-En los últimos años se te ha visto sobre todo en producciones de danza y sos egresada de Bellas Artes. ¿Cuál es tu recorrido en el ámbito creativo?

-Estudié Bellas Artes paralelamente con danza. Para la parte visual, mis experiencias artísticas tienen que ver con el video, con la performance, pero de un tiempo a esta parte he desarrollado profesionalmente la rama de las artes escénicas y la danza, profundizando esa faceta, de la que además vivo. Antes utilizaba mucho el video, por ejemplo hacía video-danza mezclando las dos cosas, pero en un momento entré en conflicto con el medio y lo dejé. Ahora lo retomé, de hecho en esta instalación hay videos, así como fotografías, objetos.

-El día más hermoso habla de la dictadura. ¿Cómo surgió la idea y en qué consiste?

-La investigación empezó en 2008. Tengo una hermana que, para un documental, empezó a indagar sobre nuestra familia y su relación con la dictadura -sobre todo sobre un tío desaparecido-, así que yo también empecé a dar vueltas alrededor de eso, a hacerme preguntas. De todas formas, he ido más allá, en ese comienzo, de la cuestión del tío. Tengo una tía, muy involucrada en el proyecto, que un día me da una foto y me dice que me pertenece. Me cuenta que cuando había caído en el penal le habían sacado todas sus pertenencias y que a la salida, mucho tiempo después, lo único que le devolvieron fue su cédula y esta foto en la que aparezco yo, de dos años, y que atrás dice “para mi tía que la quedé esperando en Navidad”. Me parecía muy loco que sólo le hubieran entregado eso, luego de ocho años, que sólo eso hubiera trascendido el tiempo y todo lo que pasó. Surgen las hipótesis, las preguntas, y me empieza a seducir ese territorio. Nosotros fuimos exiliados en Cuba, toda mi familia durante casi una década dejó de verse, entre presos, exiliados, desaparecidos. Estaba también el hecho de ser hijo de militantes, tener el peso de ser hijo de una generación que hacía todo para un ideal, ser criado a partir de determinados paradigmas de pensamiento que no concuerdan con un mundo que ha cambiado totalmente. Estas cosas siempre están en tensión, sobre todo la dicotomía individual/colectivo, el poner en juego el universo personal en pos de un objetivo común, la noción de futuro, el presente como mera herramienta de lo que vendrá. Mi búsqueda tiene que ver con eso… qué pasa con uno ahora, más que con el pasado. Los procesos artísticos son para mí investigaciones sobre temas que me interesan. Tienen que ver, en última instancia, con dónde está uno ahora, dónde está mi generación. Quería escapar de un “discurso”, que nunca es fácil y más cuando hablás de cosas trágicas.

-¿Cómo pensaste y procediste con esta investigación?

-La primera cosa que quise hacer fue recopilar objetos. Y me di cuenta de que no había objetos, por una razón u otra no quedaron. Así que tuve que trabajar con anécdotas, recuerdos de quien vivió los hechos, pero tampoco quería simplemente recolectar datos. Empecé a encontrarme con estas personas, en relación a este tema, pero desde otro lugar: elaborando y produciendo desde el hoy. Por ejemplo, le preguntaba de qué puntos de la ciudad tenían recuerdos de la época, íbamos juntos, ellos sacaban fotos, etcétera, estrategias de este tipo. Al poco tiempo me invitaron a una residencia artística en Brasil y me tuve que alejar, algo contradictorio: en el momento en que más me estaba involucrando con mi tía y con mi padre en el proyecto, me tuve que ir. Pero aproveché para poner mi cuerpo en relación con el tema, ponerme en sintonía con él, a veces ejercicios sencillos, pensando “tengo la misma edad de cuando a fulano…”, cosas por el estilo. Fui acumulando “series” -por ejemplo tal ejercicio con cada uno de ellos, fotos, etcétera-, creando un gran archivo de estas series. Alguien me dijo que de repente la obra era eso, el archivo. Y es así, no hay una síntesis, es más una acumulación. Cuando se constituyó como proyecto fui buscando financiaciones y en un momento se desprendió una parte del trabajo en una pieza escénica. Ahí nació Actos de amor perdidos.

-Que también aportó a la muestra...

