Como La loca de mierda de Malena Pichot, Zambayonny llamó la atención del Río de la Plata lanzando puteadas en Youtube. Pero lo que empezó como un personaje bizarro que apareció en la televisión argentina cantando con una máscara de catch y con el pitch de la voz varios tonos más grave, evolucionó en un cantautor capaz de superar versos como “soy Superman y me chupan la pija” y lograr otros de humor y romanticismo loser algo bukowskiano como “Tengo una boluda que se acuesta con basuras / 
por cobrarse mi pasado en su futuro”. Tal vez el disco más representativo de su evolución sea Salvando las distancias, el más redondo según quien suscribe.

Hay también mucha ficción, como los pensamientos de un agonizante conductor que se estrella por mirar a la chica de una publicidad de ropa interior en la ruta (“El último peaje”), el retrato de un viejo verde arrabalero (“Don Fermín”) o el relato de una relación de pareja que se ve afectada por las vacaciones (“Volviste muy puta de Gesell”), sin dejar de lado momentos más líricos como la oda a Buenos Aires en “Pulmón de manzana” o la oscura y politizada “El whisky de Dios”. Seguramente habrá un poco de cada cosa en su próximo show en Montevideo -mañana a las 21.00 en Lorente Casa de Espectáculos-, donde presentará su último disco, Búfalo de agua, tal vez con una murga uruguaya invitada. Con el barbudo autor compartimos una breve entrevista telefónica, tan seria como los mejores humoristas.

-Comentaste alguna vez que creés en el uso de todas las palabras del diccionario por igual a la hora de componer. Sin embargo, en tus primeras composiciones la gracia era la puteada.

-Sí, lo que pasa es que soy un perfeccionista de lo que hago, y del mismo modo que se gastan algunas palabras, se gastan otras. Si vos ponés “trinchera” en tus canciones, a la tercera vez que lo hacés la palabra ya está acabada. Pasa lo mismo con ciertos adjetivos o términos de la música romántica más cursi, que es lo primero que sale cuando uno intenta componer. Con las malas palabras pasa más rápido porque tienen una fuerza mayor, por eso en los últimos discos trato de golpear usando otras palabras. Prefiero eso a intentar siempre lo mismo y que se vean los hilos.

-¿Se puede considerar a esta altura el uso de las “malas palabras” un acto de incorrección política?

-Yo trato de no levantar banderas que luego hay que sostener, aunque uno no es tonto; a mí no me pasan mucho en la radio y va mucha gente a los shows. Por ahí pertenezco más a la contracultura que a otro lugar, no por búsqueda propia sino porque uno es consecuencia del momento histórico: en mi caso, la carrera que formé en internet, paralela a los grandes medios. Ahora con la Ley de Medios las cosas están cambiando, y a mí eso me pone muy contento porque empezó a abrir un poco el juego. Por ahí lo que pasa conmigo es una cuestión de prejuicio, por ahí algunos medios censuran canciones mías más fuertes que hablan de la paja, o “La incogible”, pero después por ahí pasan a un tipo que pide pena de muerte y no pasa nada.

-Sí, hace un tiempo en el diario uruguayo El País reseñaron tu novela Biografía de un superhéroe, y el crítico decía que, a pesar de tus canciones, el libro sorprendía positivamente por tratarse de un Zambayonny “más sensible y comedido en el uso del lenguaje”.

-Qué impresionante. Yo ya me acostumbro a escuchar ese tipo de opiniones que capaz que a mí me hacen ruido pero no vienen de la mala fe.

-¿Cómo te sentís hoy, que afinaste un poco la pluma, respecto de tus primeras canciones, las más chabacanas? ¿Las tenés que tocar en vivo porque si no te matan?

-La verdad es que aprendí a disfrutar todos los momentos de los recitales. Hay momentos que, al menos para mí, son muy emocionantes. En otros me he tentado de risa. En otros se arma algo medio de cancha, de cantar con el público, la gente se para y baila. En otros quiero que escuchen historias. Yo no tomo nada con pesar de esta carrera, salvo cuando me tengo que levantar temprano para hacer alguna nota o ir a la tele en vivo.

-Igual, la televisión es el medio que te dio vida.

