Utilizando como criterio la primera publicación, se podría decir que los poetas que comparecen aquí son “nuevos” (con el conflicto que el término ocasiona), pero si tomamos en cuenta que muchos están vinculados a las letras desde tiempo atrás, no servirá demasiado ese mote. Algunos son licenciados, profesores o estudiantes y tienen ya un camino personal marcado por inquietudes literarias, que luego han desembocado en el libro como recipiente vital de esa experiencia. Otros se han dedicado a cultivar el oficio de la escritura canalizándolo hacia diferentes búsquedas. El libro ha funcionado como un espacio regulador, un sitio donde volcar la tinta vieja acumulada para ordenarla y luego seguir investigando sobre la escritura propia, o bien sobre la propia escritura. No importa aquí lo nuevo, sino sus vasos comunicantes. Lo cierto es que, desde el año pasado, nueve poetas de entre 25 y 38 años se propusieron esquivar definitivamente las antologías y las publicaciones esporádicas y editar sus libros individuales.
Nueve por nueve
En uno de los extremos etarios se encuentra Andrea Estevan (1974), que publicó Madrelengua (Ediciones de la Crítica). En la escritura de Estevan, al decir de Roberto Genta: “Vemos un especial tratamiento del lenguaje [en el que] se esconden preocupaciones ontológicas de real peso, emotivo y racional”. En efecto, no es un primer libro inocente: sus páginas evidencian una depuración madura de las palabras y de las imágenes que se construyen con ellas. Se toma distancia de los conceptos, en general de manera lúdica, para instalar incógnitas reales sobre el papel, producto del aprendizaje o del pulso que otorgan los años. De esta forma Madrelengua no sería un punto de partida, sino de llegada, donde Estevan consigue “dominar la lengua / temblar como rama al viento mientras el poema se escribe”.
En el otro extremo en cuanto a edad se refiere, Nicole Sus (1987) presenta Canas de voyeur (Yaugurú). Concisos bloques de poesía jubilosa se ofrecen en este libro intenso, en el que campean el deseo y el erotismo (asuntos difíciles de encontrar en la poesía uruguaya actual); ya en la primera página encontramos un epígrafe acusativo de Marosa de Giorgio. El formato que utiliza Sus para desarrollar su capacidad lírica es la prosa poética. No hay una sola palabra en mayúscula en este libro, y la disposición tipográfica de los textos -centrados en cada hoja con un fondo negro- ayuda a que la condensación de ideas plasmadas en pocas palabras sea muy eficaz. Al abandonar un poema y pasar a otro, es difícil irse sin quedar atontado por el efecto de lo anterior: “tu sien persigue / tu lengua adorna / mi lengua adorna / la fusión contigua del placer/ me exacerbo / abrazo / chupo / lo rico más rico / se sacude / crece”.
Con Ciclotimia Chill-Out Santiago Pereira (1983) propone desde el título un viaje que no es precisamente el de un disfrute, sino de algo que se padece: la ciclotimia como enfermedad, más allá de todo cliché posmoderno. Su complemento (el chill out: literalmente, “relajarse”) da cuenta de un género musical y esta oposición inicial es clave para entender lo que sucede en el libro, o mejor, en su “sonido”: Pereira logra un poemario que bien pudiera ser un disco, o un mp3 para escuchar en el ómnibus hasta que uno llega al trabajo. Se asiste a un desfile de personalidades literarias y de la música, así como de palabras tomadas del registro popular/cibernético/cinematográfico, ya que se apela al rescate oral de la palabra, al rapeo constante que hace del poema una pista, “donde la música es creada no sólo por sonidos tradicionales de instrumentos sino por la propia ciudad”, según acota Leonard Mattioli (La Teja Pride) en la introducción a este libro publicado en 2011.
Sofía Rosa (1986) señala: “Se precisa mucho más que algunas palabras para decir algo / ¿Cuántas veces tendré que escribir esto para creerlo?”. En Falsas escrituras abundan las reflexiones lúcidas como ésta. La autora, a la vez que escribe, describe el acto de escritura, cuestiona su espacio y la manera de llenarlo: “trato de formar, con pocas palabras, un verso”. Poesía íntima que ni por un segundo cavila, arropada por el propio formato del libro, compacto, pequeño, sin estridencias, y que se amolda perfectamente a su voz poética, que seguramente nos ofrezca varios títulos en el futuro.
