En "Una misma noche" algo le hace recordar al protagonista un suceso del año en que comenzaba la dictadura argentina. Recuerdos del miedo y miedos que se actualizan, arrepentimientos e iluminaciones sobre oscuridades de la memoria se mezclan con una época en que los juicios a los culpables han reavivado el relato. Sobre estas cosas, sobre la Argentina actual y sobre otras cuestiones literarias conversamos con Leopoldo Brizuela, este escritor platense nacido en Tolosa en 1963, que tiene en su haber varios títulos importantes -entre los que resalta "Inglaterra, una fábula" (1999)- y también fue compilador de la antología "Historia de un deseo: el erotismo homosexual en 28 relatos argentinos contemporáneos" (2000).

-Estuviste en Paraguay justo en los días de la destitución de Lugo. ¿Cómo estaba la cosa por allá?

-Lo vivieron con mucho terror, el pueblo se levantó casi todo. Al parecer hubo un episodio muy parecido hace unos diez años: un presidente que se negó a renunciar, francotiradores que le tiraban a la gente. Hubo muchas escenas de pánico, se cerró la feria del libro y no hice la presentación. Comparto el planteo de [el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Héctor] Timerman, de que estaba todo arreglado desde antes. No me creo que sea en defensa de la Constitución; esa gente tiene un plan. Espero que no sea de los peores.

"Una misma noche". Alfaguara, Buenos Aires, 2012. 288 páginas.

-¿Por qué una novela sobre la dictadura? Sos consciente de que hay muchas voces que sostienen que ya es tiempo de dejar de escribir sobre ese tema.

-¿Por qué se supone que esas voces me tendrían que importar a mí? Te surge, y si es así es legítimo. Me parece que esas voces lo único que hacen es traslucir una incomodidad con el tema. Esas preguntas hablan más de sí mismas que lo que hablan las novelas. En España me preguntaban hasta cuándo iba a haber novelas sobre la Guerra Civil. Yo qué sé, hasta que haya gente con ganas de escribirlas. Me decían: “Bueno, pero son malas y muchas”. Es lo que pasa con la literatura en general: hay mucha cosa mala hasta que aparece de la nada una buena. Me dicen también que están llenas de clichés, y los clichés están para que venga alguien y los rompa. El nervio está puesto en realidad sobre el tema. ¿Hasta cuándo va a haber novelas románticas? Tienen más clichés, son malas y sin embargo a la gente le gustan; pero no se habla de un agotamiento.

-Quizá lo que se agotó fue un determinado modo de contarla. En tu novela se cuenta un hecho histórico y general desde lo íntimo de una familia.

-Sí, pero no surgió de ningun propósito de ponerme a discutir con ninguna tradición. Ni siquiera al comenzar a escribirla me había planteado hacer algo sobre la dictadura. Una vez que empecé a escribirla, sí, intenté evitar los discursos más comunes, los que caen en lo heroico, y no estrictamente los discursos literarios. La única gente que hoy en día se sigue animando a hablar es la que tiene un respaldo, es decir, la que puede contar acciones heroicas. Toda la gente salvó vidas, convenció a un militante de que se fuera; parece que es lo único que se está dispuesto a escuchar. Creo que la mayor parte de las personas tiene experiencias más cercanas a las que cuento en la novela, sólo que elige guardarlas en un baúl. Tienen que salir, porque a pesar de ser mínimas pueden marcar una vida de igual manera que las heroicas; incluso más. A mí lo que me interesaba era lo inexplicable, la escena en que el personaje toca el piano mientras los militares están en su casa. Eso fue real. Siempre que uno empieza a escribir arranca con la esperanza de poder definir eso indefinido. El hecho es mínimo, no tiene la gravedad de perder un hijo, de que te maten, secuestren o torturen; sin embargo, te puede marcar para toda la vida. Después que terminé esta novela se me acercó gente que por lo bajo, porque siente cierta vergüenza aún, me ha contado experiencias parecidas. Así que por qué tantas novelas de la dictadura todavía: porque hay relatos que aún no han surgido y que todavía tienen tiempo para hacerlo.

-¿Sentís que es una novela incómoda o que contiene un costado de los hechos que nadie quiere mencionar? Por ejemplo, la complicidad civil con los militares.

-Yo creo que es una vuelta de rosca más, porque los personajes, en otros momentos de la novela que pasan casi desapercibidos, tienen reacciones completamente distintas. Es como complejizar más las cosas. Una persona normal no puede darse el lujo de creer que es buena porque no le tocó, simplemente; si le hubiera tocado, probablemente habría actuado igual. Pero al mismo tiempo, si le hubiera tocado otra circunstancia, la misma persona habría sido heroica. Me interesa más ver eso que calificar. Un amigo me decía que la novela era incómoda. Yo le decía: “¿Para qué la querés, para leerla o para sentarte?”. No pienso en incomodar a un lector concreto. Ahora, como intento que la literatura trabaje sobre lo que me incomoda, inevitablemente va a incomodar a otro, porque uno no es tan distinto.

-Se deconstruyen los conceptos de valentía, héroe, cobardía...

-Ésas son palabras de varón. Esa lógica es medio enfermiza. Decir “cobardía” a un acto de miedo es ya calificarlo; es calificarlo en términos de lealtad masculina y esas cosas. En España preguntás cuál es el sentimiento más común de una dictadura y todos te responden que es el miedo; sin embargo, la gente nunca admite haber actuado por miedo. Es una vergüenza tan traumática como un acto cruento. Es muy loco que no se pueda admitir lo más común de una dictadura, que es el miedo.

