Composición de lugar: Italia a principios de los 60. El boom económico estaba en su apogeo, las contradicciones sociales (entre apego a la tradición y empuje hacia la modernidad, entre desarrollo del norte y subdesarrollo del sur) emergían con una fuerza inédita, crecían consumo y producción, pero también las fuerzas sindicales, todo el mundo se podía comprar un Fiat 500 y un televisor, y todo el mundo participaba en huelgas larguísimas: vale decir, el país era una olla en ebullición. En el plano de lo simbólico letrado también reinaba cierta quietud antes de la tempestad; la literatura vivía de ecos lejanos de la corriente neorrealista -aunque a nivel literario ésta nunca haya tenido el mismo impacto que tuvo en el cine-, los escritores se movían entre socialismo real y sentimentalismo, la poesía estaba encerrada en un hermetismo cada vez más cristalino. Había un gran estancamiento, entonces, que empezó a agrietarse cuando en 1961 salió una pequeña antología poética: sus autores se autoproclamaban I Novissimi y eran cinco poetas de entre 26 y 37 años, que deshacían todo lo que se había construido sobre las cenizas futuristas, durante el rappel à l’ordre empezado en los tardíos años 20 y nunca culminado. En esta antología saltaba, definitivamente, cualquier huella de métrica; el léxico se ampliaba monstruosamente hacia terrenos desconocidos, incluyendo neologismos, lenguas muertas y extranjeras; se acumulaban poesías que jugaban con los recovecos de psiques arrasadas por la Guerra Fría, los automatismos de la ultraindustralización e incluso la despersonalización.

Lo que pareció sólo un pequeño escándalo, acotado al mundillo de la poesía, dos años después estalló a gran escala, llamando la atención también del público “general”, ya que el ruido llegó pronto a la prensa nacional. Desde una recién nacida casa editorial, Feltrinelli (hoy coloso del sistema editorial italiano), Enrico Filippini, filósofo y traductor del alemán que un tiempito antes había asistido en Berlín a una reunión del Grupo 47, y Nanni Balestrini, el poeta más joven de los Novissimi, decidieron organizar un evento parecido a los encuentros de los escritores alemanes: tenía que congregar a todos los que no estaban conformes con el mundo literario del momento y desarrollar enfrentamientos francos de poéticas distintas, siguiendo la sugerencia teutona de leer trabajos in progress y confrontarse despiadadamente con respecto a las obras.

Así, los primeros días de octubre de 1963, Palermo se llenó de una veintena de escritores: entre los más destacados, todos los Novissimi (Edoardo Sanguineti, Antonio Porta, Elio Pagliarani y Alfredo Giuliani), más novelistas que luego serían de los más importantes del país en las décadas sucesivas (Alberto Arbasino, Giorgio Manganelli, Francesco Leonetti) y críticos de punta como Angelo Guglielmi (que en los años 90 revolucionaría RAI 3, el “canal de izquierda” de la televisión estatal) y el hoy archinotorio y omnipresente Umberto Eco.

La gran apuesta para todos los integrantes de Gruppo 63 (así se bautizaron) era sobre todo lingüística: la esclerosis de una lengua ya demasiado literaria, cuando no totalmente desgastada por el uso massmediológico, debía ser curada, porque el lenguaje, según Sanguineti y otros, era la sede misma de la ideología. ¿El medicamento? Un aggiornamento hiperconsciente de los instrumentos puestos a disposición por las vanguardias históricas varias décadas antes. La antinovela, la antipoesía, la desestructuración, el extrañamiento, se volvieron las “reglas” que hacían temblar el parnaso de aquel entonces: Alberto Moravia los declaró simplemente ilegibles, Pier Paolo Pasolini se enojó porque disentía con cualquier “experimentalismo” que no fuese tradicionalismo maquillado, Carlo Cassola y Giorgio Bassani se indignaron porque alguien del grupo los definió dos “lialas” (Liala era una exitosa escritora de novelones rosas).

En realidad, Gruppo 63 fue, antes que nada, el desahogo de unas enormes ganas de actualización cultural de los agentes culturales más vivaces del momento, frente a todo lo nuevo y ya no tan nuevo que circulaba en el mundo: Ferdinand de Saussure, los primeros brotes del estructuralismo, el pop, etcétera.

No fue el único escape de la frustración de los que operaban con instrumentos ya oxidados en un mundo que brillaba: alrededor del grupo, en la nebulosa neovanguardista, se formaron muchos otros grupos, igual de guerreros, y, en varios casos, más osados todavía (y, sin dudas, más under y a menudo polémicos con su hermano mayor).

