Ya nadie parecía esperar demasiado de los hermanos cineastas Paolo y Vittorio Taviani tras el premio David de Donatello de 1983, como mejor film, por "La noche de San Lorenzo", y la clausura simbólica, en 1986, con el León de Oro a la carrera en Venecia. Tan desapercibidas pasaron las adaptaciones literarias "Kaos" (1984), "Tu ríes" (1998) y "Afinidades electivas" (1996) como el homenaje ambiguo a los orígenes del cine norteamericano y la incidencia en él del “made in Italy” en "Good morning Babilonia" (1987).
Pero los octogenarios, contra todas las apuestas, demostraron tener un as en la manga. "Cesare deve morire" (2012), suerte rara de docudrama sobre la puesta en escena, por reclusos, del "Julio César", de Shakespeare, asombró hasta a los más descreídos y valió a los hermanos, además de los debidos honores en su patria con varios David de Donatello (por film, dirección, producción, montaje y sonido) y el “Nastro d’argento”, galardón del sindicato de periodistas de cine italianos, el Oso de Oro como mejor film en la edición 2012 de la Berlinale. La sorpresa bien vale un recorrido por la filmografía de los italianos y dos palabras sobre la película.
Posneorrealismo y compromiso
Los Taviani, junto con Ermanno Olmi, Pier Paolo Pasolini, Elio Petri y Francesco Rosi, forman parte de esa generación obligada a hacer las cuentas con la herencia heroica neorrealista, a cortar el cordón -o dejarlo provisoriamente al descubierto- con los monumentos de Roberto Rossellini o Vittorio De Sica, con programas estéticos y éticos fijados en el imaginario colectivo como ineludibles.
No es casual que entren al cine por la puerta del documental censuradísimo "Italia no es un país pobre" (1960), contribuyendo con su director Joris Ivens, que se ocupó en tres episodios de denunciar el contraste entre el desarrollo de la industria petrolífera italiana y la pobreza extrema de ciertas zonas sustentadas por una economía agrícola todavía arcaica, y que sigan con "Un hombre para quemar" (1962), dirigido con Valentino Orsini, sobre la vida del socialista meridional Salvatore Carnevale, asesinado por sus acciones sindicalistas en 1955.
Manteniendo una línea intermedia entre documental y ficción, con influencias que van desde Alain Resnais a Glauber Rocha y retoman las enseñanzas de Sergei Eizenstein, conciben "Los subversivos" (1965), en el que secuencias documentales del funeral de Palmiro Togliatti, líder del Partido Comunista Italiano, se intercalan entre cuatro historias de jóvenes militantes comunistas; una elección de matriz gramsciana que pretende revisar las modalidades clásicas del compromiso (enfrentadas a crisis de tipo individual) y articularlas en el nuevo contexto.
Con un estilo que oscila entre la metáfora y la alegoría, los Taviani hincan el diente a los efectos de la revolución del 68 en "Bajo el signo del escorpión" (1969), sobre la contienda entre dos comunidades de época mítica e indefinida, filmado en un estilo semiexperimental, y "San Miguel tenía un gallo" (1976), adaptación del relato de León Tolstoi “De lo divino y lo humano”, en el que la fe del personaje anarquista sustituye a la fe cristiana del original y la ambientación de época parecería facilitar el análisis y las contradicciones inscriptas en el presente.
La adaptación literaria es para los directores -como había sido para Luchino Visconti en "La tierra tiembla" (1948), basada en la novela de Giovanni Verga "Los Malavoglia" (1881)- una clave capaz de explorar luchas y denuncias individuales, como en "Padre padrone" (1977), sobre autobiografía de Gavino Ledda, un pastor sardo que se enfrenta y trasciende el contexto patriarcal y arcaico en el que se crió y, a la vez, de entrar a universos de fábula, abandonando, dijo un crítico, la urgencia ideológica, como en el caso de la goethiana "Afinidades electivas" y las pirandellianas "Kaos" y "Tu ríes", ya citadas.
