Hacía mucho tiempo que un disco no generaba tanto revuelo en los medios -profesionales o no- musicales del mundo entero. No es para menos si se tiene en cuenta una serie de circunstancias que en el fondo son extramusicales, pero que operan sobre la percepción de la edición de un disco y las expectativas que éste genera. Hacía nada menos que 22 años que se esperaba la salida del nuevo disco de los irlandeses de My Bloody Valentine, más de dos décadas en las que su líder, el neuróticamente perfeccionista Kevin Shields, venía prometiéndolo, anunciando que sólo faltaban unos meses más una y otra vez hasta que dejó de prometerlo: nadie esperaba ya que existiera un nuevo disco de My Bloody Valentine.
En cierta forma, esta demora era explicable en relación a las altas expectativas que una nueva obra de Shields y los suyos generaba en el ambiente musical. Al fin y al cabo, MBV había creado por sí solo un subgénero, el pop shoegazer (“contempla-zapatos”, en referencia a la habitual actitud escénica de estos músicos ensimismados), al que, sin embargo, superaron ampliamente, al generar un sonido que sin dejar de tener sus influencias a la vista (el pop bubblegum, Velvet Underground, Can, Jesus & Mary Chain, Cocteau Twins) llegó a una identidad tan propia que después de ellos determinado manejo de las guitarras y los climas pasó a ser “a lo My Bloody Valentine”. Este proceso culminó con la edición de Loveless (1991), un disco que suele encabezar las listas críticas de los mejores discos de los 90 (es, entre otras cosas, el disco favorito de Patti Smith), pero que tuvo un período de gestación y unos gastos de producción que no se correspondieron con sus ventas. My Bloody Valentine siempre fue uno de esos grupos de los que se habla más de lo que se los escucha y el obsesivo proceso de grabación terminó haciendo que el sello que lo editó, Creation Records, quedara al borde de la quiebra y que Kevin Shields se convirtiera en una figura respetadísima en términos musicales pero temido en cuanto a lo comercial.
Aunque MBV estaba en el cenit de su prestigio crítico, la salida del sucesor de Loveless fue dilatándose en el tiempo. La banda se disgregó en diversos proyectos individuales, Shields se dedicó a producir otras bandas o a tocar eventualmente con ellas (su estilo es claramente reconocible en el fantástico XTRMNTR -1999-, de Primal Scream, banda con la que el guitarrista suele colaborar) y los entonces jóvenes brillantes y ruidosos fueron convirtiéndose en cuarentones reclusivos y misteriosos, mientras que al mismo tiempo sus innovaciones sonoras fueron asimilándose al pop mainstream, siendo posible reconocer sus recursos de loops de guitarras saturadas en canciones de artistas tan disímiles como U2, The Flaming Lips y Bruce Springsteen. El ruido dejó de ser percibido como ruido, las guitarras dejaron de ser el instrumento privilegiado del rock, el rock dejó de ser el género privilegiado de la juventud y Kevin Shields y MBV dejaron de ser un torbellino de ruido y extrañeza psicotrópica para volverse una institución de vanguardia civilizada. Y la posibilidad de que produjeran un nuevo Loveless fue desvaneciéndose junto a la misma concepción de que ellos -o cualquier artista similar- pudieran crear algo tan removedor.
Pero cuando menos se lo esperaba, Kevin Shields anunció que iban a publicar un nuevo disco de canciones, editado en un principio exclusivamente para descargar desde su sitio web y, asombrosamente, lo cumplió.
La tan esperada sorpresa
Ante este anuncio las expectativas se dividían en dos: los que esperaban que MBV realizara una continuación digna y sin mayores sobresaltos de su obra anterior y los que esperaban un giro radical en su música. El resultado no fue ni una ni otra cosa. Porque algunas de las ideas de m b v no son simplemente desarrollos del trabajo de MBV hace 20 años, sino que abren panoramas sonoros realmente novedosos aun en estos días en los que nada suena así. Los constantes juegos con los tiempos, que llegan a oscilaciones para nada frecuentes (basta escuchar los breaks ralentizados de “Only Tomorrow”), que posiblemente dejen patidifuso a quien espera los ritmos machacones distintivos del rock shoegazer, pero no a aquellos familiarizados con algunos de los experimentos rítmicos del free jazz. Y aunque es un disco completamente desprovisto de la tímbrica jazzera, exhuda, sin embargo, un particular swing en sus síncopas que lo dinamiza y que hace que su saturación general no suene opresiva sino más bien etérea. Es imposible no pensar en la expresión sheets of sound (capas de sonido) con la que el crítico Ira Gitler definió el estilo del John Coltrane maduro al escuchar algo como m b v. No es que el disco suene en absoluto como Giant Steps o A Love Supreme, pero de alguna forma está más cerca de la concepción de éstos que de las paredes de guitarra en 4 X 4 de The Ramones o de Jesus & Mary Chain, de las que en cierta forma proviene My Bloody Valentine. No hay lugar en estas composiciones para los solos instrumentales, pero las variaciones de volumen y los distintos planos de relevo en los que se mueve cada timbre terminan haciendo que estas variaciones ocupen el lugar de los solos propiamente dichos.
Shields había jugado con la idea -hace años- de que el próximo disco de MBV iba a ser de jungle, un género de música electrónica caracterizada por sus tempos velocísimos y sus extensos redobles, y al escuchar m b v se nota que la idea no era solamente una broma sino algo llevado a la práctica en los últimos temas del disco, particularmente “Wonder 2”, que se apoya en un ritmo típicamente jungle para llevarlo hacia otro lugar, sobre un huracán de guitarras saturadas de flanger, hasta llegar a un punto en el que se nota la suma de las partes, pero donde éstas generaran algo realmente nuevo.
El disco es una puesta a punto de un sonido que también ha sido definido como dreampop (pop de sueños) u “oceánico”, definiciones que no son metáforas arbitrarias sino que expresan con cierta exactitud intuitiva el clima nebuloso de estos temas. Las voces, que entonan letras mínimas que parecen pequeños mantras de insatisfacción personal y espiritualidad alucinada, flotan entre los ataques de volumen, que esquivando la estridencia de los agudos fluctúan en medios y graves que parecen traducciones eléctricas de los sonidos de la naturaleza. Más bello que realmente innovador, m b v es ante todo un disco emotivo, pero que a su vez suena como un eco de otros tiempos más apasionados de la música rock pop.
m b v consiguió un extraño efecto en los críticos mayores de 35 años, muchos de los cuales asocian Loveless con su propio descubrimiento de las posibilidades sónicas del ambient generado a fuerza de guitarras y volumen, así como una adecuada representación musical de la confusión sexual y emotiva propia de la juventud. Pero pasaron 20 años, tanto para músicos como para escuchas, y lo que podría haber sido un faro de guía puede ser considerado una luz trasera extraordinariamente brillante. Un disco extratemporal que extrae su fuerza no sólo de su potencia compositiva, sino también del simple contraste entre su apasionada turbulencia y el conformismo plácido de un ámbito en que estas virtudes perdieron importancia real.