Hay pocas dudas de que HBO es hoy en día el canal más importante del mundo en términos de creatividad, y la crítica ha agotado los adjetivos superlativos aplicados a series como The Wire, Six Feet Under o Juego de tronos, pero su grilla dista mucho de ser perfecta. La programación de HBO equilibra sus grandes producciones a lo Boardwalk Empire con otras series de menor perfil, calidad más endeble y mayor similitud con la programación de los canales de televisión abierta. The Newsroom tiene la particularidad de que si bien puede ser considerada una de sus series “grandes”, su clima, recursos y estilo recuerdan más a los programas que Aaron Sorkin elaboró para los canales de aire.
El arengador ficcional
Aaron Sorkin es un buen ejemplo de cómo la emergencia artística de la televisión frente al cine ha cambiado también los roles de importancia en la producción audiovisual. Si la teoría del autor puesta en boga en los años 60 consideraba al director el centro creador de toda (o casi toda) película, los formatos de miniserie a término han desplazado ese centro de poder hacia otros roles; siendo rotatorios los directores de los episodios -y muy acotados a una estética visual definida-, las series han pasado a ser más asociadas con sus productores creativos o su guionista. Si los nombres de los directores de series como The Wire, Curb Your Enthusiasm o Lost suelen olvidarse, cualquiera asocia inmediatamente dichos programas con David Simon, Larry David o JJ Abrams. Y es en ese marco que Aaron Sorkin se ha convertido en uno de los pesos pesados de la televisión actual.
Proveniente del cine -coescribió el guion de Bulworth (1998), arengadora sátira política cuyos rastros pueden encontrarse en toda la obra de Sorkin- y el teatro, Sorkin encontró el medio perfecto para su escritura en la televisión, donde generó Sports Night, una comedia sobre lo que pasaba detrás de bambalinas de un programa deportivo. La serie fue bien recibida y le abrió el camino para crear The West Wing, recordada serie que giraba en torno a los dramas públicos y privados de un presidente (Martin Sheen) demócrata que se convirtió en portavoz del discurso claramente progresista de Sorkin.
The West Wing fue un éxito, cosa que no fue la siguiente serie del guionista, Studio 60 on the Sunset Strip, que recuperaba el esquema de Sports Night para contar los entretelones de un programa humorístico al estilo de Saturday Night Live. Por desgracia, el lanzamiento de la serie coincidió con el de 30 Rock, de temática casi idéntica y mayor eficiencia humorística, y la serie sólo duró una temporada, a pesar de que la crítica la consideraba superior en muchos aspectos a su competencia.
Luego de este fracaso, Sorkin volvió brevemente a guionar para teatro y cine, consiguiendo un aluvión de premios gracias a su adaptación de una novela de Ben Mezrich que sería llevada al cine por David Fincher bajo el nombre de La red social (2010). Con su prestigio restablecido, Sorkin emprendió la escritura de The Newsroom, que en muchos aspectos parece resumir sus principales obsesiones -especialmente el trasfondo del ejercicio periodístico y la ausencia de un discurso político honesto- en un solo programa.
Se ha dicho mucho que Sorkin, creador y guionista de The Newsroom (ver recuadro), más que un progresista es un nostálgico de un Estados Unidos que nunca existió. En todo caso es sin duda un nostálgico de Network (Sidney Lumet, 1976), Detrás de las noticias (James L Brooks, 1987) y Bulworth (Warren Beatty, 1998), películas a las que la serie evoca constantemente. Al igual que en la premisa de esas películas, hay un comunicador -el anchorman (conductor de noticiero) Will McAvoy (interpretado por Jeff Daniels)- que habiéndose hecho famoso sin mayores compromisos sufre una pequeña crisis personal en la que responde brutalmente a la pregunta de una estudiante de periodismo (“¿por qué Estados Unidos es el país número uno?”), tras lo cual decide, en compañía de su equipo, emprender la tarea de hacer un periodismo realmente incisivo y determinado por su concepción de la verdad, convirtiendo su cadena de cable -la ficcional Atlantis Cable News (ACN)- en un inesperado agente de discusión sociopolítica.