Shakespeare encarcelado, babélico
Golpeada por The Hollywood Reporter y Der Spiegel, tras haber recibido el Oso de Oro, pero defendida por El País español, Time Out London y Screen Daily, “César debe morir” se construye a través de los ensayos de “Julio César” por detenidos de la sección de alta seguridad de la cárcel de Rebibbia (Roma). La película -definida por cierta prensa distraída como documental, aunque los signos de la construcción ficcional sean evidentes- se detiene en el proceso que involucra a delincuentes comunes (camorristas, traficantes, asesinos con cadena perpetua) en la preparación, o deglución, del texto clásico y en la entrada paulatina y dolorosa en sus personajes, enmarcando el film, al principio y al final, con escenas del estreno con público del espectáculo. Los Taviani se deleitan, con todas las variantes del caso, en ese placer que regalaba “Prove d’orchestra” (Ensayos de orquesta, 1978), una de las películas más atractivas de Federico Fellini, en la que la cámara seguía extasiada en un falso work in progress, para presentarlo como obra acabada, negando todo elemento narrativo.
Nada nueva, se podrá pensar, es la práctica de llevar el teatro a la cárcel (es larga la lista de las experiencias en el mundo, pero basta, para quedarnos en nuestro país, pensar en las pruebas recientes de los Centros MEC en Artigas o, en el campo de los emprendimientos literarios, el apenas publicado “Leerlo no es vivirlo” -ver http://ladiaria.com.uy/articulo/2012/9/atravesando-rejas/ -), o la elección del lugar, Rebibbia, que fue repetidamente sede de varios espectáculos desde los años 90 (entre muchos, “Las troyanas”, “Ifigenia”, “Carmen”, “Carmine Crocco, historia de un brigante del sur”) y de un programa televisivo en 2008, Rock en Rebibbia, de MTV. Nada nueva, tampoco, la actualización de Shakespeare al contexto actual (las carteleras teatrales o cinematográficas no paran de ofrecer, como corresponde, versiones aggiornadas del bardo inglés, con Hamlets y Desdémonas vestidos de metaleros o yuppies) o la “puesta en escena del ensayo” que desde “Seis personajes en busca de autor” puso de moda la metateatralidad ya contenida en buenas dosis en los dramas shakespeareanos.
La novedad está, como casi siempre, en la combinación inusual de materiales usuales: el pasaje del color al blanco y negro (aquí jerarquizado en un uso intenso de los azules, rojos y ocres, vivos y planos, para la función con público, y de un blanco y negro con fuerte uso de los claroscuros para el flashback que “registra” los ensayos), la combinación de referencias (la vuelta al emblemático Cristo de Mantegna, vía Pasolini, la atención de la cámara a los tatuajes en los cuerpos como disparadores potenciales de otras historias), la insistencia en la apropiación del texto por parte de los reclusos (el límite intrigante que se instala entre el conflicto de poder shakespeareano y la cotidianidad penitenciaria).
En un tributo abierto, parecería, a la mentada “La tierra tiembla” (1948), el director del espectáculo propone a cada preso-actor traducir sus parlamentos en el propio dialecto. Si la película viscontiana había incomodado al público cuando se estrenó en estricto dialecto siciliano (indescifrable para el ciudadano de cualquier otra región), convencida de encarnar fiel y orgánicamente los conflictos de la comunidad de pescadores sureña, en “César debe morir” la operación se concentra en “personalizar” el original tanto como sea posible y lograr que cada uno sienta como propias las palabras que dice; efecto cuya contrapartida fatal es alejar a cada personaje del prójimo, confinarlo a su particularidad, potenciar la tensión y el malentendido.
Sobre cercanía y alejamiento, precisamente, la película compone uno de sus efectos más sugestivos. Mediante uso consistente, y casi exclusivo, de planos primeros y medios impone al espectador la mínima distancia en el retrato del Otro, grabando esfuerzos y triunfos, tiesuras y solidaridades; y aleja en pocos planos generales algunos momentos netos de representación respetando, parecería, la teatralidad del espacio, su cuarta pared (mejor y más disfrutable ejemplo de esto es la escena del asesinato de César, a mitad del film, donde el montaje alterna rostros y escenas grupales, insistiendo en poderosos puntos de fuga centrales).
Un film imperdible cuando llegue, si llega, a nuestras salas.