Para la cultura oficial y oficialista italiana, Gruppo 63 fue un shock que perduró por un largo tiempo: cualquier analista estaría tentado a pensar que la “neovanguardia” fue el gran síntoma del malestar de las letras itálicas que estaba instalado desde hacía lustros, ya que hasta fines del siglo XX, en cada aniversario surgían nuevas polémicas, como si fuesen herpes periódicos de índole psicosomática: lo que más parecía molestar era que el grupo se publicitase como antiestablishment, cuando casi todos sus integrantes estaban en posiciones institucionales (en las universidades y en las editoriales), y que sus componentes teorizaban mucho, pero al mismo tiempo producían -decían los críticos- pocas obras significativas. Sin embargo, dichas diatribas casi siempre revelaban más el estado de parálisis de los escritores italianos, que se rehusaban a ensuciarse las manos con algo que no fuese una “novela bien escrita” o una “poesía profunda”, que las verdaderas culpas de Gruppo 63, ya que el gran proyecto de ciertos neovanguardistas era, declaradamente, hacer saltar el sistema desde adentro. Básicamente todos sus miembros se ganaron, por medio de de sus libros, lugares destacados en los manuales literarios posteriores. No hay que olvidar, además, que su existencia reverberó incluso fuera de los confines italianos: para quedarnos sólo en el mundo hispanohablante, podemos citar una suerte de reunión clandestina del grupo en la Barcelona franquista de 1967, organizada por la brasileña Beatriz de Moura, que al año siguiente fundó, con Óscar Tusquets, la editorial Tusquets; y la publicación en 1969, por la editorial venezolana Monte Ávila, de las actas de la segunda reunión palermitana de 1965 sobre “la novela experimental”.

Consolidación y caída

Si bien en las crónicas se habla de Gruppo 63 como si fuera algo homogéneo, es evidente que no era así: había autores fuertemente politizados, como Sanguineti y Balestrini, otros más moderados, como Giuliani y Renato Barilli, otros con intereses preponderantemente surrealistas, como Adriano Spatola y Giordano Falzoni, y luego había actitudes que rozaban lo posmoderno (todavía por nacer) como las de Manganelli y Arbasino -más metatextuales que proyectadas hacia “afuera”-; se puede deducir que en el grupo circulaba cierto machismo, dado que sólo un puñado de mujeres pudieron, en momentos distintos, integrarse a él, frente a decenas de hombres. También por esa razón -por ese coacervo de instancias a menudo contradictorias entre sí- nunca llegaron, ni desearon hacerlo, redactar un manifiesto, como hasta aquel punto habían hecho todos los soi-disant vanguardistas. Sin embargo, siempre fue vital para la neovanguardia italiana mantenerse activa y compacta: por ende, por un lado se organizaban reuniones todos los años, en distintas ciudades, en las que se agregaban y borraban intelectuales de diferentes orígenes, empujando la multidisciplinariedad (a menudo las reuniones tenían muestras, piezas teatrales y conciertos como corolarios) y el hibridismo (algunas de sus vertientes más poderosas fueron la poesía visiva y la concreta). Por el otro, editaban revistas que hoy en día resultan las más buscadas y “frescas” de la época: entre otras, Marcatrè, Malebolge, Il Verri y Quindici. Esta última se suele “usar” para explicar cómo naufragó, allá por 1969, el grupo. En efecto, Quindici fue el primer periódico en la historia moderna del país cuyos dueños eran los mismos redactores (todos escritores) y ambicionó, desde el principio, tener una difusión enorme, dada su naturaleza literaria: se imprimían unos 10.000 ejemplares, cuyo fin, según afirmaba su primer editorial, era “propagar dudas y arruinar certezas, ser, en definitiva, un sano elemento de desorden”. Empero, la idea de salir de los cafés literarios para llegar a las masas no resistió el impacto con la realidad. Como no podía ser de otra forma, su hundimiento (y el del proyecto Gruppo 63 en su totalidad) fue una cuestión política.

Al agrandarse el fenómeno del Mayo del 68, se produjo un quiebre en la redacción de Quindici -que se podría definir como el tabloide en el que todo el who’s who neovanguardista se daba cita, y en el que se incluían también voces que provenían de otros ámbitos, pero siempre disonantes- cuando una parte de ésta quiso aliarse con los estudiantes y obreros en lucha, mientras la otra se amparó en el hortus conclusus de las letras (aunque las posiciones fuesen, naturalmente, mucho más complejas). De hecho, cuando la apertura a las contestaciones se hizo mayoritaria, la revista llegó a una situación paradójica: logró tirajes impensables, más de 20.000 copias, pero de alguna forma pareció declarar definitivamente muerto el universo cerrado de los libros -vale decir, su origen mismo-, ya desmantelado por los acontecimientos históricos (algunos sectores del público estudiantil y de la izquierda, además, criticaban ásperamente la nueva vanguardia como expresión del poder). Durante el verano de 1969 no sólo se clausuró la revista, sino que el mismo Gruppo 63 dejó de existir.

En los últimos diez años, fallecidos en el ínterin muchos de los miembros originarios -incluido Sanguineti, quien fue su más sólido actor, tanto a nivel teórico como creativo-, los roces históricos con la academia y el público parecen aplacados para siempre. No hay que sorprenderse (el mismo Sanguineti habló desde el principio de una “vanguardia que ya sabe que terminará en el museo”) si ya no aparecen opiniones contrarias a los festejos que se tributan a quienes quedan del Gruppo 63 (y este 2013 vio muchas de esas celebraciones en Italia). Preocupa más lo difícil que resulta tan sólo imaginar la posibilidad, hoy, de que un grupo de intelectuales -con pensamientos disímiles, pero con la idea clara de que el statu quo debe cambiar- decida hacer frente común para subvertir las reglas literarias (y no) dominantes. Con o sin éxito, eso poco importa.