-Exactamente, del archivo surgió Actos... y Actos... introdujo elementos nuevos al archivo. Luego de que conseguí la financiación, me relacioné con la curadora, Verónica Cordeiro, alguien que maneja espacios expositivos, que es totalmente diferente de lo escénico, sobre todo por lo práctico. Cordeiro me ayudó también a mantener una distancia con el material que, de última, es muy íntimo. De hecho, en la primera entrevista que tuve con Gabriel Peluffo, director del Blanes, él me preguntó “¿por qué pensás que una cosa tan personal tenga un valor público?”. Es una pregunta muy acertada y que me hago todo el tiempo, pero la curadora me ayudó en este sentido, en la relación entre lo personal y lo público.

-¿Cómo le contestaste a Peluffo?

-Simplemente empecé a mostrarle piezas de la instalación….

-¿Cuál fue la participación que tuvieron tus parientes?

-Formaron parte del proceso creativo. Mi tía Mirta, que fue la más involucrada, venía y me traía ideas o datos diciéndome que me podían servir. Una vez, por ejemplo, me habló de los muros blancos. Si de mañana aparecía un muro blanco, significaba que algo había pasado, había habido una pintada y alguien la había blanqueado. Quiero decir que entró completamente en el proceso artístico, incluso invitando amigas que eran compañeras del penal.

-¿Por qué ese título?

-Viene de una carta que Mirta le mandó a otra tía, exiliada en Canadá. Las dos escribían cartas hermosísimas, de mucha tristeza las de Canadá por el trauma del exilio, mientras, curiosamente, las de Mirta eran cartas más esperanzadas. En una de ellas, mi tía concluye diciendo que “el día más hermoso aún no lo hemos vivido”. Más allá del alto nivel poético, resume la ideología de la época, quería decir “no lo hemos vivido porque todo eso que estamos pasando sirve para un cierto futuro que le da sentido a todo”. Incluye una noción de futuro y de pluralidad. Va a llegar y es colectivo. Me llama mucho la atención, sobre todo visto desde la contemporaneidad, donde vivimos sólo en el presente, y la idea de lo colectivo cambió radicalmente. De eso nació otra pieza de danza, Multitud, que presenté en México, sobre esa idea de multitud, allí filtrada por la lectura de algunos filósofos italianos contemporáneos -Paolo Virno, Toni Negri- que se interrogan sobre el relacionamiento de la gente luego del fracaso de aquellas ideas.

-Pasaste del espacio escénico, con sus códigos, al museístico, con otros códigos, que tienen puntos de contacto, pero también son inmensamente distintos. ¿Cómo fue la transición?

-La escena nunca se termina y vos la vas armando con el espectador, la vas amoldando con el correr de las funciones. En una sala de museo o galería, lo armás y queda así. Claro que estoy encantada con lo nuevo, ir a la marquería o a la imprenta, decidir la colocación de las piezas, genera un movimiento en mí que me interesa mucho. De todas formas es un poco estresante por eso que te decía, una obra escénica una vez estrenada empieza otra vez, va cambiando de forma, mientras que acá todo es fijo. El hecho de que algo quede fijo me desconcierta. En algunas cosas la idea de un cambio posible persiste, por ejemplo hay dos piezas que son obras que ya sé que irán creciendo, series que seguramente seguirán luego de la exhibición. Es un desafío.

-¿Cómo ves el arte en nuestra sociedad? ¿Tiene todavía un rol social activo, si es que alguna vez lo tuvo?

-Yo siempre me pregunto por qué estoy haciendo eso. ¿Qué sentido tiene?. Y también qué función tiene el arte. Ha venido adaptándose a la realidad, creo, y por suerte hoy en día en el arte todo vale, uno puede usar lenguajes e instrumentos de todo tipo. A mí me interesa que el arte dialogue con la contemporaneidad y eso se ve más que en los contenidos, en las herramientas que utiliza. Nada nuevo, ya Walter Benjamin en 1929 pedía un cambio al artista en su forma de producción, no en las proclamas. Creo en el arte como una forma de relación, el hecho de trabajar con mi familia se puede leer en este sentido y diría que lo que más me interesa es un arte que cuestiona su relación con el “otro”. Te podría citar el “arte relacional” o el “teatro posdramático” que no son movimientos, más bien posturas que marchan en esa dirección. En definitiva, me interesa cuando el arte pierde su aura, su distancia con el público. Ya uno no puede subirse al pedestal y decir “vamos para allá”, en esto está la diferencia con la modernidad, no está en pie, hace agua.