Tal vez la única diferencia significativa entre un anchorman y los conductores de los noticieros locales sea la capacidad eventual de éstos de hacer editoriales a título personal acerca de los temas del momento, lo que les da un carácter más personalizado.
Dos figuras son mencionadas constantemente como modelos a seguir en The Newsroom: los anchormen Edward R Murrow y Walter Cronkite. Ambos se convirtieron en figuras legendarias por haber tenido roles decisivos a la hora de influir en la opinión pública: el primero por su batalla mediática contra el siniestro senador Joseph McCarthy (impulsor de la “caza de brujas” anticomunista en los años 50) -que fue representada en la película Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2006)- y el segundo por su recordado relato del asesinato de Joseph Kennedy y, sobre todo, por un editorial televisivo de 1968 en el que expresó su disconformidad con la Guerra de Vietnam, inclinando a millones de estadounidenses en contra del conflicto. Es decir, se trata de anchormen tan influyentes como para terminar con una guerra o con la carrera de un poderoso político (algo que en nuestro medio suele ser exactamente al revés: recordemos el caso de José Mujica y su aniquilamiento de Néber Araújo).
Uno de los ejes sobre los que se mueve la serie es la intención expresa de McAvoy de continuar la tradición de Cronkite y Murrow (ambos aparecen en la presentación y no es casualidad que Jeff Daniels haya sido uno de los protagonistas de Buenas noches y buena suerte) y convertir nuevamente al periodismo en el cuarto poder y dejar de ser el poder de cuarta que vemos desvalorizarse día a día. Para ello apela a la integridad y la ética periodística por encima de todo. Ésta es en cierta forma una de las varias trampas (no tan evidentes para un espectador no familiarizado con los medios estadounidenses) de la serie; los medios estadounidenses actuales (ver recuadro) se encuentran -como los argentinos- en un período en el que la polarización entre los progresistas (liberals) y los conservadores ha dejado poco lugar para la independencia periodística, afectando la credibilidad de los comunicadores, por lo que la idea de una cadena independiente y comprometida es casi una fantasía heroica. Pero a la vez también es significativa la combatividad que encarnan sus personajes, una característica que parece haber sido cooptada por la derecha, mientras los medios progresistas parecen obstinados en hacer listas comparativas de burradas de sus opositores (perdiendo su rol de propuesta) o en enumerar múltiples -y generalmente inocuos- problemas personales de identidad, sin actuar jamás como interlocutores masivos.
Uno de los trucos de Sorkin (conocido por su apoyo al Partido Demócrata) para hacer que la serie no parezca excesivamente flechada es que su héroe Will McAvoy se proclame como un republicano moderado, ingresando así a una lista de personajes reaccionarios pero leales y queribles -como el Jack Donaghy de 30 Rock o el Ron Swanson de Parks and Recreation- que la televisión estadounidense viene manufacturando últimamente. Pero éste ha sido uno de los aspectos más criticados del programa (sobre todo desde la derecha), por el cierto absurdo de que MacAvoy se proclame como republicano cuando parece defender fervorosamente todos los postulados de la izquierda (o eso a lo que los estadounidenses llaman liberal y consideran izquierda), pero tal vez en eso radique uno de los aspectos más matizados e inteligentes del show. Por un lado, McAvoy se declara explícitamente un republicano enemigo del Tea Party y asustado del radicalismo de este sector del espectro político, que no siempre es percibido por las constantes claudicaciones del Partido Republicano a las demandas de sus aliados radicales y que extrañan el lado progresista o laico que antes matizaba a su cada vez más derechizado partido. Por otra parte, algunas de las actitudes de McAvoy (y cabe suponer de Sorkin) son genuinamente conservadoras, como su rechazo a la cultura intrusiva del periodismo de chismes o su aversión por el anonimato de internet. Es justamente ante estos fenómenos modernos que McAvoy toma una posición conservadora -o incluso reaccionaria-, expresándola con feroces gritos de “¡voy a salvar la civilización!” o “¡voy a arreglar la internet!”. The Newsroom entonces es una especie de fantasía de HBO de cómo sería una cadena del tipo de Fox News pero de signo ideológico opuesto. Pero también es otras cosas, no todas ellas positivas.
