La Guerra de Malvinas nunca dejó de ser un tema recurrente en la literatura argentina. Entre la multiplicidad de textos que ha inspirado un hecho tan absurdo como terrible se destacan dos: la ochentera Los pichiciegos, de Fogwill, y la noventera Las islas, de Carlos Gamerro. A pesar de que, a 30 años del conflicto, el asunto se ha puesto en el tapete nuevamente gracias al reclamo del gobierno de Cristina Fernández por la soberanía de las islas, la cuestión Malvinas en la literatura es algo que no deja de concitar atención y nuevos diálogos. Incluso las obras mencionadas han tenido y tienen una importancia capital en el debate: la de Fogwill forma parte de la mayoría de los programas de literatura argentina al tiempo que está en cartel una adaptación teatral (Piedras dentro de la piedra, de Mariana Mazover), mientras que la inmensa novela de Gamerro ha sido recientemente reeditada, tras haber inspirado hace unos años la película dogma Fuckland (José Luis Marqués, 2000).
Lo que sí era poco frecuente, aunque no imposible, era encontrar el tema Malvinas en la literatura de este lado del río. Cosa extraña, ya que no sólo se trató de una guerra cercana de un país vecino, sino que archivos desclasificados han demostrado que muchos movimientos de tropas o escalas de rehenes y refugiados ocurrieron en Montevideo. Por esa casi indiferencia de la literatura uruguaya a Malvinas es que la primera reacción que uno tiene cuando se encuentra ante El desertor, la última novela de Pablo Vierci, es de sorpresa.
El desertor tiene, en primera instancia, algo que resulta interesante: no se centra en el combate en las islas, sino que el énfasis está en lo que se vivía en Río Gallegos (la ciudad continental desde donde se comandaba el ataque argentino) mientras duró la guerra. Los tejes y manejes de los militares en sus estrategias para llevar adelante un doble frente de batalla -cómo ganar en Malvinas y cómo perpetuarse en el poder dictatorial-, la presión a los medios, el manejo de la información como arma fundamental para ganar un conflicto, la forma en que la sociedad civil se brotó de un patrioterismo que la hizo olvidar el régimen de terrorismo de Estado en el que vivía (mientras hoy se condena casi unánimemente la guerra, como si nadie hubiera llenado la Plaza de Mayo para vivar a Galtieri), la incidencia de Chile, la extraña tensión de esos días en que Gran Bretaña parecía no reaccionar al ataque, el triunfalismo, el auge y la rápida caída.
La historia que aborda Vierci se desencadena tras el fuerte golpe que para los intereses militares argentinos significó el hundimiento del buque General Belgrano y la pérdida de apoyo internacional, hechos a partir de los cuales se plantea la necesidad de un cambio de estrategia urgente. Como golpe de efecto anímico se invita al papa Juan Pablo II a dar una misa en Río Grande, pero lo que cuenta la novela es la historia de un plan de los mandamases del Ejército argentino para que ese toque de propaganda sea un hecho que podría significar un cambio de postura de la comunidad internacional y el viraje del destino del enfrentamiento.
Más allá de que se hace larga la puesta en marcha de los hechos y de que hay alguna falla temporal, la historia es llevadera e interesante. Su mayor defecto quizá sea que hay una pérdida de tensión constante a causa de algunas situaciones poco verosímiles y de cierto maniqueísmo de los personajes que básicamente están divididos entre buenos (éticos, defensores de la vida, inocentes, lindos) y malos (despiadados, inmorales, asesinos, feos) y que deriva en que sus acciones, al estar predestinadas por su carácter de malo o bueno, terminan siendo un poco predecibles. En este sentido, y más allá de que es evidente que, por ejemplo, a los pibes argentinos que fueron obligados a combatir a las islas no les cabe otro adjetivo que el de víctimas, se pierde en complejidad, lograda en lo polisémico de los personajes de Los pichiciegos, más allá de toda ética, de todo rasgo humano (los reclutas de Fogwill son como animales salvajes que sólo quieren vivir).
En El desertor, en cambio, se intenta generar tanta lástima por el joven protagonista que está combatiendo, que termina siendo un personaje demasiado romanticón, que escribe cartas muy cursis y que, de manera inverosímil, mientras lo están bombardeando los ingleses por todos lados, se toma su tiempo para escribir una carta a su novia, con una prosa inconmovible y que no evita los ornamentos y las figuras poéticas. A su vez, hay un abuso del recurso de adjudicarles absolutamente todo lo maléfico y criminal a cierto tipo de figuras; tanto el general y el coronel a cargo como un chileno aliado y experto en armas químicas, que vendría a ser el frío asesino sin códigos del que todos desconfían y al que todos temen (y que podría ser una referencia a la figura de Eugenio Berríos, personaje real del que Vierci se ocupó en 99% asesinado, su novela de 2004 que inspiró la película Matar a todos).
Hacia el final de la novela, sin embargo, una persecución, aunque un tanto básica, recupera la tensión y hasta coquetea con las buenas películas de aventura en alguna guiñada a más de un cliché. Sin embargo, las deficiencias marcadas anteriormente, más allá de que la historia esté escrita de modo que la lectura fluye y genera expectativas por la página siguiente, hacen caer en muchos momentos el pacto de ficción: te pinchan la burbuja y luego cuesta entrar en la historia. La novela es atractiva en líneas generales, y resulta importante que el arte uruguayo deje de jugar a que la guerra de Malvinas no afectó a nuestra sociedad y por lo tanto aparezca queriendo o sin querer en sus expresiones artísticas. No llega a ser una novela fundamental sobre el tema, pero se recomienda su lectura, quizá como una forma de prepararse para las otras dos imprescindibles novelas mencionadas al principio.