-En la novela se habla del miedo en dos momentos diferentes: hacés un paralelismo entre el miedo de la dictadura y el miedo actual de la inseguridad.

-Me interesaba meter un caso en que la inseguridad fuese la Policía. Porque la gente cree que la solución es que haya más policías. La vivencia del miedo en 1976 era mucho más límite, pero justamente por ser tan límite la sensación, en un momento parecía no haber más miedo. Hay una escena de la novela que refiere a algo que le pasó en realidad a una tía mía: estaban comiendo y al escuchar los balazos en la calle a lo único que atinaron fue a cambiar la mesa de lugar y seguir comiendo. Mi otra tía, que había venido del campo, le decía que por lo menos hicieran cuerpo a tierra, que era lo que había visto en las películas. Pero siguieron comiendo y viendo la tele, y eso no es de insensibilidad, estás sobreviviendo y remando. La invocación a la inseguridad tan en abstracto, casi como si fuese una divinidad, viene de quienes apostaron en su vida a una seguridad que es imposible, porque en el mundo ese tipo de seguridad no existe. Creo que la inseguridad no es tan grande y todo el mundo la experimenta. Unos amigos mexicanos no podían creer que en La Plata se pudiera cruzar una plaza en plena noche.

-¿Sentís que el miedo actual proviene del generado en la dictadura?

-Sí, por lo menos en mi generación. El miedo y la desprotección. El personaje de la novela no llama a la Policía cuando nota algo raro. Ni siquiera se lo plantea como posibilidad. La novela en este caso funcionaría como una arqueología de los comportamientos de la gente ante una situación límite. Esa relación con la Policía es un saber de mi generación, que está introyectado.

-Al revisar entrevistas anteriores noté que ningún periodista cultural lograba ubicarte dentro del mapa de la “literatura argentina actual”. ¿Cómo lo ves?

-Si no lo hicieron los demás, aprovecho y no lo voy a hacer yo tampoco. Si me hubieras hecho esta pregunta hace diez años, en épocas de "Inglaterra, una fábula", por gentileza hubiera hecho eso que en realidad es estrictamente tarea de crítico. Pero creo que definirse es contrario incluso a la creación. Yo escribo una novela -que, además, no creo que sea lo mejor que hay para leer sino lo que me salió- con la idea de no escribirla más. Uno escribe para cambiar. Cada narrador, si tiene una obligación, es a defender su derecho a construirse su propio mapa, que puede tener cosas de su país y su tiempo o los barcos de Joseph Conrad y la Sudáfrica de Doris Lessing.

-Sos hijo de un trabajador de YPF. ¿Cómo viviste la expropiación?

-Primero viví la privatización con mucha tristeza. Mucho más que otras privatizaciones con las que ideológicamente también estaba en contra. No sólo mi papá sino toda mi familia estaba involucrada de algún modo con YPF. Todos teníamos la mutual, los beneficios, era una empresa que generaba una cultura. Ahora lo viví con mucha alegría. Acá había dos posibilidades: o creés que somos todos tarados y Cristina nos lleva de las narices, cosa que no creo, o te das cuenta de que la expropiación la votó hasta la oposición. Seguramente las formas estuvieron mal, pero no dejan de ser cuestiones de forma. Al mismo tiempo, la Unión Europea, que desaprobó la expropiación, no aceptaría empresas en sus países que manejen sus recursos y encima mal. Lo que me parece terrible es que da la sensación de que todo se maneja como un Boca-River, España-América, que llevaría cinco siglos, cuando no es el modo.

-¿Ese Boca-River se ha trasladado a Argentina entre los kirchneristas y los opositores?

-No es tan así. Pero, en realidad, eso es un fenómeno de lo contemporáneo. Creo que sé sobre Uruguay, pero andá a saber cuáles son los medios que me llegan a mí para saber de Uruguay. La versión que se da de Argentina la dan dos o tres medios que tienen muchos intereses. Pero un Boca-River… no es tan así.

-A Uruguay llega la sensación de que no se permiten ya las medias tintas.

-Eso se dice, pero yo no creo. Salió esta novela, publicada en una editorial del grupo Prisa, una novela que se dice que es incómoda, con un personaje kirchnerista, se habla de Papel Prensa… El tema es que la derecha por primera vez tiene la obligación de pensar y a la gente le irrita profundamente tener que pensar. Esto ya estaba: por qué tengo que pensar si merezco tal privilegio, y encima dar argumentos. La inseguridad es tener que renovarse. El modelo en el que estaban seguros no lo tienen más, y la crisis de la que se habla en Argentina es puramente simbólica; lo comprobé estando en España. No es que mañana no sepamos qué va a pasar con nosotros. Hay una solidez importante y una enorme cantidad de conquistas. La derecha nunca supo ser oposición porque nunca lo fue, y la izquierda no sabía gobernar. Esto pasaba por el medio, a mí se me planteó la oportunidad de construir algo y me sumé a pesar de que pertenezco a una familia de izquierda.

-Esta novela sólo podía ser posible a partir de los juicios de la verdad del kirchnerismo. Es lo que se desencadena a partir de eso.

-Sí, ni hablar. Es sobre la influencia de los juicios en las personas. De poder juzgar. De empezar a decir.