-La venganza será terrible puede ser considerado un programa alternativo, porque no se nutre de la agenda: no comentan lo que sale en los diarios ni la noticia del día...

-No tenemos la obligación -al menos el público no lo solicita- de saber lo que pasó en el día. En general, los programas cuando son tan editoriales están muy ligados a la actualidad, y a la actualidad más inmediata. Si usted no habla de lo que pasó en el día parece que estuviera contraviniendo vaya a saber qué norma radial. El nuestro es uno de los pocos que no siguen esa costumbre. Calculo que mucha gente escucha el programa solamente porque está cansada de que le estén hablando de lo mismo durante todo el día: un programa habla de equis cosa, el siguiente de lo mismo y el que viene lo repite como si recién nos levantáramos. Es como el cine continuado: terminaba la película y empezaba de nuevo. Entonces, no es que el programa nuestro tenga demasiados atractivos, pero uno, si es que hay alguno, es ése, que no está sujeto a la agenda convencional de los medios. No hay tantos rigores radiales, y sí hay rigores de lo que puede ser el vodevil y el teatro, porque está la gente ahí. Tenemos que hacer algo, no podemos poner un disco atrás de otro, porque el público se va para su casa; tampoco podemos conectar con un tipo que nos explique cómo van las elecciones en Honduras, porque hay gente que está esperando vernos en acción.

-Juegan mucho con la improvisación, a veces empiezan hablando de una pizzería y terminan en el Diccionario filosófico de Voltaire...

-Sí. Es para divertirnos. Porque la verdad es que no sabemos a dónde vamos a ir a parar. Es el mismo placer que produce juntarse con amigos y macanear por puro gusto. Nosotros le damos, es cierto, un trabajo artístico que a mí me parece que está bien y que el público merece. Pero en última instancia, en algún momento, lo estamos disfrutando como unos estudiantes que se burlan un poco del conocimiento que están recibiendo.

-El horario, de 0.00 a 2.00, también ayuda a que parezca una reunión de amigos en un bar.

-Ayuda a resolver la vida de un insomne como yo, que sufría muchísimo cada vez que tenía que levantarme temprano. Todos mis años de estudiante fueron un suplicio en ese sentido. Pero también me parece que para la comunicación es un horario más sereno, en el que hay más tiempo hasta para repetir las cosas si fuera necesario. Y la gente está más conectada con la radio, no está haciendo otras cosas. Los programas de la mañana tienen ese inconveniente: el tipo está vistiéndose, escucha por ráfagas. Y a la noche no, por más que esté trabajando, está de sereno, de cuidador o de chofer, de manera que puede conectarse bien con la radio.

-Algunos hablan del programa como “de culto”, e incluso existe un blog que sube y archiva todas las emisiones. ¿Eso cómo le cae?

-Algunos pueden recibirlo como un programa de culto, otros como un programa muy profesional y muy cuidado -que sería casi lo contrario-, otros como un programa humorístico o que tiene algo de pensamiento, y a las viejas les parece que somos simpáticos.

-En La venganza... es habitual que cante y toque tangos, ¿siempre fue tanguero?

-Sí, lo que pasa es que es lo que más conozco. Mi papá cantaba muy bien y me obligaba a acompañarlo. Aprendí los tangos siendo tan joven que prácticamente no fue un aprendizaje sino casi genético. Es el género que conozco sin tener que andar pensando, escucho dos notas y ya sé de qué tango se trata. En cambio, las otras cosas son más adquiridas, no tengo un conocimiento tan fácil. Por eso canto tangos, porque si me lo piden seguro que lo sé, las otras canciones no, las tengo que aprender.

-Usted habla mucho de Gardel, sobre su voz y sus cualidades técnicas. A veces da la sensación de que se habla más de la trillada cuestión de la nacionalidad de don Carlos que de su talento...

