Un cheque por cinco dólares. Eso es lo que recibió David Fricke por su primera nota, allá en su Filadelfia natal. Pero no se puede decir que eso fue lo que cobró, porque el experimentado periodista de la Rolling Stone estadounidense confiesa que jamás convirtió en dinero ese cheque y que aún lo conserva como un souvenir de aquella puerta abierta a un sueño. “Porque cuando estaba en la universidad, más de una vez soñé con poder vivir escribiendo de lo que me gustaba, quién no lo hizo alguna vez. Aunque enseguida me despertaba y decía: eso no va a suceder jamás”, cuenta Fricke, que unos días después de su charla abierta en el Malba, en un evento organizado por la versión argentina de la Rolling Stone para celebrar sus 15 años de vida -la versión no anglosajona más duradera, según explicó-, seguía sin dar crédito al hecho de que su camino profesional lo hubiera llevado hasta allí, entre tantas otras cosas.

“Creo que soy un tipo afortunado”, asegura. “Pero trabajé duro para tener esta suerte. Y una vez que tenés suerte, lo importante es trabajar duro y no desperdiciarla, no dar nada por hecho. Además, yo escribo para la Rolling Stone, es cierto, pero antes que nada escribo para la gente que me lee. Es algo que aprendí de Patti Smith, porque cuando habla de su arte ella siempre habla del trabajo y de la gente. Los que no trabajan sobre su arte no crean nada, sólo tienen ideas. Pero hay que trabajar para que esas ideas se materialicen; si no, simplemente se desperdician. Y ésa es una lección que siempre vale la pena recordar”, asegura este flaco altísimo y desgarbado de jóvenes y entusiastas 61 años, que viste campera de jean y lleva el pelo en un increíble corte taza, casi milagroso a su edad, que lo convierte en una suerte de imposible ramone diseñado por Tim Burton. “Ya te dije, soy un tipo con suerte”, lanza una carcajada Fricke cuando se le pregunta por su pelo. “Mi viejo ya perdió casi todo su cabello. Pero yo heredé su oído nomás, el pelo lo heredé de mi madre, que no perdió ni uno. Toda mi vida tuve este corte y gracias al trabajo que tengo nadie me lo quitará. Además, los Ramones me encantan. Mucha gente no se dio cuenta de lo buenos que eran hasta que ya no estuvieron, porque daban por sentado que siempre estarían ahí. Sus discos tal vez suenen muy iguales, pero en todos hay buenos temas y nunca dieron un mal show”.

Algo parecido se podría decir de Fricke, un periodista que encarna lo mejor de la etapa neoyorquina de la Rolling Stone, ya que se sumó a la revista cuando ésta había abandonado para siempre San Francisco y su etapa más mística. “Yo no viví esa época, simplemente estaba suscrito a ella”, recuerda. “Pero en la redacción de Rolling Stone llegué a coincidir con grandes leyendas de ese tiempo, como Hunter S Thompson. Creo que nunca tuve con él una charla de verdad, pero no me olvidaré jamás de la imagen de ver salir del baño, en algún aniversario de la revista, a Hunter con Keith Richards. No sé en qué idioma hablaban, porque no se les entendía nada. Pero cuánto rock’n’roll”.

Apasionado de lo que escribe, pero siempre preciso con los datos y con una autoridad musical que para el lector es al mismo tiempo tranquilizante y esclarecedora, Fricke encarna a la revista desde un lugar que 
-lamentablemente- no suele ser común en la clase de celebraciones que lo trajo a Buenos Aires: es un trabajador antes que un representante corporativo. De hecho, supo ocupar el lugar de editor musical durante los 90, pero decidió dejarlo. “¿Por qué? Porque quería seguir escribiendo”.

Para el joven Fricke, que en Filadelfia compraba la revista Crawdaddy antes que la Rolling Stone, el periodismo de rock fue una forma de formar parte de algo que le fascinaba. Y además era algo que unía sus dos pasiones: la literatura y la música. “La idea de que no sólo podían coexistir, sino que podían estar realmente integradas, me pareció algo fantástico. Porque podía expresarme por medio de algo que era básicamente inexpresable, como la música”.

-Creo que fue Zappa el que dijo que escribir sobre música era como bailar sobre arquitectura...

