Contrario a los lugares comunes de la cinematografía uruguaya (eso de que somos un país gris, de que nuestras películas son un bajón y un largo y tedioso etcétera), desde hace más de diez años el drama crudo y duro no ha sido uno de los géneros más comunes en nuestras salas, pudiéndose encontrar una mayor abundancia de comedias, o ese humor “a la uruguaya”, de tiempos muertos y aire amargamente dulce. Ya desde el vamos ésta es una de las peculiaridades de “La demora”, película que, como cualquier persona podría notar, tiende puentes bastante claros y delimitados con lo que fue la durísima La espera (2002). Al igual que en la obra de Aldo Garay, el mundo de María (Roxana Blanco) no nos ofrece tregua, enfrentándonos a una sensación de constante opresión y estrés, en la que el amor, la diversión, o todo lo que pueda pensarse por fuera de la monótona red de obligaciones, parece completamente fuera del horizonte de posibilidades.

Uno, a veces, se pone a pensar que aquella mujer que tiene varios hijos posiblemente haya, en algún momento de su vida, estado enamorada, tenido una pasión, sexo, o lo que fuera, pero todo aquello parece lejanísimo, como los restos de una selva lejana traídos en un camalote. Para lograr esta densa atmósfera hay que destacar no sólo la minuciosidad de la escritura de Laura Santullo, que parece atomizar la dignidad comprometida de María en pequeñísimos gestos y frases (ese planchar los billetes mojados, el momento clave de la película en que le dice a una enfermera “Disculpame, yo no soy así”, y de golpe parecemos ser, con esa mínima frase, catapultados al caracú de ese dolor inextinguible), sino también la precisa labor de cámara y cinematografía, en la que todo el mundo parece encajonado en una serie de planos en los que los personajes quedan emparedados dentro del marco (también hay que resaltar aquellos primerísimos planos, de aproximación entomológica, como en las primeras escenas, en las que María está bañando a su padre).

Volviendo a ver “La demora”, uno percibe que el film tranquilamente podría haber sido uno de los capítulos de la teleserie Decálogo, de Krzysztof Kieslowski, no sólo por el formato de cuento moral, en el que el centro del film es un dilema en el que se coloca y pretende resolver la protagonista (siguiendo el formato de los diez mandamientos en el que se inspiraba el director de la trilogía de los Tres colores, la película de Rodrigo Plá posiblemente estaría asociada al de “Honrarás a tu padre y a tu madre”), sino por los mismos escenarios, en los que la apelotonada casa de María, así como el complejo habitacional de Malvín en el que se abandona al padre, parecen salidos de aquella Polonia comunista, helada, de bloques de cemento y nieve en que se plantaba la serie.

Este juego entre escenarios y realidad interna del personaje parece marcar un continuo con el resto de la cinematografía de la dupla Plá-Santullo. La zona (2007) era un retrato del paranoico mundo de los barrios cerrados, en el que todo funciona como una maquinaria aceitada que intenta eliminar a todo cuerpo extraño que atraviese su, por así decirlo, membrana celular -una representación a escala de los microfascismos de la vida cotidiana-. En Desierto adentro (2008) el drama se trasladaba a la locura de un padre que en medio de la Revolución Cristera intentaba mantener a su familia y a un hijo en particular fuera de todo contacto con el mundo exterior (el niño protagonista, atacado por un fortísimo asma, pasaba la mayor parte de sus días encerrado en una habitación de barro).

Pasando de lo social a lo familiar, parecería que cada película fuera una capa de cebolla en la que la dupla intentara llegar a un centro traumático de la alienación, llegando con “La demora” al punto más íntimo, individual, de esa claustrofobia y ansiedad contenida. No sólo el escenario en donde se maneja María parece abalanzarse encima de ella, con esos niños que parecen salir de todos los rincones y ese padre al que no puede sacarle la vista de arriba, sino que la cárcel está un poco más adentro, en su misma cabeza, aquellos ojos tristísimos -como sólo pueden ser los de Roxana Blanco-, desesperados por encontrar un mínimo halo de luz más allá del túnel. Es en un acto inesperado y su consecuente revisión en los que se pondrá en juego, no sólo la libertad de la protagonista, sino lo más auténtico de su ser.

Dura, humana, helada, “La demora” es una muestra de lo que se puede hacer con un drama en toda su regla, cuando se tiene una escritura y una dirección acertada.