-Yo no tengo posición tomada al respecto, porque como bien dice usted, a mí lo que me interesa es que el tipo cantaba fenómeno. Dónde nació no añade mucho, siempre ha sido patrimonio de nuestras patrias. No es cuestión de andar discutiendo por el lugar de nacimiento, como si fuéramos todos más vivos porque Gardel hubiera nacido aquí o allá. Para mí tenía varias cosas que cada vez son más raras: un sonido muy particular, tan particular que hemos aprendido a reconocerlo al segundo; no hay manera de confundirlo con otro. También llama mucho la atención que fue progresando a lo largo de su carrera: la voz de Gardel de sus primeros años era muy diferente de la que alcanzó en su plenitud; y no sólo porque la fue modificando con cambios de registro y con estudio, sino porque también el sistema acústico de los discos nos daba una distorsión muy grande de la voz. Recién después de 1928 empezamos a escuchar la voz del Gardel que todos conocemos. Y el uso de una impostación natural es cada vez más rara, en todos los géneros. En el tango hemos ido avanzando hacia una especie de actuación cantada, con todas las palabras subrayadas, con mímica, gestos y repeticiones. E incluso en el tango todavía hay una impostación bastante natural, pero en otros géneros hay tipos que construyen voces totalmente artificiales, que pueden tener su gracia, pero es raro. Tan raro que cuando uno se encuentra con este canto luminoso y venturosamente natural de los cantantes como Gardel dice: “Qué feliz debe estar este tipo ahora que está cantando”; en cambio, con otros piensa: “Che, cómo debe estar sufriendo este tipo”, porque se le debe romper la garganta y ocasionar un gran sufrimiento.

-¿Se considera peronista?

-Debo serlo, en líneas generales.

-¿Y hoy qué significa ser peronista?

-No lo sé. Justamente, éste es el asunto. Lo que creo es que el alcance del Estado es la discusión política central. Usted puede creer que el Estado tiene que permanecer ajeno a lo que los mercados resuelvan en su magia, esa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith; o también puede pensar -como pienso yo- que el Estado debe intervenir y favorecer a los que menos tienen, y debe tomar un montón de decisiones para que la economía se encamine a una situación más justa. Todas esas variantes conforman la discusión política, en el sentido clásico. Creo en un Estado fuertemente interventor, que intervenga en la economía y facilite la inclusión de muchas personas, y que si dejáramos a los mercados actuar solos, por ahí quedarían fuera de los circuitos de consumo, etcétera. A eso le podemos llamar, en trazos muy gruesos como los que acabo de hacer, peronismo. Pero hay gente que lo interpreta de muchas otras maneras, ya que el peronismo, por estar en un país como nuestras patrias, que son países en formación que en general están supeditados a las decisiones de países más poderosos, tiene otros cortes. Son circunstancias estratégicas que hacen que el peronismo contenga muy distintos matices en un mismo recipiente. Esto a veces produce alguna clase de inconvenientes, porque quizá uno se encuentra con aliados que no son del todo deseables.

-Por lo que muestran los medios masivos, Argentina está muy polarizada políticamente. Todo se divide en ser “K” o “anti-K”. ¿En la calle se vive así también?

-Sí, se vive así. Es una discusión política muy aceitada por el odio, influida por los medios concentrados y por las corporaciones. Y por aquellas personas que al abandonar la libertad de los mercados han perdido alguno de sus privilegios y sienten que los tienen que recuperar de alguna manera. Es una discusión muy pero muy áspera, áspera hasta la injuria.

-Muchas veces, cuando lo entrevistan, le preguntan sobre cuestiones amorosas. ¿Por qué cree que se da esa situación?

-Me parece que ya es un lugar común de las entrevistas. A uno lo ponen en determinados lugares que por ahí no son los que ha elegido. Ojalá supiera algo sobre el asunto.

-¿Pero sigue pensando que cambiaría a todos sus amigos por media novia?

-Sí, eso sí. Evidentemente.