Así lo cuentan ellos
Para entender la existencia e importancia de una serie como The Newsroom hay que tener cierta perspectiva de los canales de noticias por cable en Estados Unidos. Los noticieros por cable son posiblemente el ámbito de información más influyente en ese país, y su mercado está ampliamente dominado por tres canales: nuestra conocida CNN, creada por el magnate Ted Turner; MSNBC, dependiente del canal de aire NBC y de Microsoft, y Fox News, parte de la corporación de noticias de Rupert Murdoch.
CNN, la cadena pionera, tuvo su momento de gloria a principios de los 90, cuando televisó casi en vivo la primera Guerra del Golfo, pero luego de su desastrosa fusión económica con Time-Warner y AOL, su calidad informativa descendió notoriamente y su orientación editorial entró en una clara indefinición, pasando de tener una vaga inclinación liberal a dar un apoyo tácito de la administración de George W Bush, sin conseguir reconstruir una auténtica credibilidad en ninguno de los polos ideológicos.
El primer lugar de los ratings fue entonces tomado por la ultraconservadora Fox News -notoria por haber sido la primera en proclamar a George W Bush presidente en 2000, arrastrando a los demás medios y generando un obstáculo insalvable para quienes querían revisar los votos de Florida (votos dudosos que le dieron la presidencia)-, que aprovechó con inteligencia la oleada de nacionalismo producida por los atentados del 11 de setiembre de 2001, proponiendo además un estilo de información de explícita inclinación ideológica, presentada en un formato más bien liviano y propenso a la espectacularidad, que ha sido imitado por muchas cadenas en el mundo entero. Tanto el estilo como los contenidos de Fox News han sido duramente criticados; incluso hay un documental de Robert Greenwald (Outfoxed, 2004) dedicado a examinar las formas de distorsión de la información empleadas por la cadena que, haciendo un curioso uso de su eslogan “justo y balanceado”, se ha convertido en portavoz de la derecha más radical.
MSNBC, por su parte, se caracterizó hasta el momento por su aparente neutralidad de carácter más bien inofensivo, pero en los últimos tiempos y ante la ausencia de competencia en el mercado, se ha ido inclinando más hacia posturas relativamente progresistas, lo que le hizo ocupar por primera vez este año el segundo puesto en los ratings, desplazando a la CNN.
El corazón progresista
La recepción de la crítica -de todo signo ideológico- hacia The Newsroom ha distado mucho del entusiasmo habitual en los lanzamientos de HBO. Muy por el contrario, la serie ha despertado auténticos odios que no necesariamente dependen de estar de acuerdo con las ideas políticas de Sorkin. Por lo pronto, la serie no sólo depende de los problemas periodísticos a los que sus protagonistas se enfrentan, sino, en buena medida, de un complejo pero a la vez infantil entramado de relaciones románticas entre ellos.
Los aspectos teleteatreros de The Newsroom, sumados a la artificialidad cerebral de Sorkin, en ocasiones tiene como consecuencia líneas y situaciones ridículamente mal escritas e irreales: un productor que en medio de una acalorada discusión sobre Fukushima le expresa a su subordinada interlocutora sus dudas sobre su pareja; una sala de producción entera que reproduce una escena de la película favorita del anchorman; una chica que les cuenta a los gritos su situación emocional a las mujeres de un ómnibus en el que casualmente está -sin que lo sepa- su amado, etcétera. The Newsroom utiliza todos estos recursos baratos, distanciándose en ocasiones de ellos con asombrosa hipocresía (en un doble chiste interno, el capítulo final de la primera temporada incluye un extenso ataque verbal a la irrealidad presentada por la serie Sex & the City: no sólo fue uno de los mayores éxitos en la historia de HBO, sino que una de sus protagonistas, Kristin Davis, es la actual pareja de Aaron Sorkin).
