El hall de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación no lucía como todos los días. Además de las carteleras de horarios y de propaganda de las agrupaciones estudiantiles, se podía ver información sobre los charrúas, la reivindicación de su cosmogonía y la situación de los descendientes en la actualidad. Quienes colgaban los carteles estaban ataviados con indumentarias indígenas o por lo menos con algún detalle en su vestimenta: una pluma, una vincha de cuero. El Departamento de Antropología Social organizó un debate titulado “Imaginarios indígenas en el Uruguay del siglo XXI”, que contó con la participación de los doctores en Antropología Social Nicolás Guigou y Leonel Cabrera, las doctoras en Antropología Biológica Mónica Sans e Isabel Barreto, el doctor en Letras Gustavo Verdesio, la representante del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha) Mónica Michelena y el representante del grupo Pirí Nahuel Borgogno. En el último censo, casi 5% de la población dijo tener ancestros indígenas, aproximadamente 160.000 personas.

Guigou calificó la instancia de “momento histórico”, ya que la tradición de la “antropología caucásica”, que se caracterizó por “la ausencia de la voz del otro”, le había negado a “lo indígena” el lugar que se merece en los estudios académicos.

Cabrera comenzó relatando la historia de desencuentros entre las dos partes, la académica y la de quienes se autorreconocen como charrúas o descendientes. Afirmó que, a pesar de que cada parte tiene puntos de partida divergentes, ya que una se basa en lo científico y la otra en lo emotivo, es necesario el encuentro. Aseguró que es imprescindible el “respeto por la verdad histórica” para poder reconstruir los hechos y sacar conclusiones certeras, y puso como ejemplo la existencia de unos conos de piedra que asociaciones de descendientes apreciaban y reconocían como indígenas, pero que la investigación histórica determinó que provenían de la tradición vasca.

Sans sostuvo que a los modos existentes de autorreconocimiento indígena -el fenotipo, la lengua, costumbres, creencias y tradiciones- se puede sumar la genética. Comentó que ya no existe alguien con 100% de genes indígenas y afirmó que, según estudios, 10% de la población tiene genes indígenas -es decir, se podría rastrear algún bisabuelo o tatarabuelo indígena- y un tercio tiene ascendencia por línea materna directa. Por otra parte, dijo que hay una gran cantidad de personas que no sabe o no reconoce su ascendencia indígena.

Barreto se refirió a los datos que arroja el estudio de los viejos padrones y se detuvo en uno de Salto, de 1834, que afirmaba que existía 55,1% de indígenas, de los cuales 51% eran mujeres, y entre ellas 82% tuvo hijos de padres desconocidos. En opinión de la investigadora, este hecho, sumado a que luego de Salsipuedes se haya repartido a las mujeres indígenas por diferentes localidades, contribuyó a la dispersión de la raza y al mestizaje.

Verdesio inició su intervención expresando que “la falta de interés de la vieja academia en el tema generó una falta importante de archivos” y llamó a “reírnos de la autoridad absoluta de la academia, ya que hemos perdido la autoridad para decir qué es lo indígena y qué no, y eso es bueno”.

Michelena afirmó que hasta hoy se considera que “la palabra charrúa es una mala palabra”, y que las asociaciones indígenas no son “fundamentalistas ni resucitados, porque hay una continuidad histórica”. “No somos una moda”, sostuvo. Aseguró que a pesar de una relación con la academia que no ha sido la mejor, “para la reinstitución de nuestro pueblo también nos apoyamos en los conocimientos generados” por ésta, y expresó que se identifica como charrúa “porque también hay un colectivo que me identifica a mí: la identidad es una construcción colectiva”. Finalmente, Borgogno expresó que las organizaciones que representan también tienen “miedo a los chantarrúas”, por lo que es necesario ser cuidadosos con el tema.