Molotov es una banda que nunca entendimos, y quizá por eso nos gustó tanto. Como Cuarteto de Nos o Peyote Asesino, eran señores grandes que puteaban con impunidad desde las cintas magnéticas de los casetes. Era 1997. “Si le das más poder al poder / más duro te van a venir a coger” (del tema “Gimme The Power”) fueron, para muchos, los primeros versos que sólo podíamos escuchar en nuestros walkmans, lejos de los oídos censores de nuestros padres o maestras, que tenían más o menos la misma edad que los mexicanos. Como Machito Ponce, usaban palabras que no terminábamos de comprender (“chinga tu madre”), pero que sabíamos que eran insultos, y eso ya era un punto a favor. También hablaban de arrancar el gobierno de raíz, pero palabras como “pendejo” eclipsaban toda posible noción política que pudiera garabatear nuestra mente escolar. Más tarde entenderíamos que no tenía nada que ver con política, que había palabras bastante más insultantes -como demagogia- para definir el discurso de la banda, y que capaz que la subversión no pasaba por discos editados por Universal y producidos por Gustavo Santaolalla, que timoneaba el rock latino de los 90 desde su guarida en Miami. La leyenda decía que sus recitales eran un collage de descontrol, tetas y pogo.

Diez años atrás, el toque de Molotov el viernes en la rambla y Bulevar Artigas (en el marco de Montevideo Ciudad Iberoamericana de la Cultura, organizado por la Intendencia de Montevideo) hubiese sido un cóctel homónimo. 2013 los agarró más prolijos, más profesionales. Ningún músico tocó un único instrumento: los dos bajistas del grupo (que sobrecargan los sonidos graves, y se nota mucho) tocaron guitarra y batería, el guitarrista tocó también el bajo y Rudy, el baterista (el “americano” que “los tres mexicanos tratan como un hermano”), pasó al frente a cantar unos cuantos temas. Ajustadísimos, no erraron una nota y cada vez que se dirigieron al público abusaron del slang mexicano como si fuera de dominio universal. Desde un escenario bancado por la Intendencia de Montevideo, despotricaron en contra de la clase política; en un tema incitaban a armar una fiesta y en otro a cambiar el mundo. Acusarlos de haberse vendido no tiene sentido: ya lo estaban en aquel 1997. Fue un alivio saber que, después de tantos años, seguimos sin entender a Molotov.