Tres obras actualmente en cartel manejan metodologías comunes y logran diferenciarse en su oferta estética del resto de las propuestas teatrales para niños. Se trata de los espectáculos que presentan la Ovidio Titers Band, la compañía Pampinak Teatro (ex Bosquimanos Koryak) y el Grupo de Artes Escénicas Cachiporra.

“¡Pero si va desnudo!”

El primero de estos grupos se instaló en la sala 1 del Teatro Circular con su obra El traje invisible, una adaptación del cuento que el danés Hans Christian Andersen publicó en 1837 (que se ha dado a conocer con los títulos de “El traje nuevo del emperador” o “Las ropas nuevas del emperador”) y que reflexiona acerca de la reacción individual -aplicable a varios ámbitos de la vida- ante la negación colectiva de una verdad clara y evidente.

En el pasado, La Ovidio Titers Band -cuyo nombre juega con el de su director, Daniel Ovidio Fernández- se ha caracterizado por ofrecer creaciones que están destinadas más bien a un público adulto (Romeo y Julieta, Juan Moreira), pero en esta oportunidad -aunque en el programa se aclare que El traje invisible está destinada a “todo público”- tiene una clara intención de llegar al público infantil. Los cambios también son estilísticos: la compañía suele emplear muñecos de diferentes tamaños, así como disponer de todo el espacio escénico y combinar muchas técnicas; esta vez eligió una única técnica para contar la historia del rey que es engañado por dos pícaros tejedores.

Según Daniel Ovidio, lo que hacen ahora es “una combinación entre una especie de muppet y un títere de manipulación directa. Como nos parece que la historia que contamos tiene algo para decir apostamos a que los títeres hablen bastante. De hecho, es bastante hablado y por eso tienen boca”.

Otro de los elementos que caracterizan esta propuesta es el de jugar con una cierta “desprolijidad” tanto en el manejo de las técnicas como en el hecho de que los manipuladores de los muñecos, aunque estén vestidos de negro, pueden ser vistos por los espectadores, como una forma de quitarle cierta perfección que podría desatender el ritmo de la narración. Así lo explica Ovidio: “No siempre hay un compañero manejando los pies de los muñecos, entonces muchas veces se arrastran un poco, con cierta torpeza que está así a propósito. En general, en otro tipo de espectáculos estos muñecos se manejan de a tres y entonces cada movimiento, cada articulación, cada gesto es casi perfecto. En este caso, jugamos con el descuido, con cierta torpeza, porque nos parecía que era un aditamento más lúdico y que la perfección iba a generar cierta tensión y una cosa menos amable. También el hecho de que se vean los titiriteros es a propósito, porque en realidad si no se logra una técnica perfecta en la que no se vea nada, el espectador siempre está buscando ver y gran parte de su tiempo y su energía la gasta en descubrir algo que no nos interesa esconder, y lo que importa es contar la historia”.

Coleccionista de espectáculos

En el Teatro Solís se puede ver una creación de Martín López Romanelli y la compañía Pampinak Teatro, que tiene sus raíces en los espectáculos de los ex Bosquimanos Koryak. El grupo, que ha ido incorporando nuevas técnicas desde sus comienzos hace más de una década, continúa con su estilo de espectáculo de teatro negro, que logra captar la atención del público con sus efectos de luz opaca sobre los trajes y detalles con pintura fluorescente, en un escenario totalmente oscuro.

Kohi, su último show, parte de una historia sencilla para convocar a un público infantil de amplio rango etario. Se pueden volver a encontrar sus ya clásicos personajes con nombres estrafalarios (presentados por Kone Matrak, un coleccionista de fragmentos de sus espectáculos favoritos), desde un jardinero atareado en la búsqueda de dos semillas que al chocar hacen crecer jardines gigantes, pasando por el niño que juega en un charco de agua (episodio en que se juega con la ilusión del reflejo de este personaje) e incluyendo a un acróbata y su mascota y al multifacético baile de Lejla y su dragón.

