Los laberintos del idioma suelen conducirnos a conclusiones sorprendentes. En estos días somos testigos de una agitación contra la discriminación racial, presente aun -al parecer- en el diccionario de la Real Academia Española (RAE). En la entrada “negro” puede leerse –dicen– la expresión “trabajar como un negro”. Deberían haberse tomado la molestia, al menos, de transcribirla literalmente. La comunidad afro por medio de sus organismos representativos y otros que directa o indirectamente adhieren a la lucha contra la discriminación racial llaman a suscribir un petitorio a la RAE para que elimine la ominosa locución.

La palabra “discriminación”, aunque lo parece, nada tiene que ver con “crimen”. Derivan de ésta la palabra criminal, criminalista, acriminar, recriminar y otras similares. Corominas incluye la etimología entre los derivados de “cernir” y “discernir”: separar, como se hace con la paja del trigo; distinguir una cosa de otra. Y Monlau lo comparte, añadiendo “discrimen”: diferencia, diversidad, dejando la puerta abierta para admitir un posible derivado de “descrismar”, alejar, separar o desechar a alguien que ha recibido el crisma o la unción.

Es bueno conocer el sentido de las palabras para saber si lo que decimos es exactamente aquello que hemos querido decir.

Creemos, y adelantemos nuestra opinión, que la inclusión en un diccionario de una locución como la que se cuestiona -“trabajar como un negro”- no es discriminatoria, sino prueba y ejemplo vivo de que la discriminación es un hecho y que existe en el habla de la gente. El diccionario -colección de términos y expresiones de un idioma vivo- es un testimonio, o si se prefiere, un testigo. Tachar el testimonio no es tachar la realidad, el hecho punible, en este caso la discriminación. La palabra pertenece al habla cotidiana, y es de ésta y del pensamiento que hay que erradicarla, no del diccionario que la testifica. Razonemos entonces sobre esto y sobre el sentido y consecuencias de la eliminación que se pide a la RAE.

Diccionario -palabra que se acuñó a fines del siglo XV- deriva del verbo latino “dico”, en castellano “decir”. Y la desinencia de “diccionario”, “ario” -breviario, confesionario, armario, rosario, vocabulario, seminario, etcétera-, significa colección, acumulación, colección de cosas de la misma especie o similar. De esto deducimos que un diccionario es un libro en el que se recogen palabras y expresiones con las que la gente se comunica entre sí por escrito o verbalmente, no como lo hacía en el pasado, sino en el presente, al día de hoy, con la relatividad de que el “hoy” académico pueda durar a veces algo más de la cuenta. El diccionario recoge palabras “en uso” en algún punto del planeta donde circule el castellano y sus regionalismos, pese a que encontremos muchas que ya apenas aparecen en los textos y que se han ya extinguido en el habla cotidiana. Los idiomas se purgan con el tiempo, en la medida que eliminan aquellas palabras y/o locuciones que caen en desuso. Y los diccionarios no son sino testigos de ese fenómeno. En un diccionario de principios del siglo XIX la luna era definida, en una de sus acepciones, como “astro nocturno inspirador de los poetas, etcétera”, palabras más o menos (así lo leí en Madrid hace algunos años). Esa acepción, lógicamente, desapareció junto con “la enfermedad del siglo”, la tuberculosis, y otros fenómenos que acompañaron el romanticismo y que se extinguieron con él.

El diccionario recoge y guarda celosamente el habla culta y el habla popular: lo que dice la gente, tanto el filólogo, el erudito, como el tabernero, palabra ésta que, como ejemplo de lo efímero, ya no es de recibo entre nosotros, pese a que se mantenga viva en otras latitudes.

Pero vayamos a la cuestionada expresión: “Trabajar como un negro”, que no es literalmente eso lo que dice el diccionario, más otras que la vienen acompañando desde hace tiempo.

Tomo al azar un viejo diccionario de la RAE de 1947 y busco la entrada “negro”. Entre las locuciones que acompañan e ilustran la definición encuentro la siguiente remisión: … 9.V. “Boda, merienda de negros”, y estas otras: “Como negra en baño. Locución figurada: con entono y afectada gravedad”, “Fue la negra al baño y tuvo que contar un año. ref. que advierte lo mucho que da que hablar a la gente sencilla cualquier cosa cuando no la ha visto otra vez”. “No somos negros, expresión familiar con que se reprende al que trata a otros desconsiderada y ásperamente.// ¿Para qué va la negra al baño, si blanca no puede ser? ¿Para qué va al baño la negra si negra se queda?// Sacar lo que el negro del sermón. Con que se denota el poco provecho que uno saca de los consejos que le dan o advertencias que le hacen.// Yo me era negra y vistiéronme de verde, ref. que reprende a los que empeoran las cosas queriéndolas componer o adornar”. A lo que antecede hay que agregar que el sustantivo “negro” significa: “10. fig. Sumamente triste y melancólico. 11. fig. Infeliz, infausto y desventurado. 12. Germ. Astuto y taimado”.

