"Los tres chiflados" (The Three Stooges). Dirigida por los hermanos Farrelly. Con Chris Diamantopoulos, Sean Hayes y Will Sasso. Estados Unidos, 2012.

En una de las canciones del brillante Teenager of the Year (1994), “Two Reelers”, Frank Black cantaba “si todo lo que ves es violencia / entonces haré un argumento en su defensa / ¿no sabés que ellos hablan vaudevilliano? / Y por lo que es / escuchen mi teoría / algunos galimatías son tan serios / necesitamos más hombres tontos”. La canción hablaba del grupo de comediantes conocido como Los tres chiflados y los “dos rollos” que le daban nombre al tema eran los dos rollos de film que duraban las películas del trío, del que filmaron 190 tan sólo para Columbia Pictures y que tenían una duración promedio cercana a los 25 minutos; condenadas a ser exhibidas como mera introducción a los films que las sucedían. Eran en general un objeto de entretenimiento no muy respetado, pero que nunca fallaba en lo que a divertir al público se trataba.

Los tres chiflados, a pesar de ser un clásico innegable del humor en blanco y negro, nunca gozaron de mucha estima entre la intelectualidad; mientras que la crítica siempre destacó el humanismo poético de Charles Chaplin, la ternura de Laurel & Hardy, la impasibilidad de gran expresión de Buster Keaton o el absurdo de Los Hermanos Marx, lo de los hermanos Howard siempre fue visto más bien como una simple sucesión de actos violentos y sádicos que los niños buenos que crecieron leyendo Mafalda no debían imitar. Es fácil notar que el arsenal de recursos temáticos y expresivos de "Los tres chiflados" era mucho menos variado que el de Chaplin, y que ciertamente su acumulación de crueldades y abusos era bastante más amoral (además de que ofreció más de un peligro para cualquier infante que intentara el piquete de ojos), pero quedarse con este lado de la comparación significa olvidar algo realmente importante: eran graciosísimos. La gracia de los tres chiflados es superior a la serie de martillazos, narices retorcidas por tenazas y tablones de obra que inevitablemente golpeaban cabezas; ofrece un grado de delirio muy particular, con el que estos tres personajes se desempeñan, comandados por el iracundo Moe, que se presenta como la voz de la razón a pesar de estar tan evidentemente alejado de la realidad como sus compinches. Y además era un producto mucho más gracioso a pesar de 
sus limitaciones.

Los tres chiflados surgieron del corazón del mundo del vaudeville, con los hermanos Moe y Shemp Howard como simples acompañantes del cómico Ted Healy, a quien interrumpían con sus tonterías mientras éste contaba chistes, haciéndolo montar en cólera. Luego se les sumaría el violinista Larry Fine, y se conformarían como Los tres chiflados. Los Howard se cansaron del más bien insoportable Healy, lo que produjo que Shemp abandonara la comedia y Moe intentara suerte por su parte junto a Fine y al menor de los hermanos Howard, Jerry, quien fue rebautizado como Curly. El trío alcanzó rápidamente la independencia, estableciendo un extraño equilibrio entre el irascible Moe, el físicamente hiperexpresivo y lleno de notables tics Curly y el generalmente moderado y fastidioso Larry. A pesar de ser considerados un acto menor, los tres chiflados filmaron decenas de cortos humorísticos en los que definieron con exactitud virtuosa sus personajes y su gracia impulsada a fuerza de cachetadas y personalísimas onomatopeyas. A fines de los 50 Curly -el más popular, joven y frágil de los integrantes del trío- se apartó a causa de problemas de salud que redundarían en su temprano fallecimiento, en 1952. Esto significó el regreso de Shemp, un excelente reemplazo de carisma muy diferente al de Curly, pero el mayor de los Howard también moriría prematuramente a causa de un ataque al corazón en 1955. Moe seguiría con el grupo junto a Larry -con varios reemplazos de sus hermanos (todos más o menos parecidos a Curly)- hasta los 70, falleciendo en 1975 pero dejando detrás suyo una amplísima cantidad de material filmado en forma de cortos (y unos cuantos largometrajes), que perpetuaría su vida al volverse ideal para el formato televisivo.

