El crítico Greil Marcus, uno de los teóricos de arte más serios a los que se les haya dado por escribir acerca del rock, advertía en su esencial Rastros de Carmín cómo la experiencia artística estaba siendo reemplazada progresivamente por el fenómeno, por la experiencia de ser parte de un movimiento de masas acrítico en el cual la apreciación y el disfrute individual de determinado artista era sustituido por el simple deseo de pertenencia al entusiasmo de una multitud. Paul McCartney, calificado por el Libro Guinness de los récords como el músico más exitoso de la historia, sabe bien de fenómenos y manías que tienen un origen musical pero que se desarrollan por fuera de la música. En 1966 los Beatles dejaron de hacer giras y de presentarse en vivo ante la evidencia de que nadie los estaba realmente escuchando; sus conciertos se habían convertido en una celebración de histeria colectiva en la cual sus fans aullaban de principio a fin, ahogando por completo la música ejecutada sobre el escenario.

El público que va a ver a McCartney al Centenario el 15 de abril no va a ser tan energúmeno como para ponerse a chillar hasta hacer imposible escuchar la música (además la amplificación ha mejorado considerablemente en estos 45 años), pero posiblemente muchos de los presentes tengan sólo una vaga idea de lo que McCartney hizo en las más de cuatro décadas desde el fin de los Beatles, incluso muchos de los que se desesperaron por conseguir una entrada tengan un conocimiento más cabal de la obra de Justin Bieber que la de los cuatro de Liverpool, pero al mismo tiempo no quieran quedarse afuera de "la visita musical más importante de todos los tiempos".

Esa presentación tal vez no sea inadecuada: Uruguay es uno de los países más "beatleanos" que existen; toda la generación fundacional del beat y su escuela llevan la influencia del cuarteto en forma mucho más notoria que sus equivalentes de Brasil o Argentina. No es casualidad que haya sido en Montevideo donde nacieron los Shakers, ni que Jaime Roos haya sido el mejor adaptador de algunas estructuras (esas codas repetitivas y largas) patentadas por los Beatles. O que la totalidad o alguno de los integrantes haya merecido una canción o mención en la obra de casi todos los compositores importantes de los últimos 30 años. No, acá los Beatles son algo serio y, como indican los setlists de la gira que trae a McCartney, su concierto se presenta como una suerte de parque temático nostálgico de la obra de la banda, y acá la nostalgia también es una cosa seria.

Es decir, era caldo fértil para un fenómeno y sin dudas ya lo es, pero entre tanto dato estadístico, tanto incordio televisivo discutiendo si el saludo para Paraguay fue más cálido que el que grabó para Uruguay, tanto subido al carro capaz de atribuirle al bajista la autoría y la voz de "Here Comes the Sun" y tanto auténtico seguidor perplejo ante la evidencia de que no va a poder ir al concierto porque la manía y el fenómeno hizo que alguno de los antes mencionados se quedara con su entrada sólo para no quedarse afuera, vale la pena hablar del músico -repetimos, del músico- que va a tocar en Montevideo.

Uno en cuatro

El rol asignado -por Brian Epstein y por la imaginería popular- a McCartney dentro de los Beatles era el del buen muchacho, el carilindo, el romántico, el baladista, pero es una injusticia enorme el limitarlo a ese rol de policía bueno. En los últimos años McCartney se ha dedicado a protestar bastante acerca de este papel, resaltando su influencia decisiva en el proceso de intensa experimentación al que se volcaron los Beatles en la segunda mitad de los 60, algo que ya era reconocido por los críticos, los fans o los simples buenos escuchas, pero que solía atribuirse como ímpetu exclusivo de John Lennon. En realidad, si Lennon se inclinaba más bien por lo vanguardista-surrealista (o directamente dadá) y Harrison por las sonoridades orientales, el aporte de McCartney fue el de aproximar su oído y su música a la música clásica contemporánea y la experimentación académica. Hijo de un trompetista, McCartney siempre fue el mejor formado de los cuatro y el más capacitado para apreciar timbres y recursos compositivos alejados del rock. De hecho, son sus composiciones -especialmente a partir de "Eleanor Rigby"- las primeras que se estructuran por fuera de los arreglos y secuencias de acordes propios del rhythm & blues o el skiffle; incluso en canciones esencialmente de Lennon -como la siempre asombrosa "A Day in Life"- era McCartney el que tomaba las decisiones más arriesgadas, en colaboración con ese quinto Beatle no-rockero que era George Martin. McCartney acercó el rock a Stockhausen, Schönberg y demás titanes de la academia, pero también fue el que sentó las bases del rock sinfónico de los 80 (basta ver su estructuración del "Medley" de Abbey Road, que prefigura toda la obra de Génesis y compañía).

