La pequeña polémica en torno a Walter Cucuzú Brika y su personaje “Gayman”, que interpretó para el conjunto de humoristas C4, se centró en aspectos referentes a las minorías y a la discriminación, pero dejó de lado un aspecto clave: más allá de incorrecciones políticas, los chistes eran malísimos. Si fueran buenos, probablemente no hubiesen indignado menos a Martín Inthamoussú -autor de una carta abierta en la que denunciaba la homofobia en el Carnaval y la vinculaba al racismo y a la agresión a Tania Ramírez en Azabache-, pero al menos habría un mínimo de mérito artístico que rescatar; ahí están Los Simpson, South Park y Padre de familia para recordarnos cada tanto el placer culposo del humor incorrecto cuando está bien hecho. “Gayman” puede ser síntoma de cierta misoginia enredada entre las fibras del ADN del Carnaval (es difícil olvidar al Canario Luna, emblema murguero de las últimas tres décadas, declarando en Canal 10 que no venía mal cada tanto darle “un buen piñe” a las mujeres), pero también habla de cómo le cuesta a la mayoría de los conjuntos carnavaleros separarse de un humor perezoso y cortoplacista.

En la otra vereda está Queso Magro, que en 2005 se infiltró en el Carnaval desde Murga Joven y aportó una renovación temática y estilística, al menos mayor que la más popular y más conservadora Agarrate Catalina. Con el humor como norte absoluto, la murga comparte cierto enfoque con La Mojigata, La Gran Siete y Metele Que Son Pasteles; la influencia de Antimurga BGC es notoria en las parodias constantes al género mismo y en la falta de solemnidad que lleva, entre otras cosas, a “profanar” la presentación y la retirada -momentos que los espectáculos tradicionales reservan para mamotretos poéticos sobre la luna y los faroles-. Las minorías, el espectáculo de la murga láctea este año, arranca con la melodía de la canción de la serie El Zorro, se burla del facilismo con el que algunas murgas hacen uso del tema de los desaparecidos y parodia la fragmentación de la izquierda sindical (los tres integrantes de la batería se pelean por ver quién es más zurdo, definiéndose con diferentes combinaciones de “marxista”, “estalinista” y “trotskista”).

El primer cuplé, brevísimo, agrega un poco de absurdo a una idea ya de por sí inverosímil que algunos diputados nacionalistas vertieron en el Parlamento durante la discusión de la Ley de Matrimonio Igualitario: la minoría heterosexual discriminada. Con reivindicaciones del sexo pacato y del imaginario viril de los hijos de Obdulio. La puesta en escena acompaña con carteles que refieren a los elementos de Facebook, y el segmento termina con otra burla a la murga tradicional: mientras los integrantes se retiran, después de haber cantado que la homosexualidad es una enfermedad, uno de ellos se queda al frente con un cartel que dice “eliminar mensaje”. Tal vez lo mejor del cuplé sea el uso de “Pluna” como insulto.

El segundo segmento gira en torno a la “minoría” oligarca y hace un uso simpático de “A redoblar”, con líneas como “porque el contador no quiere / contratar más empleadas”. También una caricatura -y, por ende, algo simplista-, la introducción da pie a las cuartetas del personaje del inquilino, una de esas problemáticas que a las murgas más clásicas les costó tratar con comodidad desde el triunfo del Frente Amplio. Pero la perspectiva de Queso Magro no es tan politizada (o sí lo es desde una perspectiva que no limita lo político a lo electoral y lo partidario) y aparece desde una perspectiva más generacional, con exageraciones (o no tanto) sobre lo difícil que es alquilar en Montevideo siendo relativamente joven. El cuplé termina con un toque bastante absurdo y original sobre un ocupa que ahorra para veranear en La Pedrera.

Entre palos a Tabaré Vázquez y un poco de humor incorrecto (un asesor del presidente se jacta de que el gobierno hizo cosas por el tema de la vivienda y lo justifica preguntando retóricamente cuántas personas viven abajo del puente de avenida Giannattasio), aparece el cuplé de los mosquitos, uno más en la tradición de temas cotidianos que la murga visita cada año, tal vez en pos de desmitificar al género como portavoz de los pensamientos más hondos del pueblo. Sigue una cosa rarísima, o al menos inusual: después de un breve recitado de Javier Zubillaga (incorporación de este año en la cuerda de segundos y letrista desde 2012), que parodia un famoso texto de Bertolt Brecht, la murga canta una canción sobre Cinemateca, que empieza siendo una colección de críticas o ironías sobre la infraestructura (“las butacas rotas las aguanto bien / si se toman dos Perifar Flex”), el público (“el Cine Universitario no nos gusta tanto / ta medio comercial”) y hasta la crítica (una descripción compleja que cita al “expresionismo francés” termina siendo sobre Shrek) se revela como una carta de amor, un “reírse con” más que “reírse de”.

Hay momentos solemnes, como una canción que hace de conclusión, pero después viene la retirada, también graciosísima, que junto con la presentación es lo mejor de Queso Magro 2013. Se le puede criticar la timidez del hilo conductor y algo de indecisión a la hora de manejar ciertos personajes (los asesores del gobierno o un par de escenas en que dos personas juegan un tutti fruti quedan medio colgadas), pero aun así, y a pesar de la desprolijidad relativa en todos los aspectos técnicos (que siempre le valen a la murga unos notorios bajones a la hora de los puntajes), es uno de los espectáculos menos pretenciosos y más graciosos de este Carnaval, uno de los más flojos de los últimos años.