Desde ayer, Günter Grass es “persona no grata” para el Estado de Israel. El anuncio lo hizo el ministro del Interior, Eli Yisai, quien también dijo que habría que quitarle el premio Nobel de Literatura que recibió en 1999. El motivo de sus declaraciones es el poema “Was gesagt werden muss” (Lo que debe decirse), publicado el miércoles por el periódico Süddeutsche Zeitung de Munich y reproducido por El País de Madrid y La Repubblica de Roma (en tanto el estadounidense The New York Times no aceptó plegarse a su difusión).

Puede discutirse si se trata de un poema propiamente dicho o de una pieza de opinión (ver recuadro), pero lo cierto es que utiliza algunos recursos líricos -como la recurrencia a “lo que debe ser dicho”, más algunas hipérboles- y conforma todo un alegato sobre la posición de Occidente en el enfrentamiento entre Israel e Irán. Resulta evidente que Grass no ve a Irán como la mayor amenaza para la paz y su arenga final tiene el claro cometido de que la opinión pública obligue a reconsiderar la política exterior europea hacia ambos países. Su apelación a la retórica de la Guerra Fría es evidente en el uso de la expresión “ataque preventivo”, con la que se amenazaban las superpotencias del siglo XX.

Otro de los rasgos notorios del texto de Grass es cómo se adelanta a toda posible crítica: explica por qué demoró en expresar su opinión, predice que será acusado de antisemitismo y hace frente al tabú que la historia alemana impone al tratamiento de temas judíos. Tal vez sólo pueda observársele que alude demasiado indirectamente a su propio pasado.

A ese flanco apuntó Eli Yisai: “Los poemas de Grass son un intento de dirigir el fuego del odio hacia el Estado de Israel y su gente, y de intentar hacer progresar las ideas de las que fue simpatizante en otros tiempos, cuando llevaba el uniforme de las SS”.

Apocalíptico

Por qué he guardado silencio, un silencio tan largo/ sobre lo que se juega abiertamente/ en juegos de guerra al final de los cuales/ los supervivientes somos apenas notas al pie.

Se trata del supuesto derecho a un ataque preventivo/ contra aquellos que son sometidos por un fanfarrón/ al que son obligados a aplaudir/ el que podría exterminar al pueblo iraní/ porque se sospecha que en su territorio/ se fabrica una bomba atómica.

Pero, ¿por qué me prohíbo/ llamar por su nombre a ese país que/ secretamente y por décadas/ ha desarrollado un poder nuclear/ fuera de todo control, porque no permite/ inspección alguna?

Al silencio universal sobre este hecho/ que también comprende a mi propio silencio/ lo siento ahora como una grave falsedad/ como una restricción cuya desobediencia/ causa un castigo inexorable:/ el veredicto de “antisemita”.

Pero cuando mi propio país/ que por ser culpable de crímenes/ que no tienen comparación/ es llamado a responder una y otra vez/ ahora por puro comercio/ aunque le llamamos “reparación”/ quiere entregarle a Israel/ otro submarino nuclear/ cuya especialidad es lanzar/ cabezas nucleares capaces de terminar toda vida/ en ese lugar en el que sigue sin probarse/ la existencia de una sola cabeza nuclear/ pero para el que la sospecha alcanza como prueba/ entonces digo lo que debe ser dicho.

¿Por qué he callado tanto?/ Porque creía que mi origen/marcado por un estigma imborrable/ me prohibía mencionar este hecho/ como una verdad evidente acerca de Israel, un país/ al que estoy y estaré unido.

¿Por qué digo ahora por primera vez/ envejecido y con mi última tinta/ que la potencia nuclear de Israel pone en peligro/ la ya de por sí frágil paz mundial?/ Porque debe decirse ahora/ dado que mañana tal vez sea tarde/ y porque como alemanes/ ya estamos bastante implicados/ y podríamos volvernos cómplices de un crimen previsible y por lo tanto/ no podría excusarse/ con las disculpas habituales.

Lo admito: ya no callo/ porque me harté de la hipocresía de Occidente/ y espero que muchos otros/ se liberen del silencio/ y desafíen al instigador del peligro conocido/ a que se abstenga de la violencia/ y exijan también/ el control permanente e irrestricto/ del arsenal nuclear de Israel/ y de las plantas nucleares israelíes/ a través de un grupo internacional/ aceptado por ambos gobiernos.

Sólo así podremos ayudar a los israelíes y palestinos/ y aun más, a todos los pueblos, vecinos y enemigos/ que viven en esta región ocupada por la demencia/ y finalmente, a nosotros mismos.

**Traducción del poema de Günter Grass “Lo que debe decirse” basada en la que hizo Miguel Sáenz para El País de Madrid.

La descalificación ad hominem no es novedosa: fue el propio Grass quien en 2006 sacó a luz su historial como combatiente en la Segunda Guerra Mundial en el ejército de las SS. Parte confesión y parte estrategia comercial, la revelación era el adelanto de Pelando la cebolla, una novela autobiográfica en la que intentaba echar luz sobre su fervor patriótico juvenil, los detalles administrativos que lo llevaron a ser parte de las Waffen-SS, su desconocimiento acerca de la política de exterminio y los años que le llevó asimilar esos crímenes colectivos.