Por otra parte, un aspecto que su trabajo de compositor a veces ha hecho menos evidente es su lugar como único Beatle musicalmente virtuoso -si se entiende el virtuosismo como destreza técnica-. Poco afecto a los despliegues exhibicionistas, el desempeño de McCartney en el bajo es un modelo de todo lo bien que se puede tocar sin dejar de estar al servicio de la canción. Rara vez al frente en la mezcla de instrumentos, es un placer -y un desafío- para cualquier aprendiz de las cuatro cuerdas seguir sus líneas de bajo engañósamente simples. Basta ver, por poner un ejemplo entre decenas, su desempeño en la magnífica “Rain” (uno de esos temas que sólo los Beatles podían poner como cara B de un simple), en la que parece estar clavado en la sencillez del tema de Lennon, pero que si se escucha con atención se lo descubre haciendo una serie de variables del motivo central que no se parecen a nada que se hubiera hecho hasta el momento en la música pop. Siendo además un multiinstrumentista, hay varias canciones de la etapa tardía de la banda que lo tienen supliendo a alguno de sus compañeros con soltura y comodidad.

También es injusto encasillarlo como el amable o el tranquilo de los Beatles, ya que a él se le deben varios de los temas más salvajes de la banda, incluyendo a esa bestialidad que es "Helter Skelter" o esa pieza de hostilidad pura que es "Get Back". Sin embargo, estas características no serían desarrolladas frecuentemente en su carrera solista, marcada más que nada por la suavidad pop y los buenos sentimientos, lo que ha hecho olvidar un poco que atrás de esa cara de niño había un tipo con bastantes ganas de destruir la música tal y como se la conocía.

Uno en uno

La obra solista -o dentro de ese proyecto de banda (pero esencialmente un vehículo de sus canciones) que era Wings- de McCartney se caracteriza más bien por un gran deseo de abrazar el pop, los arreglos y timbres propios de sus distintos tiempos y la profundización de una cierta imagen de bonomía y afabilidad vital que se intuía en muchas de sus canciones anteriores. Pero criticar a McCartney por el permanente optimismo y luminosidad de su música es en el fondo caer en el mismo error de los idiotas que defenestran a artistas como Darnauchans o Leonard Cohen por ser demasiado oscuros. Sin grandes conflictos políticos (como Lennon), religiosos (como Harrison) o etílicos (como Starr), su trabajo solista adolece de un cierto conformismo, incluso en sus obras de corte más académico como Paul McCartney's Liverpool Oratorio (1991) o Ecce Cor Meum (2006), en las que parece más que nada preocupado por seguir siendo popular antes que otra cosa.

Su obsesión por los hits produjo una buena cantidad de grandes éxitos, pero que son sólo conocidos por sus contemporáneos, rara vez perdurando en el tiempo. Incluso en este país tan beatleano, es más bien raro que se reconzca su extenso trabajo posterior a los Beatles, mientras que el repertorio de Lennon solista es casi tan notorio como el de aquella banda, a pesar de ser mucho menos extenso. No deja de ser ejemplar de este desconocimiento el hecho de que su tema más exitoso -en Inglaterra desplazó como simple mas vendido hasta el momento a “She Loves You” (de los Beatles, obviamente)-, la agradable y tradicionalista “Mull of Kintyre”, es una canción prácticamente ignota en nuestro medio, al igual que otros hits mundiales como “Uncle Albert/Admiral Halsey”, “My Love”, “Silly Love Songs” o “With a Little Luck” (en algunos casos este olvido ha sido casi misericordioso).

Pero, sin embargo, hay decenas de gemas entre sus cerca de 30 discos posteriores a los Beatles; incluso se puede decir que le pertenece el disco más completo que haya realizado uno de los ex integrantes del grupo luego de su disolución -el perfecto Band on the Run (1973)-, al que habría que sumar sus dos primeros discos, McCartney (1970) y Ram (1971), repletos de canciones que no habrían desentonado en un sucesor de Abbey Road, o esos casi inesperados retornos a una simplicidad original que fueron Flaming Pie (1997) y Chaos and Creation on the Backyard (2005). En todo caso, es dudoso que los asistentes al show del 15 vayan a ser probados en su conocimiento de esta obra extensa, ya que, como dijimos antes, la gira está basada esencialmente en temas de los Beatles (incluso algunos de Lennon y Harrison, introducidos como homenaje), lo cual no es de extrañar ya que el bajista siempre fue el Beatle que se sintió más cómodo con su pasado.

Compositor brillante, hábil experimentador e intérprete perfecto, McCartney ha sido más nada un entertainer, un concepto difícil de traducir pero que se relaciona con una forma de concebir a la música como una fiesta sin una necesaria confrontación,como algo parecido a un juego al que todos están invitados y en el que se celebra la sencillez y la luz. Ya en 1976 le dejaba sus intenciones en claro a sus detractores (y a Lennon, que vivía pinchándolo al respecto) en “Silly Love Songs”: “Vos pensás que la gente ya está harta de las canciones tontas de amor/ Pero miro alrededor mío y veo que no es así/ Algunos quieren llenar el mundo de canciones tontas de amor/ ¿Y qué tiene de malo?/ Me gustaría saber, porque aquí voy otra vez”, y luego cantaba el más simple de los estribillos, “I love you”. Eso, por supuesto, no es ninguna tontería.