Para realizar este espectáculo de teatro negro trabajan ocho “manipuladores” sobre 16 muñecos, cuyas alturas van desde los 40 centímetros hasta los cuatro metros. En tanto experiencia para los sentidos -vista, oído y olfato- es clave que los muñecos se agranden y achiquen mientras caminan, así como los vestuarios que los “transforman” en animales.

De gran impacto visual y mucha dedicación en la construcción de los elementos usados en escena y en la manipulación de semejantes muñecos, Kohi es una excelente propuesta para los más pequeños que consigue el disfrute parejo de los más grandes.

La magia de las sombras

A recorrer otro camino invita el Grupo de Artes Escénicas Cachiporra, afincado en Portones Shop-ping, con su espectáculo Circo: el proyecto exige del espectador una alta concentración, dado que la construcción del relato descansa mayormente en el poder de la sugerencia. Con técnicas de teatro negro, teatro de sombras y manipulación directa de muñecos y objetos, Circo es quizá de las tres propuestas reseñadas aquí la que mayor atención merece por su ternura, su ritmo y su combinación de diferentes técnicas.

Según aclara Javier Peraza, director de la compañía, “al principio usamos títeres de marote [o varilla] y también la luz negra por medio de unos tubos y los objetos pintados con pintura fluorescente; luego tenemos sombras, que se producen sobre una base de sombras chinescas. Esta última es la técnica más atractiva por la sutileza de sus movimientos y la magia que crea en el pequeño retablo y por ser una de las más antiguas, cuyos comienzos se remontan al hombre primitivo proyectando su sombra frente a la luz de las fogatas”.

Sobre el linaje de la técnica de sombras se extiende Peraza, que fundó la compañía en 1973 junto con Ausonia Conde: “Es una de las más antiguas y se considera que probablemente, como técnica de títeres, es la que precedió a todas. Se sabe que el uso de las sombras como primera manifestación del arte dramático era común entre los hombres que vivían en cuevas y se iluminaban con fuego. Era muy fácil que su propio cuerpo reflejara sus manos sobre las paredes de la caverna y, de esta manera, se estaba sugiriendo la primera forma de títeres y de actuación”.

Peraza también explica la forma en que concibe el teatro negro, que no necesariamente coincide con la estándar: “Es lo que aparece en la cortina de luz blanca. Nosotros tenemos unos proyectores, o sea, focos de los dos lados de la pantalla que largan una cortina de luz angostita. Ése es el verdadero teatro negro: se crea una cortina de luz en la que colocás los objetos. En general lo que muchas veces se denomina teatro negro es con luz negra, es usar la luz ultravioleta y pintar los muñecos con colores fluorescentes, pero para mí la luz ultravioleta es un sistema agresivo, que es molesto, por la misma calidad de la luz. En cambio, con la luz blanca es otro el efecto, lo que hay que definir bien es esa cortina de luz; ése es el teatro negro, que no es habitual”.

La historia que cuenta Circo -y que permite el desarrollo de la destreza artística de los seis manipuladores del grupo Cachiporra- es la de un hombrecito que quiere construir un circo en contra de la prepotencia de la modernidad y su maquinaria. Sin utilizar palabras, solamente con música de fondo y la colaboración del espectador se logra viajar a un mundo de imágenes provocativas.

El abordaje fue un gran desafío para los creadores de este espectáculo que navega a contracorriente de la forma de relatar contemporánea. Para Peraza: “Primero que nada, al construir este tipo de narración, vas contra todo, porque a la hora de trabajar con niños hay una gran contra y es que, por ejemplo, están viendo un dibujo animado u otro tipo de cosa y no es raro que al mismo tiempo que lo están mirando no haya una voz que esté explicando lo que está pasando. Nosotros tratamos de incentivar la imaginación en todos los sentidos. Por un lado, la imaginación de completar cosas porque muchos de los elementos que aparecen están presentados por partes; aparecen los pies, el sombrero y el bastón del personaje y el resto hay que inventarlo. Eso es una construcción que se hace en la cabeza, de tipo plástico, pero también, al contar una historia sin palabras, sólo gestualmente, tenés un riesgo grande, pero si se sigue la historia se trata de un juego poético, siempre buscando la síntesis”.