Aunque entonces fue un shock, en cierto modo la noticia no desencajaba con el perfil del escritor alemán vivo que más había escrito sobre la historia de su país. Desde la propia formación de la nacionalidad alemana (narrada metafóricamente por intermedio de un congreso de escritores en Encuentro en Telgte, de 1979) a su Trilogía de Danzig (que comienza en 1959 con El tambor de hojalata), en la que aborda los años marcados por la Segunda Guerra Mundial.

Tronar de tambores

Poeta y también ilustrador -hace tres años el Goethe Institut realizó una muestra de sus grabados-, el Grass narrador no sólo se sirvió de la novela histórica con toques fantásticos: también se acercó a la ciencia-ficción en La ratesa, una novela de 1986 que tiene por protagonistas a un puñado de sobrevivientes de la destrucción atómica de la humanidad, que orbitan en una nave espacial. Esa vena apocalíptica es la que se hace presente en el reciente poema de Grass según Micha Brumlik, columnista del periódico Taz, que acusa a Grass de “ser peor que un antisemita”, dado que los hechos históricos que omite -como las declaraciones de varios gobernantes iraníes sobre la desaparición del Estado israelí- lo transforman en “deshonesto” y en un “desastre político”.

Ocurre que, como opina la agencia Efe, Grass “rompió la ley no escrita en Alemania de evitar criticar a Israel”. Así, mientras desde la jefatura del gobierno alemán sólo se dijo que “por suerte no es necesario pronunciarse cada vez que habla un escritor”, el ministro de Relaciones Exteriores, Guido Westerwelle, se vio en la necesidad de aludir al hecho, aunque sin nombrar a Grass, y habló de los riesgos que encierra minimizar el programa nuclear iraní y de lo “absurdo” que es poner en un mismo plano moral a Israel e Irán. No hizo mención a una de las denuncias que Grass inscribió en su poema: Alemania provee a Israel de armas nucleares.

En el campo cultural no hubo unanimidades. Herta Müller, la última alemana Nobel en Literatura (2009), dijo: “Si uno peleó vistiendo el uniforme de la SS no está precisamente en una posición de neutral”. Johano Strasser, presidente del Pen Club alemán, acusó a Grass de crear la impresión de que la guerra entre Israel e Irán es inminente. En cambio, Klaus Staeck, presidente de la Academia de Bellas Artes de Berlín, reclamó el derecho a hablar claramente “sin ser denunciado como enemigo de Israel”.

En un artículo para el periódico Welt am Sonntag, el escritor y compositor Wolf Bierman opinó que aunque los neonazis puedan ver con simpatía esta salida de Grass, eso no convierte al escritor en un nazi, ni lo vuelve un fascista haber combatido en el ejército. Sin embargo, Bierman cree que Grass cometió un “pecado mortal literario” al publicar su poema y vender su “torpe prosa” y “poesía sin rima” (el poema está en verso blanco) a “una causa agresiva”.

Mientras que en Alemania ningún partido político se alineó con Grass -sí el movimiento pacifista-, el episodio podría servir a algunos políticos israelíes de cara a la próxima elección parlamentaria. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, afirmó que lo de Grass es “una vergüenza” y Avigdor Lieberman, ministro de Relaciones Exteriores y líder del partido Yisrael Beytenu, señaló que Grass representa a aquellos intelectuales cínicos que no dudan en “sacrificar a los judíos en el altar de los antisemitas” con tal de lograr un poco de publicidad. También recordó que en esta semana que culmina es común que algunos cristianos expongan a los judíos en posturas negativas.

El periódico Ha’aretz, en cambio, editorializó acerca de la oportunidad de revisar la política exterior israelí, mientras en Der Spiegel, el historiador Tom Segev aseguró que prohibir la entrada de Grass acerca a Israel a aquellos países dirigidos por fanáticos religiosos, como, justamente, Irán.

Das Boot

A todo esto, el escritor no se ha retractado. En una entrevista para la cadena de radio ARD mantuvo que “es un deber de los bien intencionados hacia Israel” criticar su política exterior y se extendió sobre el submarino nuclear alemán que partirá a Israel, en lo que sería el sexto envío de esa clase.

En su poema Grass aclara que, entre otras cosas, habla ahora porque tiene poco que perder. A sus 84 años parece difícil que espere obtener algún rédito político por una opinión totalmente a contracorriente. A su vez, se vuelve síntoma de los tiempos que sean intelectuales de su generación o la siguiente -los ejemplos van desde Vargas Llosa a otra “persona no grata” para Israel como el estadounidense Noam Chomsky- los que intentan influir en la esfera pública desde el prestigio obtenido en el ámbito cultural. En el caso de Günter Grass, se trata de un chispazo de poesía política, esa que abundaba en los 60 en todas las Américas -cantándole al ahora, fuera la revolución o la muerte de Kennedy- y buscaba influir en el destino inmediato.