-¿Cómo es trabajar en programas culturales para niños y jóvenes en Malmö?

-Buena parte del trabajo es administrativo: conseguir fondos, organizar, hacer contactos. De lo que he hecho, lo que estuvo más bajo mi responsabilidad fueron los programas culturales de verano para que los chicos terminen la escuela primaria -allá es hasta noveno-. Armamos proyectos sobre todo para chicos que no tienen las notas para pasar a la preparatoria -que sería salvar tercero-, pero como es la primaria no repiten el año y van a un programa para completar. Está muy mal, porque ahí se junta a todos a los que les va mal, pero el verano es el momento de darles el último empujón. Después teníamos programas culturales; por ejemplo, tomamos una escuela en verano y la convertimos en centro cultural, con distintos cursos. Al terminar el de grafitis, por ejemplo, se contrata a los alumnos para hacer un mural en la escuela. Pero a ese programa ya lo bajaron porque era excesivamente caro. Lo que tiene de interesante esto es que lo buenos que sean en danza u otras actividades no se vincula con su capacidad escolar, por lo que a su vez generan más autoestima.

-En el 2008 escribiste una nota para Página 12 derribando algunos mitos suecos de sociedad perfecta e ideal, sobre todo vinculado a los inmigrantes, la explotación laboral e incluso a la matanza de obreros en la entreguerra…

-Por lo pronto hay mucha diferencia dependiendo de en qué ciudad vivís. Yo estoy en una ciudad que es absolutamente cosmopolita, y además hay mucha población interna y joven. Permanentemente está llegando gente. En los últimos años pasó de 250.000 a 300.000 habitantes, y buena parte de esa gente viene del exterior. Los espacios son mucho más abiertos que en otras ciudades. Pero hay un prejuicio básico que tenés que superar y es que no sos un pobre diablo que viene a vivir del sistema; ése es el concepto base. Ahora está sucediendo una cosa que no es sólo de Suecia sino de toda Europa, y es el avance del fascismo. Es lento pero es un avance. Los partidos de ultraderecha están ganando lugares en los parlamentos europeos. Eso también corre el espectro de tolerancia: si yo puedo salir a decir cosas racistas, el no tan racista se puede correr un poquito. En Dinamarca, que empezó más temprano, está retrocediendo; el Folkeparti [Partido del Pueblo], que es de ultraderecha nacionalista -y había avanzado mucho en la región- bajó sus votos en las últimas encuestas. Así que hay esperanzas. Suecia ha empeorado en los últimos diez años en el sentido que el gobierno liberal ha hecho cambios fundamentales en el sistema de solidaridad; han bajado los impuestos, lo que la burguesía festeja aunque repercuta en menos recursos para la salud, que está en una crisis absoluta. No hay personal y se está hablando de importar enfermeras de África e ir a financiar una universidad ahí para formar enfermeros. Es lo más colonialista que existe: si se forman enfermeros en África, que sea para trabajar ahí.

-Vos contribuís a la difusión de poesía latinoamericana en el proyecto editorial POESIAconC.

-A la gente con la que trabajo ahí la conocí a través del Festival de Cine Latinoamericano de Malmö, cuando fui a trabajar de voluntaria. Con ellos empezamos a incluir otras cosas como pintura, literatura y una serie de conferencias. Vimos que existía una especie de hueco y había cosas que no estaban traducidas. Nos dimos cuenta de que la única alternativa que teníamos era partir de un ahora y promover poetas actuales. Funciona más como una presentación, porque son libros muy chicos.

-De algún modo te iniciaste en la creación participando en revistas under como Suicidio colectivo y La oreja cortada. Incluso tu artículo “Jóvenes eran los de antes” ha sido muy citado. ¿Cómo ves hoy toda esa efervescencia?

-Para nosotros era un tiempo de mucho sufrimiento, ésa es la verdad. Con mucha frustración, al mismo tiempo que estábamos haciendo cosas pero sin ninguna base. Lo cierto es que éramos enormemente incultos. Habían pasado un montón de años sin que nos llegara nada del exterior, nada que no fuera tradicional o masivo. Nos han tratado de generación parricida cuando eso es muy relativo, porque fuimos parricidas de padres ausentes. O sea, podías agarrártela contra [Mario] Benedetti, pero él no estaba o acababa de llegar. A nivel de música, el mito era el Canto Popular, que estaba basado en ídolos fantásticos que vivían en México o en Europa. Lo que me gustaría destacar es el trabajo de la generación inmediata, ésa que ahora es de la misma edad pero en aquella época no lo parecía, como la gente de Ediciones de Uno, quienes sí estaban realizando un trabajo durante la dictadura, además de que nos recibieron con las puertas abiertas. Algo admirable, porque no hubo ningún tipo de roce, salvo discusiones ideológicas. Los espacios se compartieron y ellos fueron muy generosos, aunque hoy en día seamos casi de la misma generación. En ese momento la escasa diferencia de edad era sustancial, porque consistía en si vos eras adulto o no antes de la dictadura. Yo terminé el liceo el año de las elecciones, o sea, durante la dictadura fui una niña, aunque haya ido a las manifestaciones y esas cuestiones. Las responsabilidades de un adulto hacen las diferencias esenciales.

-Nunca temiste ser dejada de lado por la institucionalidad literaria.

