La macroeconomía en Uruguay, según el análisis de Oddonne, está marcada por una inflación cercana a 8,5%, desaceleración general, con un crecimiento en el entorno de 4%, baja competitividad, con la depreciación de la moneda brasileña sumada a la caída que experimenta extrarregionalmente y una situación fiscal que se fue deteriorando. “Los marcos de maniobra para la gestión macroeconómica para enfrentar un shock externo son menores de los que teníamos hace cuatro años”, resumió el economista.

El “corazón” del problema radica en una economía que atraviesa un ciclo “alcista que ha concretado un nivel de inflación cercano a 10%”, por lo que “se requeriría de un aflojamiento sustancial del precio de las materias primas para que el deslizamiento cambiario pueda tener lugar en este contexto internacional menos favorable, sin que esto repercuta en la inflación”, analizó, antes de citar otra de las claves que vislumbra para mantener la competitividad de la producción local: “Un enfriamiento agudo del nivel de actividad de la economía, que cuanto más tardemos en procesarlo, más profundo terminará siendo”. La “zona de confort” en la que se encontraba la economía nacional respecto de la moneda brasileña será difícil de volver a conquistar. “El tipo de cambio debería estar en 23 pesos, y eso no es posible porque con la actual estructura de precios la inflación se sale de rango”, explicó el especialista. La situación fuera de la región tampoco es alentadora al estar marcada por la crisis de confianza y la debilidad de la economía estadounidense, con la volatilidad instalándose, por lo cual “la tendencia al debilitamiento del dólar que favorece al sector exportador llegó a su fin”, auguró.

Después destacó que el país puede enfrentar un evento de presión financiero transitorio dada la posición adquirida, relacionada con el buen nivel de reservas monetarias en contraposición a los vencimientos y la caída de la deuda en moneda extranjera. “El manejo de la deuda pública realizado en los últimos años ha sido lo suficientemente sólido, y ése es el principal activo para enfrentarlo”. Con relación a la microeconomía, se refirió a la variable crediticia para afirmar que no existen problemas de endeudamiento. “El crédito sigue estando en niveles sustancialmente bajos, de 25% del Producto [Interno Bruto], la mitad de lo que lo era a finales de la década del 90”, graficó, para agregar que “tampoco se encuentra una expansión en los hogares más pobres, [que] no enfrentan una restricción del crédito significativa o un problema de endeudamiento”.

La recomendación del especialista a los empresarios fue que apuesten a la “precaución”, pero precisó: “No quiere decir en ningún caso inacción. Es el momento de buscar, con imaginación, mejoras de productividad y de servicios”, sugirió Oddone.

Cristina sin K

A su turno, Berensztein analizó aspectos de las medidas económicas aplicadas por el gobierno de Cristina Fernández, como las restricciones al comercio exterior y el control del mercado de capitales, que han afectado la popularidad de la mandataria. “Aumentó mucho la cantidad de gente que cree que habrá una crisis en los próximos dos o tres años”, señaló. Igualmente, apuntó, no se descartan otras medidas intervencionistas sobre el sector finan- ciero, como un “direccionamiento del crédito” o “un desdoblamiento cambiario formal”, lo que según el analista contribuiría al “deterioro profundo de las expectativas económicas” del vecino del Plata.

Al mismo tiempo, la nacionalización de la compañía petrolera YPF generó 60% de adhesión de la opinión pública a las políticas de gobierno, sobre todo en la “generación mayor de 40 años”, pero el índice de liderazgo de la mandataria descendió rápidamente y “a un ritmo similar al que tuvo la presidenta en el conflicto con el campo”. La lógica del “cristinismo” es parte de un proceso “simbólico” que, si bien implica el control de los recursos estratégicos, la reconstrucción de empresas públicas y una mayor distribución de la riqueza, “está afectando los intereses de la gente que ellos [por los miembros del gobierno argentino] quieren defender”. En ese contexto, el gobierno argentino actúa con cierta “ingenuidad”, que Berensztein graficó remitiendo a dos situaciones. Una relacionada con las restricciones al mercado exterior: “La presidenta recibió la información de la recaudación de abril y se sorprendió porque cayó el impuesto al valor agregado de las importaciones, y pidió un reporte de por qué cambió”; la otra, con la restricción a la compra de dólares, que afectó a los inmigrantes paraguayos, bolivianos y peruanos que viven en la vecina orilla, y que “ni bien tienen capacidad de ahorro, envían remesas a sus familiares”. “Han generado un gran cimbronazo en la base de la pirámide sin darse cuenta”, aseguró acerca del elenco que dirige la Casa Rosada. El “cristinismo” comenzó, según el politólogo, tras la muerte de Néstor Kirchner, cuando existió una “ola de acompañamiento solidario, de buena voluntad” para con la presidenta. “Kirchner se lleva a la tumba la mayoría de los escándalos de corrupción que habían caracterizado su gestión y la primera gestión de Cristina, y la oposición, muy fragmentada, no supo cómo enfrentar a una viuda”, describió. Los modelos políticos de la presidenta y el ex mandatario son disímiles, según el análisis del académico. “La diferencia es que ella tiene una visión de construcción de capitalismo de Estado. En cambio, Kirchner quería establecer un capitalismo de amigos. Exagerando, uno podría decir que Cristina tiene un modelo ‘chino’ en la cabeza y Kirchner tenía un modelo de la Rusia de [Vladimir] Putin, [pero] sin violencia”.

Al finalizar la intervención de Berensztein, el economista uruguayo insistió en prestar atención al indicador de confianza. “Los fundamentos de la economía argentina todavía no indican que la situación sea insostenible. Sin embargo, el solo hecho de que un conjunto de gente acostumbrada a vivir eventos críticos lo piense, puede precipitar y acelerar acontecimientos”, puntualizó Oddonne.