-Sí, pero eso no me pasa solamente a mí. Todo lo que tiene un poquito de popularidad tiene que ver con la tele. Es un medio tremendo: por ahí aparecés un rato y el mismo día salís a la calle y te saludan. Lo de la máscara, por ejemplo, es algo muy puntual que pasó al principio, cuando grabé siete canciones para el programa Televisión abierta. El día anterior un amigo vino a tomar unos mates y me trajo la máscara, y decidí usarla en la grabación para redondear el personaje. Después no la volví a usar.

-Se rumorea que levantaron el programa por tu intervención.

-Me dijeron que dijera eso, pero me parece que había otros problemas... Salieron la primera y la segunda canción enteras, la tercera con “pips” censurando las puteadas, y las otras cuatro no salieron al aire.

-Al principio había mucho más de creación de personaje, con una nacionalidad y una biografía inventadas, pero en tus recitales de los últimos años te enfocaste mucho menos en eso y más en el Zambayonny cantautor, aunque seguís ocultando tu nombre real, tu “Clark Kent”.

-La verdad es que el seudónimo fue una cosa sin plan. Al hacer ficción uno no tiene que hacerse cargo de mi personaje, pero después soy yo el que se tiene que hacer cargo de lo que digo en las entrevistas.

-Hablemos un poco del último disco, Búfalo de agua. Las gacetillas que circulan dicen que se trata de algo totalmente nuevo, pero escuchándolo con atención no se nota una diferencia de fondo, más allá de la instrumentación.

-Pero claro. Si canto las canciones solo, con guitarra, y las mezclo con las viejas, no se nota la diferencia. “Las horas perdidas”, “El whisky de Dios” y “Me dejó hablando solo” son de discos anteriores pero podrían ser de éste. Evidentemente, Búfalo de agua está grabado mejor -es la primera vez que grabo en estudio- y está mejor tocado, al menos la primera mitad, en la que me acompaña la banda. Es un disco larguísimo, de 20 canciones, que me tiene muy contento. Muchos dijeron, sí, que es un disco distinto, pero creo que se arrepintieron en la cuarta escucha. No me interesa escribir de otra manera. Pensé que lo iban a discutir más, porque la gente nunca está de acuerdo con nada: puteás y dicen “¿por qué puteás?”; dejás de hacerlo y es “¿por qué no lo hacés más?”. No hay forma.

-¿Por qué la decisión de incorporar ahora una banda?

-Yo siempre quise hacerlo. Me divierte compartir un escenario y creo que las canciones quedan mejor vestidas. Igual, en algún momento del show quedo solo con la guitarra.

-Da la impresión de que, si bien las grandes bandas mantienen intacta su convocatoria, hay una exposición mayor de los cantautores intimistas, que tocan en teatros, que tal vez esté vinculada a la pérdida de intensidad del rock pos-Cromañón.

-No creo que mi caso tenga que ver con eso, pero sí. Pasó lo mismo con la Guerra de Malvinas en el 82: después de eso empezó a emerger el rock nacional como nunca. Yo creo que cuando pasó lo de Cromañón estaban emergiendo bandas muy buenas, sobre todo laburando letras. Era un momento en el que las bandas masivas no eran bandas vacías. Había un compromiso muy diferente de lo que pasó en los 80, cuando muchas bandas tenían mensajes mucho más naïf, muy de “soy apolítico, vamos a bailar y disfrutar”. Lo que pasó con la escena nueva puede tener relación directa (lo estoy pensando ahora mientras te lo digo) con que los lugares masivos para tocar se cerraron, entonces quedaron los más chicos, a los que tenían acceso solistas con guitarra porque a veces ni se podía poner una batería. Imagino que también influye que haya más información para que todo el mundo pueda escuchar de todo. Hay una anécdota que dice que Lennon y McCartney habían cruzado Liverpool para aprender el [acorde] Si séptima. Yo creo que en diez años vamos a estar ante una generación espectacular, en una Latinoamérica políti-
camente diferente.

-Tu canción “La pista Paul” es una teoría conspirativa que afirma que Paul McCartney es el verdadero asesino de John Lennon. ¿Te quedás a ver el show de McCartney?

-Sí, pero no creo que me invite al escenario a cantar esa canción.