-¡Cómo me gustaría haber inventado esa frase! Porque es tal cual, es describir lo indescriptible. Es realmente un gran desafío. Creo que le debo a Paul Nelson, que aún era el editor de las reseñas de música cuando yo entré a Rolling Stone, un par de lecciones sobre el asunto. Como la de intentar escribir realmente sobre la música en las reseñas, y no simplemente citar las letras. Y la de exprimir al máximo el lenguaje. Nelson recomendaba leer a los autores de novela negra, como Chandler o Hammett, y aprender de sus descripciones. Yo tengo que cambiar cada dos o tres años mi diccionario, porque me la paso buscando la palabra exacta, la que explica todo. Y así es como empieza a perder las hojas.

El rey de la reescritura. Así es como se denomina Fricke a sí mismo. “Es que en el primer párrafo se juega el destino de tu nota”, explica este periodista que a esta altura ya los ha entrevistado a todos, pero aún no da por sentado su lugar en el mundo del rock. “Cuando entrevisté por primera vez a los Stones para la revista, mi preocupación era estar a la altura de los que los habían entrevistado antes que yo. Y cuando me tocó estar ante Kurt Cobain, el secreto fue no pensar que se trata de un interrogatorio, sino que la entrevista es algo que uno está haciendo con el artista. Al fin y al cabo, ellos están en esto por lo mismo que uno, porque nos gusta la música”, asegura Fricke, que sigue preocupándose por convencer a su editor de publicar tal o cual nota. Y, por supuesto, también sigue buscando música nueva. En la charla del Malba, Fricke puede pasar de nombrar oscuros rockers como Moby Grape (“Escuchar su primer disco siempre me pone de buen humor”) a grupos nuevos como Savages o Palm Violents, pero también celebrar a Café Tacuba e incluso hablar de Cápsula, un grupo porteño afincado en Barcelona, prácticamente desconocido en Buenos Aires.

A diferencia de otro reciente visitante porteño dentro de las grandes ligas del periodismo de rock, como Simon Reynolds, que confesó aburrirse cuando escucha música que no es en su idioma, a Fricke le entusiasma descubrir el rock de otras partes del mundo. Algo que, cuenta, aprendió de su padre, que viajaba por negocios, un negado para la música pero que de regreso siempre le traía joyas de sus viajes. “Volvió de Alemania con el primer disco de Can y de Faust. No sé cómo lo hacía, porque la música no le interesaba. Pero gracias a él es que me di cuenta de que había rock más allá del idioma inglés. ¡Y rock del bueno!”. Siempre se dice que los fanáticos del rock en la periferia tienen una visión privilegiada sobre el mainstream del rock, porque allá sólo escuchan sus grupos, mientras que desde acá escuchamos lo mismo que ellos, pero también Almendra, Os Mutantes o Psiglo, por ejemplo. Fricke sería la excepción que confirma la regla. “Pero eso es algo que sucede en todos lados. Yo, por ejemplo, conozco grupos de Filadelfia que nadie más conoce. Grupos buenísimos, te lo aseguro”, intenta explicar Fricke, que firmó hace varios años la única reseña de Mateo solo bien se lame que salió en las páginas de la Rolling Stone, al que no pudo evitar comparar con Pink Moon, de Nick Drake, destacando que se habían editado originalmente casi al mismo tiempo. “Eso fue gracias a un sello que reedita esa clase de discos en Estados Unidos, que como saben que soy curioso me lo hicieron llegar. Y me encantó”.

Antes de viajar a Buenos Aires, donde además de celebrar el aniversario de la versión local de Rolling Stone estuvo persiguiendo a Beck para que le concediera una entrevista, Fricke tuvo que encargarse de un emocionante obituario de su amigo Lou Reed que fue tapa de la versión estadounidense de la revista. “Fue el trabajo más difícil de mi vida”, asegura. “Lo escribí llorando, pero tenía que hacerlo. No podía evitarlo, porque si no escuchaba la voz de Lou preguntándome: ‘¿Qué te pasa? ¿No querés escribir sobre mí?’. La verdad, para ser un tipo de un legendario mal carácter, todo el mundo levantó el teléfono, nadie se escondió. Desde Patti Smith hasta Doug Yule, todos hablaron conmigo. Era una gran responsabilidad, y se lo dije al productor Hal Willner, con el que Lou había hecho sus últimos discos. Le confesé que sentía que si lo hacía mal, me iba a perseguir desde el más allá. Y Willner me contestó: ‘No te preocupes, David. Lo hagas bien o mal, Lou te va a perseguir igual’”.