“Más que una revista, una trinchera”: así definía Fito Páez a la legendaria Cerdos & Peces en su prólogo a La vida es un bar, uno de los libros que recopilan artículos de Enrique Symns. Centro de convergencia de varias líneas de la contracultura argentina de posdictadura, Cerdos... se destacó -con mayor o menor intensidad a lo largo de sus cuatro épocas- por su declarada oposición a los valores de la “cultura dominante”, por la búsqueda de lo estético en los márgenes urbanos y sus pobladores, y por la pluma irritante de Symns, su fundador y editor. Veintiocho años después de su primera publicación y a ocho de la última, la editorial argentina Cuenco de Plata edita un lujoso tomo antológico, seleccionado por Juan Mendoza, secretario de redacción en las dos últimas reencarnaciones de la revista.
No se puede hablar de Cerdos & Peces sin hablar de Enrique Symns. A principios de los 80 era un monologuista callejero que no había terminado la primaria cuando le ofrecieron, así de la nada, reemplazar al jefe de redacción de la revista Pan Caliente, heredera de Expreso Imaginario y Mordisco, todas publicaciones marcadas por dos tendencias claras: la contestataria (en plenos años 70) y la de dar pérdida. Pan Caliente sería semillero de varias figuras de la cultura argentina que pocas décadas después estarían en primera división: León Gieco, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Los Abuelos de la Nada son algunos de los nombres que aparecen en el afiche de un recital organizado para sustentar las deudas de Jorge Pistochi, que dirigía la revista (entre otros proyectos destinados al fracaso, como financiar los primeros equipos del grupo musical Almendra).
Ya colado dentro del mundillo periodístico y luego de que -a pesar del recital- se fundiera Pan Caliente, Symns le ofreció a la revista El Porteño un suplemento que se basaría en la tríada “rock, locura y hamponaje”, según sus palabras. La directiva aceptó y, desesperado por un nombre, Symns consultó el I-Ching en una noche desvelada: “Cerdos y peces son los menos inteligentes de todos los animales de la creación, los más difíciles de influir”, fue la respuesta. Ambos rasgos (lo de improvisar sobre la marcha y las noches desveladas) serían sello del método de trabajo en la redacción.
Film velado en blanca noche
Si Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, es hija de dos días de desvelo y doce gramos de cocaína, Cerdos... (contemporánea de la novela: ambas aparecieron en 1983) lleva en su metabolismo otros tantos gramos. El dato no es anecdótico: gran parte de la trascendencia de la revista tuvo que ver con el contacto íntimo con los lectores a través de la noche, del rock under, del consumo de sustancias varias y de los ámbitos de “resistencia” frente a los últimos años de la dictadura. Symns realizaba sus performances en los recitales de los Redondos, y Carlos Indio Solari colaboraba con la revista con columnas o ilustraciones; varias frases emblemáticas de canciones de los Redondos son citadas en los editoriales (“los ojos ciegos bien abiertos” es la más recurrente), y Symns aparece retratado en la letra de “Héroe del whisky”. Ese aspecto colectivo, de gueto (similar al que, de este lado del río, llevaron adelante fanzines como GAS y Suicidio Colectivo), fue catalizado por la común influencia de figuras como Hunter S Thompson, William Burroughs, Jack Kerouac, Antonin Artaud, Roberto Arlt, Tom Wolfe y Charles Bukowski.
Beatniks y rockers se cruzaban en las páginas de Cerdos..., pero también presos, prostitutas, travestis, pacientes psiquiátricos, violadores y dealers. El gusto por lo marginal, el tabú y todo aquello que pudiera transgredir definía gran parte de la línea editorial. A los pocos días de distribuido el primer número -en cuya tapa un fumador de porro le pedía fuego a un policía, con un título que clamaba por la legalización de la marihuana-, una bomba puesta por quién sabe qué personas destruiría gran parte de las oficinas. Un comienzo marcado a fuego para un proyecto incendiario.
Los encontronazos entre la revista y ciertos sectores de la sociedad fueron constantes. El tercer número fue denunciado por “apología del delito” debido a una nota de investigación sobre la pedofilia. En abril del 87, Cerdos... llamaría a una marcha de protesta contra la visita del papa Juan Pablo II y la jornada terminaría con una batalla campal entre manifestantes y la Policía. El octavo número fue secuestrado por orden del presidente Raúl Alfonsín, bajo el motivo de que era “un peligro de perturbación intelectual y afectiva”. Como era de esperarse, la censura no hizo más que generar un halo de objeto prohibido que, en parte, fomentó una de las mejores épocas de la revista, con más de 20.000 ejemplares en las calles. “Menem, en cambio, nos ignoró, y así nos ganó la batalla”, lamentaría Symns años más tarde.
Con las influencias a la vista, resulta evidente por qué el estilo de Cerdos... derivó en un periodismo lindero a la literatura. Algunos reportajes eran del todo ficticios, incluidos entrevistado, biografía, respuestas y periodista. Varios números fueron escritos casi en su totalidad por Symns, que firmaba con pseudónimos evidentes (Nietzsche, Burroughs) y otros no tanto (La Maga, Elsa Cicuta); la frase “Su lengua no es sincera / pero te gusta oírla” ilustra bien el mecanismo.
