El estudio surgió a partir del impulso del Ministerio del Interior, se concretó mediante un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y el INAU, y contó también con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo. Será presentado hoy a las 18.00 en el Paraninfo de la Universidad de la República. Los ejemplares no están a la venta; el libro fue entregado a los egresados de 2011 de la Escuela Nacional de Policía, se distribuirá en universidades y llegará a técnicos y funcionarios de dependencias públicas y privadas que tratan con la población que se estudia. Además, hoy se le entregará un ejemplar a cada asistente.

En la introducción se aclara que la investigación “no se propone saber cuántos niños, niñas, adolescentes y jóvenes subsisten en situación de calle [el destacado es de los autores], sino cómo han llegado a sostener su subsistencia en la calle”. Justamente, uno de los puntos fuertes del texto es la transcripción de diálogos con adolescentes y jóvenes, que interiorizan al lector de las vidas, los discursos, perspectivas y situaciones que atraviesan, logrados a partir del involucramiento que implica el enfoque etnográfico, que observa y participa en el ambiente que estudia.

Más corporal que cultural

Los autores rechazan la “etnologización” de la pobreza, un concepto tomado de Pierre Bourdieu que implica “considerar a los pobres (o a los jóvenes) como portadores de una alteridad cultural radical que determinaría buena parte de sus prácticas”, explican en el texto. Agregaron en la entrevista que en realidad esa visión oculta “relaciones de desigualdad y violencia” y que “son grupos humanos que están siendo afectados por políticas estatales que los van dejando fuera del camino”. Y mencionan al pasar el vínculo permanente con “la Policía, el INAU, los albergues, las oficinas de Salud Pública, lugares donde son maltratados, donde esta doble cara etnologista de la pobreza se muestra en toda su crudeza”, con dichos como “hay que entender a estos chiquilines porque provienen de otra cultura, pero al mismo tiempo los expulso de la clase porque no pueden entender nada porque son de otra cultura”, detallan.

Lejos de ese etiquetamiento, Fraiman y Rossal explican: “En realidad, las diferencias con estos gurises no son de valores. Uno habla con ellos y lo que desean es tener una pareja, una familia, tener su casita, tener un trabajo. Más allá de que sea una expresión de deseo, de algún modo está dando cuenta de un conjunto de valores en común, incluso con la clase media. Pero la gran diferencia que notábamos tenía que ver con el cuerpo: desde cómo a estos gurises, por estar bajo las inclemencias del tiempo y con consumos abusivos de pasta base en algunos casos, se les deterioraban los dientes hasta las técnicas corporales a las que tienen que habituarse por dormir sobre el mármol, abrigarse entre ellos, cómo viven la sexualidad, pensar la intimidad en un espacio abierto”.

Del dicho al hecho

“La población en situación de calle es un objeto ambiguo para los policías. Los habitantes de calle son un problema cotidiano con vecinos que los denuncian por problemas de diversa índole; al mismo tiempo, son una población en la cual pueden rápidamente indagar cuando se produce algún hecho delictivo en la zona. Cuidarlos (en los dos sentidos de protegerlos y de vigilarlos) y expulsarlos son actividades cotidianas de la Policía; en la Seccional 3ª hay policías que maltratan a los jóvenes de la plaza y otros que los despiertan con amabilidad”, escriben. Por otra parte, consignan que “mientras que para uno de los jóvenes entrevistados el INAU tiene educadores, sujetos de comprensión (y tal vez, de la complicidad), para el otro tiene funcionarios, sujetos del Estado (y, tal vez, del abuso). Pero complicidad y abuso son inversos y complementarios, llegando a configurar en el INAU una suerte de esquizofrenia institucional que lejos de facilitar trayectorias de emancipación en los niños y adolescentes bajo su cuidado, lo que produce son verdaderos sujetos del Estado”. En la charla mencionaron problemas de salud también, al argumentar que quien llega a asistir a un joven intoxicado con pasta base es un policía y no un enfermero.

Rossal parafraseó a un autor que dijo que nunca se habló más de los derechos como ahora, pero que tal vez éstos nunca hayan sido tan vulnerados como en la actualidad, y mencionó normas como la Convención Internacional de los Derechos del Niño o el Código de la Niñez y Adolescencia, cuyos postulados no se reflejan en los dispositivos para proteger integralmente a los niños. Cuestionaron: “¿Cómo hacer para cumplir si todos los dispositivos estatales tienen desconfianzas entre sí y en vez de trabajar juntos no sólo compiten sino que a veces se trampean mutuamente?”.

No obstante, afirman que “hay esperanzas”. “Creemos que no está todo perdido como plantean algunas teorías sociales de moda, que no vamos hacia un escenario donde la sociedad esté irremediablemente partida en dos. Sí creemos que las cuestiones son muy complejas pero que hay que intentar dispositivos integrales que den cuenta de esa complejidad, y protegerlos con todo el Estado alineado, coordinado. A veces ves que porque hay tres o cuatro funcionarios y algunas personas de la sociedad local que hacen las cosas bien, todo es distinto y cambia muy rápido”, ejemplificaron.