Pero a pesar de su perenne popularidad, los tres chiflados mantuvieron también el aura de escepticismo crítico que siempre los había acompañado, aunque poco a poco fueron sumándose voces de auténtico respeto hacia su maestría en el humor físico. Y ese respeto eclosiona ahora en forma de largometraje con "Los tres chiflados".

Chiflados en el siglo XXI

La idea actual de hacer una película sobre los tres chiflados venía rondando la cabeza de los hermanos Peter y Robert Farrelly (“Tonto y retonto”, “Locos por Mary”) desde hacía casi una década. El proyecto original para revivir al trío chiflado era mucho más ambicioso. Para cumplir con los roles principales, inicialmente se había pensado en Sean Penn (Larry), Benicio del Toro (Moe) y Jim Carrey (Curly), nombres de mucho más atractivo en lo que a taquilla refiere (y de más elevado cachet, evidentemente). Sin embargo, el hecho de recurrir a actores de más bajo perfil y personalidad pública menos definida posiblemente haya sido un acierto, al permitir que se mimeticen en forma asombrosa con sus modelos. Cada uno de los distintivos gestos corporales y tics vocales de los tres comediantes es reproducido a la perfección, consiguiendo, por ejemplo, que Sean Hayes -el más conocido de los tres actores gracias a su rol en la comedia televisiva Will & Grace- deje de ser Sean Hayes y sea realmente Larry: lo de Los tres chiflados no es exactamente una reversión, sino que está más cerca de la reproducción hiperrealista, incluso algunos de los gags no sólo referencian los de los cortos originales, sino que directamente son una refilmación de éstos.

¿Es entonces “Los tres chiflados” simplemente una muestra de falta de imaginación y redundancia? Habría que darles un poco más de crédito a los hermanos Farrelly, quienes más bien parecen querer decir “era magnífico entonces y sigue siendo magnífico ahora”, intentando simplemente ofrecer una nueva historia de un modelo de funcionamiento perpetuo que la simple biología interrumpió. El homenaje respeta incluso el formato de cortos, con una presentación de tres segmentos más o menos diferenciados, que siguen a Moe, Larry y Curly en su gesta para rescatar el orfanato en el que crecieron, una trama que es en definitiva irrelevante y que apenas sirve como excusa para la restauración de una sucesión de escenas de humor físico de distinto grado de efectividad.

La elección de los Farrelly para revivir a los chiflados parecía muy adecuada ya que los hermanos comparten con aquéllos cierto cariño por el humor físico, tosco y de escasa corrección política, pero se temía que su personalidad contaminara a los personajes de referencias sexuales y escatológicas -algo siempre presente en las películas de los Farrelly pero totalmente ajeno al mundo de los Howard-. Por suerte tan sólo el lado más infantil -y por ende más compatible- de la escatología de los Farrelly está presente en el film, aunque muchas veces la inserción de estos personajes intactos en el entorno contemporáneo los hace parecer viajeros del tiempo.

Este ejercicio formal de reproducción y homenaje de los Farrelly es indudablemente amoroso y digno, pero también un poco fútil: al existir y estar disponibles los cortos originales del trío, la habilidad para recrearlos no aporta mucho a la historia de los Howard, y prácticamente nada a la tradición de la comedia slapstick o de bofetadas, por lo que se los puede considerar más que otra cosa un enorme artefacto de nostalgia apenas cubierta de risas.

En un gag muy significativo, un Moe separado de sus amigos y deprimido consigue ingresar a Reality Show (Jersey Shore, existente en la realidad y emitido por MTV), donde se dedica a golpear con su clásico estilo a sus compañeros de convivencia, un montón de idiotas convencidos de ser interesantísimos por no tener nada de especial; el chiste es bastante catártico en el sentido de contraponer la elaboradísima e hilarante violencia artística que proponía Moe Howard con la violencia vulgar -y carente del menor humor- que proponen los realities (además de ilustrar una sana fantasía de mucha gente). Al mismo tiempo resuena como un suspiro de tristeza al recordarnos la diferencia entre un producto popular de aquellos tiempos y uno actual, evocando tiempos en los que el dolor no dolía y una cachetada era algo casi tierno y carente de odio.