-Pasaste de un fenómeno televisivo a un proceso creativo totalmente distinto como es una obra de Harold Pinter.

-Una cosa tiene que ver con la otra porque, justamente, por haber hecho una tira diaria de televisión sentía la necesidad de hacer teatro. En particular, Pinter me encanta, y además había visto su versión cinematográfica cuando tenía 17 años; según la traducción del videoclub, se llamaba Traición de amor, el protagonista era Jeremy Irons. Me acuerdo de que me había partido la cabeza. Ahora me llegó esta obra, con dirección de Ciro Zorzoli, con quien tenía muchas ganas de trabajar, y la hacemos en un teatro muy lindo como es el Picadero. Sobre todo me parecía necesario para recomponer un poco las neuronas actorales después de un año en el que había quedado muy cansado.

-Traición es una obra de personajes evasivos, con una especie de economía extrema en las palabras y las demostraciones, aun cuando se trata de un triángulo amoroso.

-Sí. Digamos que es una obra que tiene muchos planos o capas, y hay una que es la primera que se presenta ante el público, la del triángulo o la de la traición, que precisamente es la que le da el nombre. Lo que hace la obra, que va de adelante hacia atrás, es de alguna manera ir revelando las capas que hay por debajo de esa primera aparente. Cuestiona todo el tiempo el título de la obra, porque esa misma traición puede ser leída por momentos como un pacto, o puede sugerir otros tipos de traiciones. Es una pieza que va formulando preguntas de manera constante. Los personajes están en la superficie y viven situaciones cotidianas o ligeras, pero por debajo está siempre por explotar algo y eso probablemente dé el contraste expresivo que propone la obra...

-Que no sugiere ninguna moral o moraleja...

-De hecho, parece ser un poco autobiográfica. Pinter vivió una situación -que juega más el rol del personaje que hago yo- como amante de una pareja de amigos, y aparentemente puso algo de sí en el carácter de los tres personajes. Claro que no se trata de un pedido de disculpas de Pinter, sino de contar una experiencia un poco oscura y a la vez naturalizada, gracias a que a él le interesa contar cuestiones humanas y hablar sobre la búsqueda de estos personajes, más allá de juzgarlos moralmente; también porque él está involucrado y está contando cosas que le son propias. Esto hace que la obra sea potente, más allá de la trama o del trío; hay una mirada muy intensa sobre los personajes.

-Acá Traición se estrenó en 2011 dirigida por Anthony Fletcher. Él sugirió que las obras inglesas que funcionan por debajo de la superficie son un problema para los actores uruguayos, sobre todo porque se suelen basar mucho en la emoción. ¿Cómo lo vivieron ustedes?

-Está bueno. Es una dificultad que nosotros también tuvimos, por lo que quizá se pueda extender esto de lo uruguayo a lo rioplatense. Es verdad que son personajes que a veces pueden parecer fríos o cínicos de más, y también puede pasar que el público -que va al teatro muchas veces para emocionarse y reír- se encuentre con una obra que no le permite vincularse así con el material, ya que está constantemente manteniendo una distancia o un alejamiento, que por momentos también puede resultar frío. Es una obra enrevesada y, al mismo tiempo, no sé si simple, pero al menos es muy concreta. Pero como ya dije, abre muchos interrogantes todo el tiempo, y está bueno eso que decís de la actuación que propone. Nosotros no estamos haciendo que somos ingleses, pero es cierto que ésa es la idiosincrasia de los personajes, quienes manejan un doble plano de manera constante.

-Se puede decir que tu carrera comienza con el teatro, y ésta es la primera vez que llegás a Uruguay con una obra...

-Claro, sí. De hecho, la última obra de teatro que hice acá fue en 2002, con el grupo Atrapar el 522. Se llamó La vida real doméstica y la dirigió Andrés Gallo, uno de nuestros compañeros. Y ahora sí, es la primera vez que vengo con una obra. Me parece que esta pieza va a gustar porque es muy interesante. Creo que a veces se puede correr riesgos si uno invita a ver algo que no es, cuando se difunde algo como engañoso. Pero en este caso me parece que el público uruguayo tendrá una referencia de qué tipo de obra es ésta. A nosotros nos encanta, y por la sala en la que se hará -la Zavala Muniz- creo que se vivirá una linda experiencia, sobre todo porque se puede generar una situación de intimidad muy linda, además de que la sala tiene una linda acústica. Creo que es una escala que le va a venir muy bien a la obra. De hecho, la vamos a cerrar acá, en Montevideo. Tengo muchas expectativas.

-En Norberto apenas tarde hay un homenaje al teatro independiente local: están César Troncoso y Roberto Suárez, tiene locaciones en Arteatro, el Circular (donde se ve actuar a Berto Fontana) y el Stella (en el que participa Roberto Jones).