También hay algo asombrosamente inmaduro en la escritura del guionista, que tal vez por eso funcionó tan bien en el guión de La red social y su descripción de un mundo regido por los nerds, ya que la condición de nerd generalmente implica una concepción profundamente adolescente de la realidad. Pero lo que podría funcionar para describir al joven Mark Zuckerberg y su entorno bordea lo ridículo cuando representa relaciones emocionales entre periodistas adultos. Esta propensión al romanticismo más bien imposible también contamina las escenas periodísticas, en las que se dan absurdos, como una reacción demasiado perfecta y terminante de un entrevistado acosado por Will o, en lo que debe ser la peor escena de toda la temporada, un ejecutivo obsesionado por los ratings (el hijo de la dueña del canal) irrumpiendo en una transmisión para reclamar que se dé -con ferviente urgencia- por muerta a Gabrielle Giffords (una política que fue víctima de un atentado) a lo que los periodistas se niegan por ética, porque “sólo un médico puede determinar si alguien está muerto”.
Pero en los gestos teatrales e irreales de The Newsroom también hay mucho de lo que hace del programa un producto extrañamente -y hasta radicalmente- explícito en lo ideológico. En el cuarto episodio uno de los periodistas se lastima una mano por darle una trompada a un monitor que está reproduciendo una virulenta diatriba de Rush Limbaugh, el principal columnista radial estadounidense, conocido por su derechismo a menudo brutal y su evidente doble discurso. Es decir, alguien a quien a mucha gente le gustaría dar una trompada, pero en vivo y en directo, sin la gestualidad simbólica con la que Sorkin subraya y repite lo que ya había quedado claro.
Noticias de ayer
Pero no es su romanticismo trasnochado lo que más se ha criticado de The Newsroom, sino un componente que en realidad puede ser su mayor atractivo. Las noticias que comentan los periodistas de este canal ficticio no provienen de la imaginación de Sorkin, sino que son noticias reales acontecidas hace un par de años (el primer capítulo de la serie se ubica en 2010, durante los derrames de petróleo en el Golfo de México). Basar las reacciones de McAvoy y los suyos en noticias del pasado reciente ya confirmadas permite delinear como enemigos a personajes reales (los hermanos Koch, el Tea Party, Rush Limbaugh) ante los que los protagonistas reaccionan en una suerte de dimensión paralela de lo que podría haber sido, o más bien lo que debería haber sido.
Estas reacciones y tomas de posiciones conociendo lo que los periodistas deportivos denominan “el diario del lunes” es lo que más ha irritado a los reseñadores estadou-nidenses, indignados ante la facilidad de discurso de Sorkin/McAvoy sobre hechos de los que ya goza de cierta perspectiva, pero esta irritación ignora que lo reciente de lo comentado hace que estas opiniones tengan un efecto editorial actual: el Tea Party sigue allí y los hermanos Koch siguen financiándolo. Sorkin y McAvoy hablan en pasado pero están hablando del presente.
El discurso principista y ético de The Newsroom puede ser bastante molesto, pero eso posiblemente diga más acerca del cinismo nihilista que hoy suele confundirse con ingenio y ecuanimidad. The Newsroom se propone como una fantasía heroica y loca (los personajes viven mencionando a Don Quijote) de una concepción de periodismo que tal vez no sea muy buen periodismo, pero que podría equilibrar al que hoy en día predomina.
Hay muchas preguntas de gran actualidad metaperiodística en The Newsroom, desde la protección de las fuentes en tiempos de WikiLeaks al combate a la falsa objetividad o el “balance” forzado, pasando por la cultura del periodismo como entretenimiento o la dependencia de los auspiciantes y su carácter intocable. Sin hacer una fábula de autobombo e integridad, cualquier periodista de la prensa uruguaya ha asistido en su medio de trabajo a discusiones éticas y programáticas no demasiado distintas -y tal vez más interesantes- de las de The Newsroom, pero ellas no están en la televisión. De hecho, The Newsroom tal vez tenga como mayor valor no lo que propone -que sigue siendo muy discutible- sino su calidad de recordatorio de lo que no está.