fuerza también en Estados Unidos -donde se tradujo como Heavy Metal-. El trabajo de Moebius llamó la atención de Hollywood, y a su participación en Alien siguieron colaboraciones en Tron, Willow, Abyss, El imperio contraataca (George Lucas fue uno de sus grandes admiradores) y El quinto elemento, entre otras.

Pero tal vez la asociación más extraña que Moebius trabó con un creador norteamericano no fue en el cine sino en el propio cómic. En 1988, Stan Lee, el fundador de Marvel Comics, le propuso trabajar juntos. La propuesta parecía alocada: el más refinado de los historietistas europeos trabajando junto al más comercial de los historietistas estadounidenses. Sin embargo, entre las decenas de criaturas de Lee -después de todo, también un lector atento de algunos mitos griegos- había toda una gama de seres sufrientes que habitaban un panorama de dimensiones cósmicas: dos elementos de innegable conexión con Moebius. Ambos acordaron trabajar juntos con el atormentado Silver Surfer, un solitario aristócrata humanoide que contra su voluntad debe encontrar planetas habitados para alimentar a su amo. Sin ser el mejor momento de ninguno de los dos, Parábola probó que lo superheroico podía coquetear con el lirismo.

Al museo

En paralelo con su producción como Moebius, Jean Giraud siguió dibujando -y luego supervisando- sus producciones más tradicionales, como Blueberry. “Soy un tren que no puede parar. Puedo cambiar de vagón, puedo mirar a los que me acompañan, pero yo soy el tren”: con esta imagen el artista buscaba justificar el conflicto entre su hiperactividad y sus relaciones familiares y profesionales.

Su otra compensación es más ambiciosa. Dos años antes de morir le dijo a Télérama: “He hecho muchas cosas malas, pero hay cuatro o cinco que espero que algún día puedan colgarse junto a un Picasso”. Juicios aparte, el efecto que produce su obra no está lejos de los que logran algunos Dalí o Magritte.