Son tiempos agitados para Javier Zubillaga, que fue telonero de Copani en la sala Zitarrosa el viernes 1o. Su único disco editado, Biografía (2007), propone un cruce entre un humor absurdo (en temas como “Respuesta a la habitual actitud de los artistas contemporáneos ante la muerte y las repercusiones que debe tener en la vida cotidiana de los deudos” o “Inventario”) y momentos más líricos (“No es lo mismo sin ti”, “Pregunto”). Sus letras, graciosas o no, sorprenden por un fino uso del léxico (que recuerda a trabajos de Roberto Musso) y rigurosas métricas y rimas consonantes, sobre una base que por momentos le debe arpegios a Silvio Rodríguez y por otros al pulgar inquieto de un Brassens. Además de colaborar con murgas como Bajala por Ruffini (en 2009 y 2010) y Queso Magro (2012), ha obtenido menciones en cada edición de T Cuento Q, el concurso de microrrelatos por SMS.

-¿Cómo era musicalmente el Javier del liceo?

-Era un rockero. Crecí escuchando Nirvana, Guns N’ Roses y The Beatles, y también los Redondos, que me marcaron mucho. Antes de cantar escribí letras, porque no sabía tocar la guitarra. Empecé a cantar porque no había quien lo hiciera. En esa época escribía mucho en inglés, y lo que escribía en español se parecía mucho a los Redondos. No me aferraba a las rimas; era formalmente irregular.

-Contame acerca de la etapa en que tocabas en bares, acompañado por alguien que hoy es bastante conocido en los medios.

-¿Hay que decirlo? Sí, con Christian Font y con otro amigo, Conrado Viña, formamos un grupo de humor en los 90. En primero y segundo de liceo teníamos nuestros delirios. Tuvimos una banda que se llamaba Los Canguros Drásticos, que hacía “cosas” en formato canción que nunca llegábamos a cantar. Después tuvimos un grupo que se llamaba Los Cuadraditos de Jamón, también humorístico. Hacíamos canciones nuestras y una canción de un grupo uruguayo que hace mucho tiempo desapareció: Los Dry Penes. Yo no sé si alguien llegó a conocerlos. Hacíamos temas de Mamonas Asesinas, también.

-¿Ya tenías ahí la influencia de Leo Maslíah?

-Siempre pienso que como no hay mucho referente uruguayo en el humor, siempre está la comparación con Maslíah. Saliendo del carnaval, hay poco humor acá, en particular en la música. Tocando, uno se da cuenta de que el público pide eso, no necesariamente como forma de distracción sino como recurso, como forma de expresión. Por ahí hay mucha gente a la que no le alcanza ese costado melodramático que nos caracteriza. Tampoco tienen por qué ser contrarios. [Eduardo] Darnauchans no es el opuesto de Maslíah; se complementan.

-¿Te cuesta balancear las canciones humorísticas con las otras a la hora de tocar? Me imagino que el efecto de los temas más graciosos debe ser más inmediato y perceptible que el de temas como “No es lo mismo sin ti”.

-Cuando hice Biografía estaba escribiendo mucho humor, que no era algo frecuente en mi repertorio. Me di cuenta de que -no quiero usar la palabra “rendir”, que es muy carnavalera- tenían efecto. Cuando vos ves una risa generalizada te das cuenta de que lo que estás haciendo está gustando. Ahora, cuando no la hay, no sabés si se está disfrutando. De hecho, muchas veces se me ha acercado gente a decirme “lloré con tu canción” y desde el escenario no me enteré. Tal vez ahí se nota la parquedad del uruguayo como público.

-Contame acerca de tu experiencia en Carnaval, donde el trabajo con el humor es fundamental.

-Es que -esto es una opinión mía- lo más interesante que tiene el Carnaval es el humor. El resto no es algo que me atraiga mucho.

-Supongo que a la hora de escribir para murgas como Bajala por Ruffini o Queso Magro habrá una diferencia con componer tus propias canciones humorísticas, más que nada por la búsqueda del efecto y por lo que te condicionan los temas.

-Sí, uno tiene que ser más efectista. Yo soy de reescribir mucho, porque me convence más una imagen o una frase. En Carnaval se hace pensando no sólo en eso, sino con la idea de que algo va a causar más o menos gracia. En el caso del Queso, a veces descartamos bloques enteros del espectáculo porque aparecían otras que nos convencían más. Igual, yo entré cuando estaba armada la mitad del espectáculo, así que mi participación fue poca, pero era el único que llevaba cosas ya escritas desde casa. Siempre había alguno que tiraba alguna punta y el resto trabajaba esa idea. A veces volvíamos a la siguiente reunión y reescribíamos todo lo escrito en la anterior.

-¿Cómo ves, desde adentro, el eterno tema de la renovación en la murga? Hay por un lado cierta corriente de cambio que viene de Murga Joven, pero también los reglamentos y el jurado suelen privilegiar determinados contenidos y formas por sobre otros...

-Eso va a cambiar lentamente. Van a aparecer sopapos, conjuntos que generen popularidad mediante propuestas innovadoras. En algún momento va a tener que soltarse esa piola. Pero igual no depende sólo de las propuestas sino también del público, que exige eso. En algunas actuaciones del Queso, que tiene mucho apoyo popular y es muy querida, se acerca gente al escenario y nos dicen cosas como “qué bueno, lástima que no cantan potente”.

-También hay ciertos temas que se suponen obligatorios para un espectáculo de murga.

-O temas que la murga aborda desde un lado que hace reír, pero que sirven para plantear algo serio. No sé si la mayor parte del público es crítico como para decodificar algo así.

-¿Qué tan difícil es para un solista tocar en Montevideo? Hace poco, en una entrevista que le hizo la diaria, Renzo Teflón decía que ya no tocaba en vivo por las pésimas condiciones y los tratos desiguales que le ofrecían los locales.

-Creo que todo el mundo coincide en que es relativamente difícil. Se abren algunas puertas y se cierran otras. Pero hay algo que es fundamental, que es la propia actitud de los artistas, que no exigen lo que tienen que exigir.

-Incluso está establecido el trato de tocar por pizza y cerveza.

-Eso un poco ha cambiado, pero igual los dueños de los boliches te miran mal si te ponés muy firme, en una actitud de “quién te pensás que sos, si yo te estoy dando laburo”. Después de eso, es responsabilidad del músico. Lo mismo pasa con los sellos, aunque eso es más difícil porque compromete cosas más serias y hay más plata en juego. En varios momentos de la historia del Uruguay hubo asociaciones de músicos como AUDEM, pero ante las condiciones difíciles el artista se pone individualista y no cede a cooperar u organizarse.