El primer libro de Diego de Ávila (1984) es uno de los casos donde la tinta vieja logra al fin plasmarse con éxito, y esto se nota entre otras cosas por la solidez conceptual que muestra su poética. Piedra del sol de noche se publicó este año, pese a que para muchos haya pasado desapercibido. Con la creación de Editorial Mental, De Ávila publicó el libro que quería, en el momento que podía; la espera tiene su premio. El autor explicó que la ausencia de índice en el poemario es intencional: la idea es que el volumen tuviese más fuerza como relato lineal, y para que cada poema se pareciera mucho a los anteriores. El plan resultó, y gracias a ello podemos leer distintos textos que se encuentran enlazados por una sola y poderosa voz: 1) “Soy humano vivo antes que lo humano / conocedor de la muerte / conocedor del aro / la cuchilla doblada que todo círculo anida / Eso siento / El círculo del planto es evidente / Acción de derribar un árbol / Acción de olvidarlo / Por fuerza alguna adentro / es más necesario / Lo que olvido es más caliente en otro sitio”. 2) “Parezco sufrir como un hombre solo y nadie que está solo sufre como un hombre / Ya es, que no está mi imagen en el charco / ni soy el charco, ni otra cosa”. Con su libro, De Ávila confirma que es una de las mejores voces de nuestra poesía, aunque curiosamente recién acabe de salir.
En una especie de libro jánico, Alicia Preza (1981) y Juan Manuel Sánchez (1983) publicaron juntos su primer libro, uno de cada lado de un mismo volumen. La publicación al unísono (en un diseño poco usual) se debió en parte a que ambos fueron ganadores en 2010 del Premio Poesía Joven que entrega la Casa de los Escritores. En 2011 la editorial Yaugurú se hizo cargo de la edición dual que contiene sus poemarios: en una de las caras El ojo de la lluvia (Preza) y en la otra Para las focas (Sánchez). Ambos autores escriben desde hace mucho y han ganado varios concursos que, no obstante, muestran su escritura de manera parcial. La poesía de Alicia Preza es tan cuidada internamente que por momentos se hace natural, es decir, la complejidad se vuelve instante y a la vez palabra: “Se detiene la tarde en un ladrido” o “El ojo de la lluvia es un hombre que llega” o “He caminado sin querer sobre mi propia sombra”. Estas construcciones hablan de un camino transitado, en el que Preza encuentra la manera (siempre difícil) de plasmar una imagen importante utilizando un mínimo de recursos expresivos. Juan Manuel Sánchez, por su parte, invita a la ironía con su poemario dedicado a las focas: “Focas en la sopa / focas apingüinadas / meeting de focas / fumando / chimeneas”, donde el poeta participa: “Yo también aplaudo / y sostengo la pelota con mi hocico”. Su poesía se conecta con lo moral y apunta fijo, y revuelve en lo cotidiano: “La guita nos conecta / en nuestra más esencial esencia / nos hermana, enemista y enamora”. Las focas, gente de dinero, patrones engolosinados, burgueses corruptos, acaso se puedan dejar entrever a partir de los versos de este libro de JM Sánchez, pero no sólo eso, sino también la reflexión que no queda al margen y no evita el pesimismo, todo lo contrario, lo asume y se apoya en él para seguir: “La miseria / está tan segura / de ganar / que nos da / toda una fortuna / de ventaja”.
Ana Fornaro (1983) es uruguaya y estudió en Francia. A su regreso se hizo un rato, y en abril de este año publicó De a ratos (Yaugurú). A propósito del libro, Paula Ilabaca Núñez dice: “Su voz se corresponde con su cuerpo textual, con su cuerpo discursivo, su cuerpo biográfico”. Su poesía tiene sabor a lejanía, pero esa distancia se acorta porque Fornaro toma atajos, muchas veces coloquiales o introspectivos, que se vuelcan a su escritura de forma directa: “Entre pelos de colores y perfume de playa rastafari / me sumerjo en ruinas de actualidad / asfixiando el bombardeo / Desvergonzada / la pregunta incesante me asedia: Cómo vivo”. Poemas escritos allá, en tránsito o en varios sitios, pero cuyo núcleo central proviene de acá.
Por último, para cerrar este muestreo, cabe mencionar a Victoria Estol (1983) y su Bicho bola, título comentado oportunamente en estas páginas (ver la diaria del 25/07/2012). Estol es detallista, y cuando esa virtud es aplicada al trabajo en verso, se puede esperar buena cosa. Este “bicho”, que se sabe ajeno -y acaso la conciencia de ocupar ese lugar “otro” sea uno de sus fuertes-, hurga en diversas situaciones de la cotidianidad y sin empacho le advierte al sujeto: “la existencia no es un predicado”. Letras blancas amparadas tras un fondo rojo crean el escenario propicio para que el lector viche y a la vez se sienta “vichado” por esta voz poética, que se muestra aún más despierta allí donde “el ojo se cierra para hacer foco”.
Al verso, al vesre
Seis de los nueve escritores mencionados han encontrado en la editorial Yaugurú una escotilla de salida. Se sabe: es una apuesta arriesgada publicar poesía en los tiempos que corren, y aún más si son “primeros” libros de poesía, y encima de jóvenes. Por eso, la sana conducta de abrir el juego, de dar el espacio y de generar la brecha por la cual se puedan ir colando los que llegan es algo que debería no sólo mantenerse sino imitarse, para incentivo de los creadores, y en especial de los poetas nuevos, que por falta de “salida” de sus obras, deambulan o detienen durante un lapso indefinido eso que saben hacer: escribir.