Algunas columnas publicadas bajo el nombre de Trotsky aparecieron citadas en otras publicaciones que, desconocedoras del perfil de la revista, atribuyeron esos textos al autor de La revolución permanente. Por considerarlo de mala suerte, Symns decidió saltearse el número 17, que aún es buscado por coleccionistas. Algunas mañanas de resaca, Symns enviaba al cadete (El Mosca, que tiempo después se convertiría en el cantante del grupo punk Dos Minutos) para que fuese hasta La Plata a buscar determinado tipo de cocaína, requisito indispensable para empezar a trabajar. En una ocasión, una lectora de 17 años se plantó en la puerta de la redacción y dijo que no se iba hasta que no la admitiesen como colaboradora: era Vera Land, quien en los años siguientes sería amante de Symns y coeditora de la revista. Llegaron incluso a publicar un informe que negaba la existencia del sida. El azar y el capricho parecían puntos cardinales de todo el proyecto, que tuvo uno de sus puntos más altos de irreverencia con el provocador texto “Apología de Hitler”.
El futuro llegó hace rato
Toda esta historia pesa a la hora de abordar Cerdos & Peces: Lo mejor. El libro recorre toda la vida de la revista a través de artículos separados en capítulos: los editoriales, los artículos más genéricos (agrupados bajo el rubro “Antropología de la vida cotidiana”), los referentes al sexo, las entrevistas, una selección de tapas, las notas centradas en la temática de las drogas y los textos más políticos y sociales. La mayor parte aparece bajo la firma de Symns, aunque hay colaboraciones esporádicas que le dan un poco de color al conjunto. Es decir: la prosa del histórico director de la revista es uno de sus puntos fuertes, pero algunos tics de su escritura pueden resultar tediosos por acumulación.
Hay varios textos que sólo se sostienen por la forma en que Symns encadena palabras, imágenes, lugares poéticos, y no tanto por las ideas que hay detrás, que a lo largo del tomo se repiten y configuran verdaderos leitmotiv. Está la lucha contra el “sistema” y su maquinaria omnívora que se cuela en las prácticas de la vida cotidiana; está la condena a los “traidores” que “transaron” con el poder (entre ellos los propios Redondos, que al deslindarse públicamente de Symns y su revista se llevaron casi la mitad de los lectores); está la condena a los compositores que no viven acorde a lo que cantan; está la veneración a la supuesta magia chamánica que subyace a todo arte genuino. Todo está teñido de ese afán contracultural que aparece en figuras uruguayas como Gustavo Escanlar, Daniel Figares, Julio Inverso y Alberto Restuccia.
Tal vez por oposición al tono afectado de Symns a la hora de volcarse en textos catárticos es que sobresalen capítulos como el de entrevistas, titulado -y no en vano- “El arte de preguntar”. Cuando Symns se recuesta y deja (o hace) hablar al otro, los resultados son interesantísimos, en especial las entrevistas con el Indio Solari, Fogwill, Horacio Fontova y Fito Páez, entre muchas otras. De todas formas, en las más tardías se nota que se lo comió un poco el personaje: a Iván Noble le pregunta, para cerrar la nota, si tiene buen sexo con su esposa, intervención que tal vez resultaba muy loca en los 80 pero que hoy no desentonaría en boca de Jorge Rial o Petinatti.
Justamente es ese elemento -el desfasaje entre qué se considera transgresión hoy y qué lo era hace 30 años- el que puede provocar algún problema en la decodificación, máxime si el lector no vivió aquellos años o no se movió en esos ambientes. Que el libro no incluya prólogo alguno dificulta la apreciación crítica, imprescindible al enfrentarse con una obra tan enraizada en sus circunstancias de producción. Hay, sí, a modo de prefacio, una entrevista que el compilador le hace a Symns, pero funciona más como repetición del discurso oficial de la revista que como facilitador de un análisis “desde fuera”. Digamos que el mayor pecado de Cerdos & Peces: Lo mejor es ser “demasiado Symns”, un poco en la vereda de enfrente de la más testimonial y “objetiva” Gloria Guerrero, que en su libro La historia del palo plasmó esos mismos ambientes con menos pasión y más sobriedad.
Entre historietas porno de una Maitena principiante y confesiones eróticas de Symns travestido en pseudónimos femeninos, aparecen varios textos que son interesantísimos por el tema que abordan, o bien por el estilo periodístico. Hay una entrevista con un ex policía anónimo que podría haberse publicado hoy, otra con un Jorge Lanata menos cansado pero igual de tirabombas, y una especie de crónica a varias voces en torno a la cocaína que recuerda a algunos pasajes de su libro El señor de los venenos y resulta muy lúcida (aunque probablemente los entrevistados sean inventados).
Ficticio o no, todo el libro es una lección de un subgénero del periodismo -cercano a gran parte del libro Disco duro, de Escanlar, y las no tan combativas revistas Orsai y Gatopardo- que se acerca a la literatura y entiende la prosa como un fin y no sólo como un medio. Es una de las pocas formas (y una muy buena) de acercarse a ese tipo de textos, que aún no parecen haber encontrado su lugar en las publicaciones periódicas uruguayas.