Cuando uno veía “25 watts” (2001) o “Whisky” (2004), difícilmente imaginaba que la obra de Pablo Stoll terminaría por incluir coreografías, canciones como “Motor Away” (uno de los mejores temas de Guided by Voices, lo que equivale a decir uno de los mejores temas de los últimos 30 años) o la participación protagónica de un conocidísimo presentador como es Humberto de Vargas. Sin embargo, cuando uno ve “Tres” -recientemente preestrenada en una función especial para prensa, extras y miembros del elenco-, no puede dejar de notar que el film es parte de un proceso natural, una pieza de un proyecto lógico de su director. Ver de nuevo Hiroshima sirve, en cierto punto, como borrador experimental de muchos de los recursos y técnicas que serán puestos en juego en una obra que, pese a la naturalidad y la aparente “convencionalidad” de su temática, está estructurada desde una curiosa “cotidianidad épica” de la vida familiar.

“Tres”, tal como se ilustra en el póster del film, indica una triangularidad de piezas dispersas que, como en un juego de tangram, involucra cierto esfuerzo extra para que terminen de encastrar y formar una figura específica. La figura del tangram, en este caso, sería un 3 dentado, en el que Rodolfo (Humberto de Vargas) intentaría ser el vértice de dos extremos que tironean por escaparse a sus costados, el punto cero entre dos mareas divergentes.

Rodolfo está divorciado de Graciela (Sara Bessio) y todo hace pensar que emprendió una nueva vida con otra mujer, que aparece sólo fantasmalmente por medio de algunas colillas de cigarros regadas por diferentes ceniceros de su hogar. Más allá de su nueva pareja, trata de aprovechar cualquier oportunidad para volver a ejercer el papel de “hombre de la casa”, resultando progresivamente asfixiante para los otros dos miembros de la familia. Graciela, por su lado, alterna sus horas entre su vida laboral y visitas a una tía convaleciente que, al igual que la nueva mujer de Rodolfo, nunca aparece en escena, salvo por una tos (también) fantasmal. Finalmente, Ana (Anaclara Ferreyra Palfy) es una adolescente problemática, curiosamente jodida para un cine nacional acostumbrado a representar jóvenes perdidos pero, en la mayoría de los casos, inofensivos.

Ahondando en este punto, en lo que refiere a las actuaciones, llama la atención la construcción de tres personajes que en apariencia presentan problemas vitales bastante clásicos, pero que muestran algunas aristas que los particularizan notoriamente. Al comienzo, es un poco difícil entender la actuación de Humberto de Vargas, que parece algo acartonada, como si no pudiera hacer dos cosas al mismo tiempo. Sin embargo, en el correr del film, esta condición empieza a fundirse con la vida de un personaje que no puede calibrar mucho sus funciones sociales, que realmente parece no poder moverse más que en un solo carril. Ana, por su parte, es traída a escena en un arco que define la educación sentimental de una piba que se convierte en mujer de una forma tan camaleónica que nos cuesta darnos cuenta. Stoll gusta de filmarla en ralentí, casi en una serie de videoclips sucesivos (sus risas mientras le son arrojados huevos con la canción Fácil, de Astroboy; su rostro extasiado cantando El pecado, de Hablan por la Espalda), que a primera vista la harían ver como una figura, más que un personaje. Sin embargo, hay también algo peculiar en Anaclara actriz y Ana personaje, algo que se siente no sólo en la actuación, sino en su fisonomía, en esa forma de alternar sonrisa con seriedad, que va haciendo convivir en la infantil inocencia de ella un continente subterráneo de oscuridad. Finalmente, Sara Bessio, casi al mismo ritmo de Anaclara, va asumiendo su posición de mujer deseada, dejando la camiseta-camisón por el vestido de gala, incorporando al film un romanticismo bastante insular en la producción cinematográfica nacional (rol en que la participación de Néstor Guzzini como su cortejante resulta fundamental).

Este último detalle introduce un elemento que va definiendo de a poco el estilo de Stoll: cierta dimensión fetichista en la forma de filmar. A diferencia de sus trabajos en la dupla que formaba con Rebella, Stoll es más proclive a la composición de escena que a los diálogos; tiene un particular gusto en colocar a sus personajes como piezas, a la vez que hacer de los objetos extensiones de los mismos personajes. Así como “Hiroshima” funcionaba, en cierto modo, como un videojuego de rol (RPG) en el que el protagonista se iba encontrando con diversos ítems que utilizaba en su camino, los objetos de “Tres”, en la mayoría de los casos, subvierten el mismo diálogo de los personajes, siendo la verdadera superficie de registro de lo que sucede en su interioridad. Así podemos encontrarnos con el yesquero que Ana le pide a un desconocido -reduciéndose en este regalo el triunfo de una conquista-, las tres lamparitas que Rodolfo se empeña en mantener prendidas y Graciela en reducir sólo a una -una puesta en juego simbólica de los anhelos de estos dos personajes con respecto a la triangularidad familiar- y el osito de peluche que Ana mira con seriedad -que parece hablar sobre el fin de la inocencia de una chica que aparenta estar jugando su vida en una liga diferente del resto de sus compañeros-.

Por esta misma razón, puede resultar extraño que los momentos más cómicos del film no se centren en lo que los personajes dicen, sino en cómo se los filma -Stoll saca factura comédica al recurso de dejar fuera de cuadro a personajes que aparecen de la nada, como Rodolfo en el sillón familiar, o la señora entre la maraña de plantas del consultorio-.

En este rejunte de piezas, objetos y gestos se localiza lo más interesante de “Tres”; un modelo para armar sin instrucciones en el reverso de la caja, en el que uno puede ver una película amable o un drama oscuro y escondido, dependiendo de lo que ponga en juego su percepción.