Debemos añadir, por nuestra cuenta, que el verbo “denigrar”, que significa insultar, afrentar, destratar, deriva, según el diccionario etimológico de Corominas, de la palabra “negro”.

En el DRAE de 1947 no aparece la locución “Trabajar más que un negro o como un negro”, que es lo que literalmente dice el diccionario. No puedo determinar en qué año se incluyó en el corpus la expresión que generó el conflicto; averiguarlo llevaría mucho tiempo. Se ve que en 1947 no era expresión usual, o si lo era pasó inadvertida. Lo antes transcripto, entonces, es un conjunto de locuciones en idioma español que estuvieron en uso en algunos lugares de España y/o América en 1947. Corresponde ahora que las confrontemos con las que nos ofrece la entrada “negro” en el diccionario vigente. Puede constatarse que junto con esta nueva locución -la que ha originado el escándalo- se incluyó otra: “Verse uno negro para hacer algo. Fr. fig. fam. Tener mucha dificultad para realizarlo”; y ésta: “Ponerse uno negro o ponerse alguien negro. fr. fig. y fam. Irritar mucho a alguien o irritarse mucho uno mismo”; y esta otra: “Voz de cariño usada entre casados, novios o personas que se quieren bien”; y además: “El que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios”. Efectivamente, hay una diferencia importante entre “trabajar como un negro” y “trabajar en negro” en literatura.

Es evidente -diríamos en todas las artes- que de tiempos sin memoria el color negro se haya vinculado a lo negativo, a lo malo, a lo perverso, a lo infernal. De tan larga data es así que en el comienzo de “El cantar de los cantares” hallamos la palabra seguida del condicional “pero”: “Negra soy, pero hermosa…” (“Nigra sunt, sed formosa…” en latín), lo que puede atribuirse al prejuicio racial de quien lo escribió… o de quien lo tradujo. En efecto, en la Biblia de Jerusalén (Desclee de Brouwer, 1975, p. 913) se anota al pie de la cita que el color moreno era el dado por el sol recibido durante las tareas rurales, lo que es una manera de negar la bella negritud.

Por todo lo expuesto vemos que el idioma se parece en mucho al organismo vivo que lo ha creado, que evoluciona a través del tiempo, que mueren sus células (léase “palabras”), que cambia su metabolismo por inclusión de anglicismos, galicismos, italianismos, lusitanismos y demás, y que nacen diccionarios especializados en nuevos campos de conocimiento, como los de internet.

Por lo expuesto, diría un juez antes de dictar sentencia, es evidente que la discriminación racial no está en el diccionario, testigo vivo del habla de la gente. Éste sólo es un corpus que tiene por cometido recoger la palabra y sus variantes, incorporando las vivas y descartando las muertas, lo que hace con parsimonia papal, tomándose sus décadas para enterrar aquellas fallecidas y prohijar las nuevas.

Sí, eliminar del diccionario la locución: “Trabajar como un negro o más que un negro”, es solamente esconderla. Si está allí, en el libro gordo, es porque todavía un obrero o un campesino o empleado sin mucha instrucción, en algún lugar del planeta, al terminar la jornada y volver a su casa oye decir a su mujer: “Te veo hecho polvo, José”, a lo que José responderá, palabras más, palabras menos: “Es que hoy trabajé como negro, mujer…”.

Este ejemplo de inconsciente discriminación se da generalmente en ámbitos de lenguaje popular y es por eso que consta en el diccionario, espejo de la realidad, tan fiel a ésta como el refranero de Sancho. No hallaremos en cambio las otras formas de discriminación, ésas que operan donde el poder convive con el prejuicio y la ignorancia. Allí operan sin palabras, bajo formas efectivas, dañinas; sí, ésas que no constan en ninguna entrada del diccionario, libro amigo que nada tiene que ver con la discriminación excepto ser testigo de ella y denunciarla.