Todo balance debe a su lector un rápido striptease introductorio. Antes de empezar a desarreglar y recomponer, de la masa múltiple, un corpus manejable, convendría siempre que explicitara sus criterios: en base a qué parámetros seleccionó tal o cual espectáculo, qué hará con lo elegido (las miradas o las lentes) y, en última instancia, para qué sirven, si sirven, tales criterios. Este balance pretende ser tan exhibicionista como consciente de sus propios límites. No quiere sobrevolar la producción con impulso totalizador, “cubrirla” como se dice en jerga, para generar panorámicas, sino operar en una escala parcial y microscópica. Se trata de extraer de 2012 aquellos fragmentos de escenas, objetos o sensaciones, de puro goce teatral. Dos parcialidades tan criticables como cualquier otra: del corpus -que opta por dejar afuera casi todo- y de la mirada, que instaura como válidos el gusto y la sensibilidad idiosincrásicos y los pone, algo caprichosamente, a prueba entre los lectores.
El campo teatral, marcando continuidades y regalando algunas sorpresas, mantuvo, entre muchas otras cosas, los cientos de estrenos anuales, regaló el miniciclo 3 miradas al teatro del interior (apoyado por la Intendencia de Montevideo, la Dirección de Cultura, el Instituto Nacional de Artes Escénicas y la Asociación de Teatros del Interior), sorprendió con la I Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo (organizada entre la Sala Verdi y el Museo del Carnaval), impulsó desde el MEC un algo controvertido Mercado de las Artes de Uruguay, tuvo su VIII Coloquio Internacional de Teatro, además de generar dos galardones, el Premio Candeau a la trayectoria y al compromiso, establecido por la Sociedad Uruguaya de Actores, todo honorífico, y otro más bien pecuniario, el Premio Búho, otorgado por un canal abierto -Saeta- que, paradójicamente, creyó oportuno no televisarlo.
Y ahora, a lo nuestro.
1) El goce sensual y sexual del recuerdo de Gibraltar y la rosa al estilo de las chicas andaluzas de la Molly Bloom de Cristina Banegas, en el monólogo homónimo tomado del Ulysses, de James Joyce, con dirección de Carmen Baliero, en sala Verdi (I Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo).
2) Los minutos de disquisición sobre Montesquieu del “beodo” Jorge Esmoris en Todo bien, bo! y los de nostalgia por el espacio físico y simbólico del boliche, en el Undermovie.
3) La furia sofisticada y el insulto perfecto del momento en que Phyllis, impecablemente encarnada por Laura Sánchez, se entera de la magnitud de la traición en Humores que matan, bajo la dirección de Mario Morgan, en el Anglo. Las nada nuevas dotes cómicas de Sánchez multiplicando, en cada parlamento, los efectos que prevé la pieza de Woody Allen.
4) El brillante Marx de César Troncoso en Marx in Soho, de Howard Zinn, dirigido por Juan Tocci. La ruptura de la ficción, y su dolorosa reconstrucción, el día del estreno, en sala Verdi (I Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo).
5) El muro humano de ex presas políticas, hijas y exiliadas y el lanzamiento a la cara del público, crudo y amable a la vez, de las fotos de desaparecidas y desaparecidos de la Antígona Oriental, con dramaturgia de Marianella Morena, dirigida por Volker Lösch, en el Solís.
6) El helado prometido a dos niños como única ofrenda posible por la Bella de Noelia Campo, en Perdidos en Yonkers, dirigida por Roberto Jones, en la Alianza Uruguay-Estados Unidos, y los mates, tés y cafés servidos por la Rosa de Andrea Davidovics, como ritual cotidiano y trascendente, en El tobogán, de Jacobo Langsner, con dirección de Juan Worobiov, en la Zavala Muniz.
7) La lluvia y el personaje (sin nombre, creo) de Soledad Pelayo en el borde de la ventana, amagando con tirarse para abajo, en Bienvenido a casa, de Roberto Suárez, en la Gringa. La arquitectura, por ese instante, de la ventana como espacio casi aléphico de pasaje entre lo teatral y lo metateatral.
8) La escansión de los pasos por el escenario de la Zavala Muniz de Meyerhold-Jorge Bolani, en Variaciones Meyerhold, con dirección de Lucio Hernández.
9) Los humos y aromas de incienso, las reflexiones díscolas y los recuerdos parisinos en la magnífica fábula del grupo colombiano Teatro Matacandelas de Medellín, Velada metafísica de Fernando González, con dirección de Cristóbal Peláez, en sala Verdi (I Muestra Iberoamericana de Teatro de Montevideo).
10) El juego nervioso de las pelucas de Marita Escobar y la observación del cuadro en movimiento de Hugo Piccinini en El último dictador y la primera dama, escrito y dirigido por Leo Maslíah, en el Circular.
11)La voz de Sylvia Meyer, cantándole a la noche oscura, en Sueño de otoño, de Jon Fosse, dirigida por Gabriela Iribarren, en la Zavala Muniz.
12) El tapado perfecto de la Stella de Paola Venditto, diseñado por Paula Villalba, para La colección, de Harold Pinter y dirigida por Alberto Zimberg, epítome de la búsqueda fría del director; la aparatosa imperfección del vestido de la Beatriz de Myriam Gleijer, diseñado por Hugo Millán para La de Vicente López, de Julio Chávez, por Gerardo Begérez, pretexto para que la actriz se merodeara, fanfarrona, por la escena, ambas en el Circular; la escenografía impecable de Las 8 horas, de Juan Ignacio Fernández Hoppe y Carlos Schulkin, a través de la que Leandro Garzina propuso lo oficinesco como festín para la mirada.
13) Cada interrupción de los ensayos (ficcionales) de Defensa de la Heroica, cada objeto de la escenografía barroca por Hugo López y cada luz pensada por Darío Lapaz de La defensa, de Imaginateatro de Paysandú, en Sala Verdi.
14) La violencia de Niño enterrado, Sam Shepard, dirigido por Sergio Pereira en El Galpón; el equívoco de Algo hace ruido, por Fabio Zidan en el Anglo; la desesperación de Lucrecia, por Luis Vidal Giorgi, en el Circular.
15) El movimiento de piernas y brazos de las dos “viejecitas” durante una suerte de conversación-conspiración (Roxana Blanco y Elisa Contreras) en Terrorismo, de los hermanos Presnyakov, dirigida por Mario Ferreira, en la Zavala Muniz.
Esta versión algo faustiana del “instante memorable” pretende sólo llamar la atención sobre la imposibilidad efectiva de capturar mínimos fragmentos de espectáculo y, su contraparte, la obsesión fútil por el registro que, enumerativa e inútilmente, pretende preservar keywords para el recuerdo. Sobre esa tensión construí mi lista. El espectador/lector, más o menos feliz o angustiado, puede construir la suya.