-Yo siempre me sentí por fuera, no tanto porque lo haya elegido sino porque creía que lo estaba. Las carreras literarias se iniciaban en talleres a los que yo no iba. Además de cierta soberbia de joven, de pensar que iba a crear desde mis propios parámetros. Esto mezclado con la falta total de identificación con el género en sí, ya que yo quería hacer un poco de todo.

-En ese sentido todos tus personajes tienen algo de autobiográfico.

-A mí la impresión que me da es que si vas a decir algo decí algo que no se haya dicho antes. Yo tengo este material, conozco a esta gente -que existe y tiene cosas para contar- y a este mundo. Es una manera de integrarlos a la realidad cultural, porque ¿qué es el Uruguay? ¿Quiénes somos? Algo que he observado en distintas sociedades es que se definen a sí mismas como su clase media. Suecia dice que es como su clase media, que habla despacio, pero yo vivía rodeada de suecos que gritaban en el patio toda la noche. También se dice que los uruguayos no bailan; yo viví un montón de años en Nuevo París y ahí todos bailaban, y el sábado a la tarde se planchaban el pantaloncito como parte del ritual. El [Palacio] Sudamérica está lleno desde que yo nací.

-Respondiste el cuestionario de Leo Maslíah (del colectivo Ya Te Conté) preguntándote con qué autoridad él tildaba a algunas generaciones como “semianalfabetas”...

-Para ser sincera, no conozco mucho la obra ni a la gente de esa generación. Me parece que lo que más me molestó fue reconocer esa actitud de tratar a los más jóvenes con soberbia. Obviamente, los más jóvenes saben menos en cantidad, pero no necesariamente en calidad. Además, las nuevas generaciones tienen capacidades y conocimientos que los otros no, tienen sus formas de leer. Una cosa compensa a la otra. Salir a catalogar a todos los de estas generaciones... bueno, capaz que Maslíah los leyó a todos y tiene sus juicios, cosa que dudo. Más bien son impresiones. Metés en una misma bolsa todo tipo de literatura.

-Te disgusta que “los viejos ataquen a los jóvenes apelando a méritos de generaciones anteriores”.

-Vos no podés medir a los de ahora con esos parámetros. Nadie va a tener el currículum de Maslíah si tiene 30 años. O vas a la obra o confiás. A veces también se perciben semillas en la gente. Claro que uno escribe mejor cuando es más viejo. Los Rimbauds son excepcionales. En su momento, de nosotros pensaban que todo lo que hacíamos era banal, para lucirnos, para mostrarnos o romper.

-A vos la literatura uruguaya no te ha interesado demasiado, precisamente, por considerarla terriblemente homogénea.

-Yo adivino una respuesta. Nunca he hecho un análisis sociológico, pero creo que hay una tendencia a dedicarse a cosas que ya funcionaron. A mí es un tipo de literatura que no me interesa, no es que me parezca mala. Hay muchos escritores que han seguido la línea de Levrero y de Felisberto [Hernández], y está bien, pero a mí no me interesan. La otra escuela, como la de [Mario Delgado] Aparaín, ahora está medio en decadencia. Me preguntaba quién escribe cosas nuevas o... ¿quién es hijo de Onetti? Nombrame uno que realmente siga esa escuela con sus propias armas. Hay muchos huecos que no se llenan.

-Yendo a tu obra, la estructura de tu última novela no sólo encarna el rol de lo religioso sino también lo vinculado al patriarcado y al sistema.

-De la estructura me interesaba mantener todo en una suerte de cajas. En cierto modo es un discurso muy liberado ideológica y filosóficamente, pero al mismo tiempo nunca logra salir de esos espacios medidos. Hay todo un giro matemático del que muy pocos se darán cuenta. Esto el lector lo recibe sin notarlo. En Pegame que me gusta también hay un estudio matemático atrás que es bastante sencillo pero, por ejemplo, los capítulos son cada vez más cortos, lo que hace que se lean cada vez más rápido.

-Cuando están por explotar o salirse de los márgenes se cambia de escena.

-Sí, está pensado más como una serie. Me di cuenta de que una película está pensada para verse del principio al final y la serie está pensada para hacerlo por partes. Me parecía muy interesante cómo saltar de un tiempo a otro, que un momento sea tan tenso que cuando vuelve el lector se acuerde de eso. Lo que sí me pareció importante, más allá de las referencias a la cultura y sociedad uruguaya, es que lo pueda leer gente de cualquier generación, y de algún modo recuperar un poco la memoria para los que no habían nacido. Sobre todo la parte vivencial, cómo era vivir y ser una persona en esa época.

-“Era un país hundido entre dos ríos con delirios / de grandeza”. ¿Cómo ves el país a la distancia?

-Creo que Uruguay tiene una gran imagen de sí mismo. Estoy en contra de las naciones y del nacionalismo por una cuestión ideológica, y al mismo tiempo me parece que vivimos en una cultura creada. No se puede diferenciar al uruguayo del argentino. No puede haber diferencia, y desde afuera se hace mucho más patente. ¿Hay una creencia de que somos la nación más culta de América Latina? ¿Desde cuándo y cómo somos más cultos que los chilenos, que los brasileños? De la sociedad de clases no se habla. De la enorme diferencia de oportunidades a partir de los recursos económicos no se habla. Se habla muy poco de los problemas de género y cuando lo he planteado me han dicho que no, que no sucede. Hay muchos más escritores hombres que mujeres. ¿Cuál es la explicación? ¿Por qué escriben menos? ¿Porque se hacen cargo de los hijos y ya de entrada les parece un sueño impensable? Hay algo estructural que lo explica.