Dengue (guión de Rodolfo Santullo y arte de Matías Bergara) llama la atención por varias razones. Para empezar, desde su lujosa edición a color contrasta marcadamente -en cuanto a esplendor visual- con la gran mayoría del trabajo de los historietistas locales recientes. Otra razón sería su género: se trata de la primera incursión de Santullo y Bergara -el dúo que produjo Los últimos días del Graf Spee en 2008- en la ciencia-ficción. Además, está el prólogo del británico Ian Watson, uno de los autores del género más relevantes en los últimos 30 años.

La ficción Dengue se instala en una Montevideo del futuro cercano en la que una plaga de mosquitos propagadores de la enfermedad toma la ciudad y diezma a gran parte de la población. Esta situación queda presentada en la primera sección, que culmina con la introducción de una nueva fase en la epidemia: la aparición de mutantes con forma de monstruosas criaturas antropomórfico/ insectoides. El narrador señala que “nadie sabe bien cómo empezó”, pero el lector puede plantearse hipótesis relacionadas con el cambio climático (se dice también que “el calor y la humedad constante transformaron al Río de la Plata en un lugar tan tropical como Managua”) o, por qué no, con la creación de armas biológicas (como propone Watson en su prólogo). En cualquier caso, el final de la primera parte nos introduce en el principal motor del libro: la interacción entre la nueva especie de mosquitos/humanos y los montevideanos que han sobrevivido a la epidemia.

Esa relación entre las comunidades de humanos y mosquitos mutados, entonces, es uno de los puntos fuertes del guión: cuando un alto funcionario del Ministerio de Defensa establece (en el capítulo cuarto): “Tenemos cubierto el centro y los barrios importantes: Punta Carretas, Pocitos, Punta Gorda, etcétera. Nuestro objetivo es simple: expulsarlos de la ciudad hacia los suburbios”, es fácil leer guiños a la “realidad” económica y demográfica de nuestro país; Santullo es consciente de esa lectura posible y no en vano ubica la guarida del líder de los mutantes en el complejo Euskalerría.

Otro elemento interesante es el trabajo sobre los dos personajes principales, el sargento Pronzini y la periodista Valeria Bonilla. El primero, en particular, permite a Santullo incorporar una dimensión metanarrativa a la ficción, por medio de un buen número de comentarios que no sólo construyen a Pronzini como una suerte de cinéfilo (remite a series de televisión y a películas clásicas como Aliens o la serie de James Bond) sino que permiten desahogos humorísticos bien espaciados, un acercamiento al lector desde cierta estilización de género y un claro juego con sus expectativas y reacciones ante los sucesos de la trama.

Es desde esa perspectiva que se vuelve especialmente visible en Dengue una filiación importante con el género policial, el tipo de policial elegante que Santullo ya construyera en Los últimos días del Graf Spee. Desde el punto de vista de la cienciaficción, además, la hibridación con el policial no deja de ser un punto de interés y, de esta manera, Santullo se inscribe en una tradición iniciada nada más y nada menos que por Isaac Asimov, con sus novelas policiales del ciclo de los robots.

Una objeción posible al guión de Santullo es que el segundo capítulo se siente como un añadido no del todo necesario a la historia, que queda a medio camino entre la presentación del entorno en el capítulo primero y la instalación a pleno de la narrativa en el tercero. Su mayor aporte a la trama, en todo caso, es el diálogo entre los personajes Pronzini y Gomensoro, pero más allá de esa secuencia, la historia narrada en este episodio parece ligeramente desubicada, como si fuera un remanente de una versión anterior de Dengue, más larga, en la que se permitía la abundancia de “casos” más o menos autoconclusivos (cosa que sugiere el remate del episodio, que funcionaría bien como final a una historia más o menos cerrada en sí misma) en lugar de reducir la trama a su mínimo indispensable.

Presentación

La editorial Belerofonte presenta conjuntamente hoy a las 19.30 en el Centro Cultural Simón Bolívar (Rincón 745) los libros Cardal y Dengue.

Gran parte de la riqueza de Dengue, en todo caso, es tributaria de la imaginación visual y el buen hacer de Matías Bergara, que muestra en su trabajo aquí que, para su talento, el cielo es el límite. Su trabajo atrapa al lector en el mundo ficcional de la novela, irremediablemente; la expresividad de todos los personajes, además, es especialmente destacable, así como el aprovechamiento del ritmo visual y la composición. Merece, además, especial atención el trabajo sobre el color, que vira radicalmente a tonos cálidos en el último capítulo, ya pasada la “tormenta” de la trama.

En síntesis, una publicación para aumentar el ya grande -y merecidísimo- prestigio del sello Belerofonte y de su dupla creativa estelar; a la vez, junto con Las partes malas (de Pablo Roy Leguisamo y el entrerriano Nahuel Silva) y Cardal (de Martín Bentancor y Dante Ginevra), Dengue es una gran muestra del excelente momento en que se encuentra la historieta nacional.