-Está bueno, y de hecho no se cómo sabés que es en Arteatro la locación. La parte del homenaje es más bien un lujo que me di, en cuanto a la posibilidad de pensar una película que hablaba un poco del teatro, y era una forma de acercamiento al teatro de un personaje problematizado. Además, fue la posibilidad de convocar a mis actores favoritos y a mis maestros, aunque muchos quedaron afuera porque no había tantos personajes. También me pareció la posibilidad -siendo una película en Súper 16, que de a poco va a dejar de existir, aparentemente- de ver en ese formato todos esos lugares por donde estuve y contar una historia ahí adentro. Y como son lugares por los que pasé y a los que vi, la experiencia de filmar en ellos -más allá de la parte del homenaje- fue creativamente 
movilizadora.

-Algunos de tus personajes viven procesos de búsqueda de identidad o madurez, pero la mayoría son inseguros y padecen una especie de incomodidad.

-Me parece que hay algunos casos por los que iba por otro lado. De hecho, la película que se estrenó ahora, Vino para robar, y Fase 7 juegan un poco con eso, porque es un personaje que podría pertenecer a una familia de personajes con un tipo de neurosis, de álter egos de sus directores, que termina convirtiéndose en un héroe, o algo así. Ha habido también otras películas en las que los personajes van por otro lado. Lo que puede haber en común para mí se vincula más entre los directores, porque la mayoría de las películas que hice me propusieron hacer álter egos o personajes autobiográficos, de los directores [como fue el caso de 25 watts y El abrazo partido, de una larga lista]. Y esto es lo que encuentro más curioso de los personajes que me han llegado o que he aceptado hacer. Probablemente, creo que me ha tocado hacer personajes que tenían bastantes coincidencias, por lo pronto ser directores de cine o tener como referente a un director de cine que se pregunta cosas. Quizá esa duda tenga que ver con lo que los lleva a ellos a hacer películas o a ser directores de cine. Lo veo más por ahí, ya que cuando me ha tocado hacer personajes que no eran álter egos he tomado algún otro camino.

-¿Cómo los has llevado?

-Bien, divertido. Es un cambio que yo no vivo como tal, porque eso quizá lo vive un espectador que vio un grupo de películas y estableció alguna conexión entre ellas, pero no se establece tanto por otros programas de televisión o teatro. No es que yo haya comenzado haciendo esa familia de personajes, sino que en un momento participé en una serie de películas que me llevaban por ese camino y que constituyeron una serie. Probablemente, porque también un director vio algo en una película y me llamó para hacer la suya por lo que había visto. A veces es inevitable para los actores entrar en secuencias de películas en las que uno es convocado por una paleta de colores que presenta, y con la que alguien quiere jugar.

-De todos modos, quisiste evadir la secuencia al decirle a Daniel Burman que si la siguiente película se trataba de un personaje judío te bajabas del proyecto.

-Sí, eso fue un desafío. Teníamos una especie de pacto de que si él tenía algún proyecto, yo me enganchaba de una. Pero creo que fue bueno para los dos, al visitar él otros actores y yo otros directores. Si no, podíamos correr el riesgo de repetir una experiencia que de alguna manera ya tenía un desarrollo y un final para mí; era como estirarlo un poquito de más. Ésta fue una propuesta que le hice, y de hecho la tomó y estuvimos buscando ese personaje. Finalmente, nos decidimos a hacer una pausa y estuvo bien, pero seguramente vamos a volver a trabajar juntos.

-Vino para robar es tu última película, en la que se pueden encontrar guiños a Alfred Hitchcock, Steven Soderbergh y James Bond, en una especie de parodia.

-Me parece que justamente esa cuota de parodia de género permitió que nos metiéramos sin miedo y a fondo en una película de robos. Si no hubiéramos abierto esa capa de humor sobre el género, de reírnos de nosotros mismos jugando a esos personajes, creo que hubiéramos incurrido en el ridículo, ya que es mucho más fácil creerle a George Clooney o a Matt Damon haciendo un personaje como éste, viéndolo en esas situaciones o en esos universos que existen sólo en las películas. Hollywood ha logrado de alguna manera crear la ilusión de que ese mundo existe en las películas. Pero si vos nos ves a nosotros, unos terrajas jugando a que son ladrones, es medio difícil de creer, salvo que justamente hayamos encontrado el tono, del que también nos estamos riendo un poco. Esto permitió que nos jugáramos más a fondo. Creo que finalmente la película alcanza ciertas claves y logros del género.

-¿Es cierto que de niño tus influencias eran Rambo y Rocky?

-Sí. Rocky me pegaba mucho -valga la coincidencia-, en el sentido de que me daba ganas de hacer un personaje así. Entonces por ahí veía Rocky y reproducía situaciones en soledad o buscaba personajes para inspirarme y jugar a actuar en la intimidad. Después, Rambo y varias otras de esa época. Estas dos son como para nombrar a Sylvester Stallone... Pero también me gustaban Bud Spencer y Trinity, y varias de esas películas que probablemente no estén muy buenas si las vuelvo a ver hoy.